Encuentro casi urgente decir que soy una admiradora de ese cantante que se abrió paso en el Viejo Mundo solo con su voz, una voz que seguramente es lo más parecido a un milagro.
Se dice que la música tiene un efecto liberador. Los niños se duermen cuando les cantas un arrorró. “La polonesa heroica”, de Federico Chopin, produce una emoción desbordada en el ánimo, al punto tal que uno quisiera acompañar con aplausos los compases de la música de marras.
Cuando tú entras a un sitio desconocido y escuchas un extraña melodía salida de un piano, percibes que tu alma va saliendo de ti y debes correr tras ella, antes de que sea muy tarde.
Pues bien, un efecto liberador es lo que uno percibe al escuchar la voz de Luis Alberto del Paraná, un inmortal por excelencia.
La voz de Frank Sinatra, cantando “A mi manera”, es hermosa, pero no tiene esa fuerza y ese deseo de hacerse parte del mundo que tenía la voz de Paraná.
Ese artista que honró a nuestro país conoció escenarios difíciles, y su arte supo cautivar a la audiencia, al empezar a gorjear.
Estuvo en el palacio, con su conjunto “Los paraguayos” cantando para la Reina de Inglaterra.
En fin, qué más yo puedo decir que no lo sepan los que conocieron al maestro. Compartió el escenario con “Los Beatles”. ¿Qué les parece?
Cantaba magistralmente, pues era un artista tocado por la gracia de Dios.
Pero no es que cantaba. Era que descubría un sueño oculto para cada una de las personas que lo escuchaban en estado de hipnosis o encantamiento.
Era que traía a la misma paloma en presencia de los que lo oían interpretar aquel cucurrucucú...
Cómo me gustaría que sigan pasando las interpretaciones musicales de Paraná por ese mismo canal (Arandu Rape) que lo rememoró.
Recuerdo que cuando murió en Londres, en 1976, una amiga y yo vinimos de Villeta al aeropuerto de Luque en un ómnibus especialmente fletado para la ocasión.
Y aquello, eso de recibir los restos mortales del único compatriota que honró a la música paraguaya en el exterior, significó un duelo significativo para mí.
Pero no era yo sola quien hacía su duelo.
Eramos muchos, cientos, miles de paraguayos los que queríamos dar el último adiós al maestro.
Cómo lo amó Paraguay en aquel día enlutado. Cómo más que nunca los paraguayos entendimos que habíamos perdido a un hombre, a un ser humano, que hizo conocer el nombre de nuestro país en el Viejo Mundo y nos dio identidad.
Todos los días deberíamos dar cabida a su voz a través de los medios de comunicación.
Sería muy hermoso tenerlo de vuelta con nosotros.
Y ya decía yo que había que traerlo de nuevo y pasar su voz por el canal Arandu Rape que hasta ahora no sé qué papel cumple dentro de la televisión paraguaya.
Creer en los valores de los artistas que ya desaparecieron y resucitarlos a través de su arte, es una manera de preservar nuestras raíces, nuestra historia.
19 de Septiembre de 2010
Delfina Acosta desde Asunción del Paraguay
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