¡SOY BOHEMIA ! ¿Y QUÉ?

Siempre me preguntan ¿que es ser Bohemio? les respondo : El Bohemio vive por vivir , se llena de angustia sin tener por qué, pero está alegre cuando otros no están.

El Bohemio vive su vida incansable de ideas ,algunas creativas y otras filosóficas, todas para hacer de su vida un paraíso. El Bohemio no teme, solo porque él vive su vida como quiere, ahora sin causarles daños a sus semejantes. Vive la vida con principios y hasta con responsibilidad pero hace lo que quiere cuando quiere. En la música encuentra pinturas, en las poesías encuentra música, y en las pinturas encuentra versos ...es así mientras que se bebe su copa y sin faltar un café en un bar escondido adonde solo se lee por la media luz y la atmósfera del tabaco. La noche es su tarima....ahi baila, canta, bebe, conversa y admira a otros como él. Se proclama el duende de la noche. Ve el mundo con otros ojos ...él ve colores en el cielo nublado, ve la melancolía en una rosa brillante en su esplendor.

Gracias a todos que entienden estas breves letras. ¡SÍIIIIIII!!!! ¡Soy una Bohemia !!! ¿y Qué?

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AMANTES DEL DESTINO De: Autora ANA REDONDO


Cuantas veces habrémos crúzado
nuestros caminos,
andando, viviendo,
réspirando en esta urbe de asfalto.
Cuantas veces nuestros pasos
nos habrán llevado a los mísmos destinos.
Cuantas veces nuestros pulmones
respirasen el mísmo aire.
Cuantas veces...
Pero no estaba en nuestro síno encontrarnos.
Pués no era la hora señalada,
en que nuestro destino fuera a juntarnos.
Cuantas veces he soñado con tus ojos.
Con tú sonrisa reciviéndome en la mañana.
Con tú cuerpo acurrucado junto al mío,
en mi enorme cama.
Cuantas veces evoqué tu caricías,
sintiendo su calor, pero sin recibírlas.
Cuantas veces suspiré en mís sueños,
sintiendo que te hacía el amor...
penetrando en tus sueños.
Y veía perfectamente tú rostro.
Y sentía como tus manos ansíaban
tocar mi piél dormida.
Cuantas veces te he soñado...
Pensando que eras un ideál inalcanzable.
Un ser divíno que tan solo
en mi mente existía.
Un ente que tan solo vivía en mis sueños.
Y que nunca podría mirarte de frente.
Pero no era así...
Y de manera casuál un día
nos encontramos.
Y mirándonos a los ojos nos reconocimos.
No hiciéron falta presentaciones.
No hiciéron falta primeros pasos.
Tan solo juntar nuestras manos,
nuestros labios...
Porque tú y yo llevabamos
mucho tiempo amandonos.
Tan solo éramos amantes
de un solo destino.
Y teniamos que conocernos
en el camino.

Mitología: Eco y Narciso


Eco era una joven ninfa de los bosques, parlanchina y alegre. Con su charla incesante entretenía a Hera, esposa de Zeus, y estos eran los momentos que el padre de los dioses griegos aprovechaba para mantener sus relaciones extraconyugales. Hera, furiosa cuando supo esto, condenó a Eco a no poder hablar sino solamente repetir el final de las frases que escuchara, y ella, avergonzada, abandonó los bosques que solía frecuentar, recluyéndose en una cueva cercana a un riachuelo.
Por su parte, Narciso era un muchacho precioso, hijo de la ninfa Liríope. Cuando él nació, el adivino Tiresias predijo que si se veía su imagen en un espejo sería su perdición, y así su madre evitó siempre espejos y demás objetos en los que pudiera verse reflejado. Narciso creció así hermosísimo sin ser consciente de ello, y haciendo caso omiso a las muchachas que ansiaban que se fijara en ellas.
Tal vez porque de alguna manera Narciso se estaba adelantando a su destino, siempre parecía estar ensimismado en sus propios pensamientos, como ajeno a cuanto le rodeaba. Daba largos paseos sumido en sus cavilaciones, y uno de esos paseos le llevó a las inmediaciones de la cueva donde Eco moraba. Nuestra ninfa le miró embelesada y quedó prendada de él, pero no reunió el valor suficiente para acercarse.

