El siglo XX iba sumiéndose en esa calificación de antiguo cuando pocas semanas después se convertiría en "el siglo pasado". Vos, yo, casi todos los que hoy todavía andamos circulando por este mundo, también nos transformaríamos, por primera vez, en "gente del siglo pasado".
No recuerdo si fue para algún certamen literario al que nunca las envié, escribí estas tres poesías que di en llamar "Reflexiones finiseculares".
Muy pocos amigos las leyeron. Estimo que no fueron más de una docena, si la memoria no me traiciona. Pero es un buen momento para ponerlas a tu consideración, por si se da la circunstancia no demasiado probable de que te parezcan buenas.
De todos modos, consideralas las reflexiones de un amigo que, sorprendido por el cambio de centuria que se avecinaba, volcó sus ideas en el papel.
LA POESÍA
Cuando mi niño crezca, ¿habrá poesía?
¿Cómo dirá al mundo que la vida es bella
si así la vida fuere
todavía?
¿Con qué palabras cantará a su amada
el ardor de su pecho apasionado
si el amor existiere
todavía?
¿Dónde hallará los versos que le alivien
de sus dolores y sus aflicciones
si algún alivio hubiere
todavía?
Si posible me fuera en este instante
asegurarle una herencia que perviva,
dejaría en sus manos, sin dudarlo,
la poesía
EL AMOR
En tanto un hombre habite el Universo
conteniendo alguna forma de alma
que sea capaz de generar pasiones,
la llama del amor y su energía
a esa existencia brindarán razones.
Quizá el amor del siglo venidero
no será similar al sentimiento
que en tí y en mí inunda lo profundo
al evocar mujer, hijos, amigos,
o algún Ser Superior creador del mundo.
Tal vez mañana el hombre sólo ame
aquél o aquello que se le permita,
y que no atente contra su eficiencia
ni le provoque estímulos espurios
que de su tiempo signifiquen pérdida.
De cumplirse un presagio tan oscuro,
viéndose así privado de ser libre
para elegir en quién pondrá su afecto,
volverá la mirada a este pasado
donde le aguardan, con amor, mis versos.
LA ESPERANZA
Fértil estado del ánimo del hombre
que convierte en posible lo deseado.
Virtud sublime de quien en Dios confía
para alcanzar el cielo procurado.
Por esperar durante tantos siglos
una justicia terrenal ecuánime
dadora de lo suyo a cada uno,
cerca se está de la desesperanza
en el umbral del siglo veintiuno.
Llevado por la magia de una Ciencia
nacida de la duda cartesiana
que sólo cree en la esperanza fáctica,
la virtud teologal fue reemplazada
por aleatoria "esperanza matemática".
Mas si la esencia humana resistiese
los embates de tantas asechanzas
quizá logre preservar oculta
de albergar esperanzas, la esperanza.
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