Narciso encontró agradable la ruta que había seguido ese día y la repitió muchos más. Eco le esperaba y le seguía en su paseo, siempre a distancia, temerosa de ser vista, hasta que un día, un ruido que hizo al pisar una ramita puso a Narciso sobre aviso de su presencia, descubriéndola cuando en vez de seguir andando tras doblar un recodo en el camino quedó esperándola. Eco palideció al ser descubierta, y luego enrojeció cuando Narciso se dirigió a ella.
- ¿Qué haces aquí? ¿Por qué me sigues?
- Aquí... me sigues... -fue lo único que Eco pudo decir, maldita como estaba, habiendo perdido su voz.
Narciso siguió hablando y Eco nunca podía decir lo que deseaba. Finalmente, como la ninfa que era acudió a la ayuda de los animales

que de alguna manera le hicieron entender a Narciso el amor que Eco le profesaba. Ella le miró expectante, ansiosa... pero su risa helada la desgarró. Y así, mientras Narciso se reía de ella, de sus pretensiones, del amor que albergaba en su interior, Eco moría. Y se retiró a su cueva, donde permaneció quieta, sin moverse, repitiendo en voz queda, un susurro apenas, las últimas palabras que le había oído... "qué estúpida... qué estúpida... qué... estu... pida...". Y dicen que allí se consumió de pena, tan quieta que llegó a convertirse en parte de la propia piedra de la cueva...
Pero el mal que haces a otros no suele salir gratis... y así, Nemesis, diosa griega que había presenciado toda la desesperación de Eco, entró en la vida de Narciso otro día que había vuelto a salir a pasear y le encantó hasta casi hacerle desfallecer de sed. Narciso recordó entonces el riachuelo donde una vez había encontrado a Eco, y sediento se encaminó hacia él. Así, a punto de beber, vio su imagen reflejada en el río. Y como había predicho Tiresias, esta imagen le perturbó enormemente. Quedó absolutamente cegado por su propia belleza, en el reflejo. Y hay quien cuenta que ahí mismo murió de inanición, ocupado eternamente en su contemplación. Otros dicen que enamorado como quedó de su imagen, quiso reunirse con ella y murió ahogado tras lanzarse a las aguas. En cualquier caso, en el lugar de su muerte surgió una nueva flor al que se le dio su nombre: el Narciso, flor que crece sobre las aguas de los ríos, reflejándose siempre en ellos

Los escritos de Guerrera de la Luz: Juntos sin final

Los escritos de Guerrera de la Luz: Juntos sin final: Juntos es ahora, es ya. Juntos es tu respirar y el mio a la par son los juegos lícitos y esperados son los momentos robados al tiempo. Ju...

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Liquidación de saldos



Me siento morir en ti, atravesado de espacios
que crecen, que me comen igual que mariposas
hambrientas.
Cierro los ojos y estoy tendido en tu memoria,
apenas vivo,
con los abiertos labios donde remonta el río del
olvido.
Y tú, con delicadas pinzas de paciencia me
arrancas
los dientes, las pestañas, me desnudas
el trébol de la voz, la sombra del deseo,
vas abriendo en mi nombre ventanas al espacio
y agujeros azules en mi pecho
por donde los veranos huyen lamentándose.
Transparente, aguzado, entretejido de aire
floto en la duermevela, y todavía
digo tu nombre y despierto acongojado.
Pero te esfuerzas y me olvidas,
yo soy apenas la burbuja
que te refleja, que destruirás
con sólo un parpadeo.

LOS ÁNGELES

Por cada ser humano que descubre a su ángel, nace una estrella en el firmamento.
Los ángeles existen por amor, se movilizan por el amor son fuentes inagotables de amor.
Cada vez que se establece un vínculo con alguien, nace un ángel para nutrirlo.
Si tienes buenos sentimientos, podrás sentir al ángel que llevas dentro.
Los ángeles son nuestros amigos invisibles que esperan ansiosos que nosotros los llamemos.
Los ángeles siempre están dispuestos a prestarnos ayuda, tal vez buscamos en los lugares equivocados.
Cuando percibas a tus ángeles interiores ya no volverás a ser el mismo, serás lo que eras pero mucho más acompañado.
Los ángeles están en los ideales altruistas, acciones generosas, pensamientos
piadosos, en la música, en la literatura, la tierra, el agua, las flores y en todo aquello que muestra belleza.
Si sientes que puedes desplegar tus alas y acariciar al viento, te sentirás en el cielo como un ángel.
Los ángeles como tú son hacedores de milagros, la diferencia es que ellos lo
saben y tú no, pero ahora ya lo sabes....

Federico Garcia Lorca

Sólo tu corazón caliente,
y nada más.

Mi paraíso un campo
sin ruiseñor
ni liras,
con un río discreto
y una fuentecilla.

Sin la espuela del viento
sobre la fronda,
ni la estrella que quiere
ser hoja.

Una enorme luz
que fuera
luciérnaga
de otra,
en un campo
de miradas rotas.

Un reposo claro
y allí nuestros besos,
lunares sonoros
del eco,
se abrirían muy lejos.

Y tu corazón caliente,
nada más.


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OBJETOS PERDIDOS


Por veredas de sueño y habitaciones sordas
tus rendidos veranos me aceleran con sus cantos
Una cifra vigilante y sigilosa
va por los arrabales llamándome y llamándome
pero qué falta, dime, en la tarjeta diminuta
donde están tu nombre, tu calle y tu desvelo
si la cifra se mezcla con las letras del sueño,
si solamente estás donde ya no te busco.
Mendoza, Argentina 1944
La mufa
Vos ves la Cruz del Sur,
respirás el verano con su olor a duraznos,
y caminás de noche
mi pequeño fantasma silencioso
por ese Buenos Aires,
por ese siempre mismo Buenos Aires.
Quizá la más querida

Me diste la intemperie,
la leve sombra de tu mano
pasando por mi cara.
Me diste el frío, la distancia,
el amargo café de medianoche
entre mesas vacías.

Siempre empezó a llover
en la mitad de la película,
la flor que te llevé tenía
una araña esperando entre los pétalos.

Creo que lo sabías
y que favoreciste la desgracia.
Siempre olvidé el paraguas
antes de ir a buscarte,
el restaurante estaba lleno
y voceaban la guerra en las esquinas.

Fui una letra de tango
para tu indiferente melodía.
Una carta de amor
Todo lo que de vos quisiera
es tan poco en el fondo
porque en el fondo es todo

como un perro que pasa, una colina,
esas cosas de nada, cotidianas,
espiga y cabellera y dos terrones,
el olor de tu cuerpo,
lo que decís de cualquier cosa,
conmigo o contra mía,

todo eso es tan poco
yo lo quiero de vos porque te quiero.

Que mires más allá de mí,
que me ames con violenta prescindencia
del mañana, que el grito
de tu entrega se estrelle
en la cara de un jefe de oficina,

y que el placer que juntos inventamos
sea otro signo de la libertad.
********
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Ella

Ella es como el viento pasando a través de mi
Ella cabalga la noche a mi lado
Ella me guía con la luz de luna
Solo para quemarme con el sol
Ella robó mi corazón
Pero no sabe lo que ha hecho

Siento su respiración en mi cara
Su cuerpo cerca al mío
No puedo mirarla a sus ojos
Ella es mucho para mí
Solo fui un tonto al creer
Que tengo todo lo que ella necesita
Ella es como el viento

miro al espejo y todo lo que veo
es un hombre joven viejo con sólo un sueño
sólo me estoy auto engañando
que ella parara el dolor
viviendo sin ella
me volveré loco.

Siento su respiración en mi rostro
su cuerpo cerca del mío
no puedo mirarla a los ojos
ella está fuera de mi alcance
sólo soy un tonto al creer que
tengo todo lo que ella necesita
ella es como el viento.

Siento su respiración en mi rostro
su cuerpo cerca del mío
no puedo mirarla a los ojos
ella está fuera de mi alcance
sólo soy un tonto al creer que
(Sólo soy un tonto al creer)
Ella es como el viento
(Sólo soy un tonto al creer)
Sólo soy un tonto al creer
(Ella es como el viento)
Sólo soy un tonto al creer
(Sólo soy un tonto al creer)
Ella es como el viento
(Sólo soy un tonto al creer)
Sólo soy un tonto al creer
Ella es como el viento

(Sólo soy un tonto...)
(Ella es como el viento)
(Ella es como el viento)
(Sólo soy un tonto...)
(Ella es como el viento)
(Sólo soy un tonto...)
 *Fer *

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Imagina

Foto: Sólo quiero que imagines que un día
de tus manos vuele éste mi corazón,
que no te escriba más versos de amor
ni en tus labios deje besos con ilusión,
tan sólo imagina que deje de amarte,
que ya no te busque en mis noches,
que no me importen ya más tus tristezas
porque mi ser se cansó de sutilezas,
¿ Te gustaría que me olvide de tí ?
Que nunca mis labios emitan tu nombre,
que pases por mi lado y no te mire
ni que mi corazón por tí ya no suspire,
imagina un mundo sin mis besos,
una noche sin saber donde estoy,
quizás me mires titilando cual estrella
pero nunca emitiendo mi querella,
si un día no lejano me canse de dar
me olvide de todo y deje de amar,
se saturen mis poros de otro amor
y me envuelva en el iris de otro color,
la luz de las estrellas se apagarán,
la magia del beso no tendrá dulzor,
en tus ojos no se reflejará mi mirada
esa, que ahora te dice, estoy enamorado,
dejaré que sigas el sendero que prefieres,
guardaré tu nombre en lo profundo y...
ya no será de los dos ese nuevo mundo
porque el pasado renace triste y fecundo,
¡ Imagina que un día dejo de amarte...
y que no tendrás ya mi amor para apoyarte !

Sólo quiero que imagines que un día
de tus manos vuele éste mi corazón,
que no te escriba más versos de amor
ni en tus labios deje besos con ilusión,
tan sólo imagina que deje de amarte,
que ya no te busque en mis noches,
que no me importen ya más tus tristezas
porque mi ser se cansó de sutilezas,
¿ Te gustaría que me olvide de tí ?
Que nunca mis labios emitan tu nombre,
que pases por mi lado y no te mire
ni que mi corazón por tí ya no suspire,
imagina un mundo sin mis besos,
una noche sin saber donde estoy,
quizás me mires titilando cual estrella
pero nunca emitiendo mi querella,
si un día no lejano me canse de dar
me olvide de todo y deje de amar,
se saturen mis poros de otro amor
y me envuelva en el iris de otro color,
la luz de las estrellas se apagarán,
la magia del beso no tendrá dulzor,
en tus ojos no se reflejará mi mirada
esa, que ahora te dice, estoy enamorado,
dejaré que sigas el sendero que prefieres,
guardaré tu nombre en lo profundo y...
ya no será de los dos ese nuevo mundo
porque el pasado renace triste y fecundo,
¡ Imagina que un día dejo de amarte...
y que no tendrás ya mi amor para apoyarte !
De: ELFOS,HADAS Y UN MUNDO MAGICO
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Autopista del sur

   

Al principio  la muchacha del Dauphine había insistido
en llevar la cuenta del tiempo, aunque al ingeniero del
Peugeot 404 le daba ya lo mismo. Cualquiera podía mirar su reloj pero era como si ese tiempo atado a la mu-
ñeca derecha o el bip bip de la radio midieran otra cosa,
fuera el tiempo de los que no han hecho la estupidez de
querer regresar a París por la autopista del sur un domingo de tarde y, apenas salidos de Fontainebleau, han
tenido que ponerse al paso, detenerse, seis filas a cada
lado (ya se sabe que los domingos la autopista está íntegramente reservada a los que regresan a la capital), poner en marcha el motor, avanzar tres metros, detenerse,
charlar con las dos monjas del 2HP a la derecha, con la
muchacha del Dauphine a la izquierda, mirar por retrovisor al hombre pálido que conduce un Caravelle, envidiar irónicamente la felicidad avícola del matrimonio del
Peugeot 203 (detrás del Dauphine de la muchacha) que
juega con su niñita y hace bromas y come queso, o sufrir
de a ratos los desbordes exasperados de los dos jovencitos del Simca que precede al Peugeot 404, y hasta bajarGli automobilisti accaldati sembrano nom avere
storia… Come realtà, un ingorgo automobilistico
impressiona ma non ci dice gran che.
Arrigo Benedetti “L’Espresso”,
Roma, 21/6/196497
se en los altos y explorar sin alejarse mucho (porque nunca se sabe en qué momento los autos de más adelante reanudarán la marcha y habrá que correr para que los de
atrás no inicien la guerra de las bocinas y los insultos), y
así llegar a la altura de un Taunus delante del Dauphine de la muchacha que mira a cada momento la hora, y
cambiar unas frases descorazonadas o burlonas con los
hombres que viajan con el niño rubio cuya inmensa diversión en esas precisas circunstancias consiste en hacer correr libremente su autito de juguete sobre los asientos y el reborde posterior del Taunus, o atreverse y avanzar todavía un poco más, puesto que no parece que los
autos de adelante vayan a reanudar la marcha, y contemplar con alguna lástima al matrimonio de ancianos en el
ID Citroën que parece una gigantesca bañadera violeta
donde sobrenadan los dos viejitos, él descansando los antebrazos en el volante con un aire de paciente fatiga, ella
mordisqueando una manzana con más aplicación que ganas.

De:.JULIO CORTAZAR

 «... hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que
mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre
todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con
mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo
de la que mi mano te dibuja...» (c.7, Rayuela)

Poema XII Pablo Neruda



Para mi corazón basta tu pecho,
para tu libertad bastan mis alas.
Desde mi boca llegará hasta el cielo
lo que estaba dormido sobre tu alma.

Es en ti la ilusión de cada día.
Llegas como el rocío a las corolas.
Socavas el horizonte con tu ausencia.
Eternamente en fuga como la ola.

He dicho que cantabas en el viento
como los pinos y como los mástiles.
Como ellos eres alta y taciturna.
Y entristeces de pronto, como un viaje.

Acogedora como un viejo camino.
Te pueblan ecos y voces nostálgicas.
Yo desperté y a veces emigran y huyen
pájaros que dormían en tu alma.


****
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Tres cuentos inéditos de Silvina Ocampo


Para Silvina Ocampo, recordar la niñez supone inventarla, volverla literatura. No es casual que su hermana Victoria haya expresado su desconcierto por el modo en que sus propios recuerdos no coinciden con los que su hermana ficcionaliza.

La calesita

En el jardín donde ellas juegan el día está tan claro que pueden contarse las hojas de los árboles. Mis hijas son de la misma altura, llevan gorritas de sol hechas de un género escocés. No se les ve el color del pelo porque lo llevan totalmente escondido debajo de la gorra, no se les ve el color de los ojos porque están velados de sombras: sombras extrañas de forma escocesa enjaulan los ojos de mis hijas.

Las dos son de la misma altura, tienen un peso y una altura que corresponde bien a la edad de cinco años: ese dato que me llena de alegría lo he verificado por veinte centavos en la balanza de la farmacia. Las alegrías que tengo son variadas e infinitas como las hojas de estos árboles, siendo algunas de un verde muy tierno y otras de un verde encendido y azul de fondo de mar.

Salgo de la casa. Es una mañana traslúcida y nacarada. Los pájaros atraviesan el espacio que hay entre cada árbol con indecisión intrépida de bañista. Los rosales están cubiertos de telarañas; no les tengo miedo. No les tengo miedo a las arañas en el jardín, les tengo miedo en los cuartos, congregadas en el techo de la sala e iluminadas por las arañas con caireles del hall.

Se diría que todo está tejido con hebras brillantísimas de seda. Salimos caminando juntas, abrimos el portón y salimos a pasear porque el jardín no nos alcanza para mover nuestro asombro, tenemos piernas ligeras como alas.

Las tres hemos nacido en la alta casa anaranjada que en los días de tormenta brilla entre los árboles madurando un color rojo. Las tres hemos jugado en el mismo jardín y estamos hermanadas por los mismos juegos detrás de los mismos árboles. Las tres nos hemos escondido en el mismo invernáculo que contiene plantas prisioneras entre los vidrios rotos. Las tres hemos subido siempre con preferencia al tercer piso de la casa porque allí reinan las palanganas llenas de agua con lavandina, el azul, el agua jabonada, las planchas, las flores de estearina, la ropa tendida, las viejas niñeras que duermen en un cuarto muy adornado de fotografías o de estampas con olor a sémola. Allí suben como al cielo las lavanderas cantando de tener las manos siempre en el agua. Allí suben las opulentas planchadoras con los ojos llenos de bienaventuranza.

Mis hijas y yo tenemos los mismos secretos: sabemos el imposible misterio de andar en triciclo sobre los caminos de piedras.

Las tres tenemos una calesita. Me la regalaron en mi infancia. Pintada de color verde y rojo, tenía, o más bien tiene aún, cuatro asientos que dan vueltas mediante un movimiento combinado de manubrios y pedales.

Mi alegría daba vueltas vertiginosas con música de muchos colores el día que desempaquetaron la calesita que mi padre había hecho venir de Alemania. Todavía me acuerdo como si fuese hoy: mi padre, el jardinero y un señor muy bajito con grandes bigotes blancos que estaba de visita, tuvieron que armarla entre los tres, mientras yo esperaba la sorpresa en el otro extremo del jardín. Llegaban volando los papeles que la envolvían porque era un día de viento y no un día tranquilo como éste. No se mueve una sola hoja. Llegaban volando los papeles hasta que llegó el último desplegando túnicas y alas como un mensajero muy blanco. Entonces mi nombre empezó a llenar el jardín. Todo el mundo me llamaba. Pero yo no corrí, fui caminando con la cara encendida y me detuve cerca de los árboles de magnolia hasta que volvieron a llamarme.

Los regalos me dolían en proporción a su tamaño, pero me acerqué buscando alivio; la calesita estaba frente a mis ojos, nunca tuve un juguete tan grande y complicado. “Súbase niñita” - “Súbase muñeca” - “Subite mi hijita”, me decían voces por todos lados. Yo me resistía. La calesita parecía frágil y transparente como una lámina de papel, pero insistieron tanto que finalmente tuve que subir. Los manubrios eran duros, los pedales eran duros. No podía hacerla andar. No había música, no había vueltas vertiginosas ni caballos deslumbrantes como en las calesitas de París. “Hay que enaceitarla”, dijo mi padre y sentí ganas de pedirle perdón. Al día siguiente la enaceitaron, pero no anduvo mejor. En cuanto yo subía en la calesita se desvanecía, en cuanto me bajaba de ella volvía a encontrarla con sus vueltas, sus músicas y mi anhelo por subirme.

Hace pocos días que mis hijas descubrieron la vieja calesita arrumbada en un rincón del garaje. Enseguida quisieron andar en ella. El jardinero, ayudado por un peón, transportó la calesita al jardín mientras mis hijas echaban la cabeza para atrás haciendo gárgaras extrañas en signo de júbilo. “Una calesita, una calesita”, gritaban moviendo los brazos en forma de vuelos rápidos y repetidos. Pero no la podían hacer andar. Igual que en mi infancia, recién cuando se bajaban de la calesita andaban en ella. Y pasaron muchos días subiendo y bajando desesperadamente, buscándole vueltas, músicas y caballos como si hubiesen calcado mis movimientos de entonces.

Pienso todas estas cosas y sin darme cuenta camino cada vez más despacio. Mis hijas están protegidas por infinidad de movimientos. Estamos paseando por una calle de paraísos con racimos azules de flores. Un aguaribay nos ofrece su follaje llovido de frescura adentro de una quinta. Nos encaminamos hacia la plaza que queda frente a la iglesia. Dos cuadras antes de llegar les digo a mis hijas para hacerlas correr: “Tomen ese camino, yo tomaré éste. Veremos quién llega antes a la plaza”. Mis hijas salen corriendo entre los árboles. Pero de pronto la cuadra se llena de gente. Las he perdido de vista. “¿Dónde están mis hijas?” Estoy cercada por mis propios gritos. La calle se llena de chicas con gorritas escocesas. No conozco el rostro de mis hijas. Me doy cuenta de que nunca he visto ni mirado el rostro de mis hijas. Voy corriendo y mis llantos llenan la cuadra. Me parece que estoy soñando. Oigo que mis labios repiten una misma frase para apiadar a los transeúntes: “Mis hijas perdidas en la revolución española”, pero nadie me escucha, yo sola estoy conmovida por mis palabras. Se multiplican las chicas con gorritas de sol escocesas.

Las he perdido para siempre. Sólo recuerdo el color del género de las gorritas y la orfandad en que me dejaron. Era verde, blanco y azul con líneas finísimas de rojo y negro. Pero debajo de esas gorritas nunca conocí el rostro que llevaban.

El arrepentido

La rama que acariciaba mi cabeza, me deleitaba cuando salía del sueño. El amor me seducía en momentos inesperados, y lo que prefería era triturar un pedazo de carne entre mis dientes y después beber agua helada entre las piedras que bajan de la vertiente. Dicen que me parezco al hambre, a la violencia, al infierno; fui feliz como un rey hasta que la conocí. Si fuera un niño estaría llorando, si fuera un santo los silicios hubieran consumido mi cuerpo, si fuera una hiena devoraría mis propias entrañas. Si fuera Dios volvería a crearla. El mundo es antiguo y no sé lo que tendría que envidiar, pero este instante es mi eternidad. Los días pasan tan lentamente que esperar la luz por la noche se vuelve intolerable, sin esperanzas. ¿Cómo es el sol? Olvido su forma, su color, la impresión que me causa. Al verlo caigo desvanecido, y luego el lento aprendizaje del día, de la luz que no sirve para iluminar algo que valga la pena me mata y me hace esperar la noche que tampoco llega y que tampoco recuerdo. ¿Qué es la noche? ¿Cómo es su faz? Caigo desvanecido cuando llega y advierto que no oculta nada en su oscuridad, ni un tesoro. A veces cuando llueve y no me preocupan ni la oscuridad ni la luz, algo que descansa más que el sueño me ocurre, me deslizo sobre el barro a una velocidad increíble, mi piel se desgarra y caigo al pie de las montañas como una piedra, con las mandíbulas cerradas, cubierto de barro y escarcha. Cuando me volvía para mirar hacia atrás a veces me faltaba una oreja, otras veces una pata o la cola, otras veces la lengua que es tan necesaria. No me lo confesaba a mí mismo. Me daba vergüenza. Me preocupaba. Tardé en darme cuenta de lo que ocurría: soy un sueño, estoy en el sueño de alguien, de un ser humano. Busqué a la persona que soñaba conmigo: era una niña dormida. De un zarpazo la maté, jugué con ella, con su vestido bordado y sus trenzas largas, atadas con nueve cintas rojas. La escondí en un lugar del bosque sobre las altas matas de pasto porque no tenía hambre. Cuando volví a buscarla ya no estaba. Mirando la luna aullé toda la noche esperando que algo me la devolviera. Sobre la tierra quedaba su olor y el gusto de su sangre. Los pájaros se burlan de mí y las hembras de mi estirpe me fastidian siguiéndome a todas horas, queriendo adivinar un secreto que no pueden comprender. Pude morir en un incendio, pero atravesé las llamas como las piedras, apenas chamuscado; pude morir despeñándome por una montaña, pero llegué al fondo de un precipicio sin una herida para relamer; pude morir en un pueblo donde entré para devorar a un hombre, pero huí entre los balazos como en los días de tormenta bajo el granizo.

Los días son monótonos, sin peligro. ¡Por qué no devoré a esa niña que soñaba conmigo! Hubiera cumplido con un deber de tigre; ya que soy inmortal, por lo menos quisiera tener una conciencia pura.

Silencio y oscuridad

En letras luminosas se veía anunciado en el frente del edificio: SILENCIO Y OSCURIDAD. El cartel llamaba la atención. La entrada no estaba permitida a los mayores de cincuenta años, el espectáculo podía deprimirlos o causarles un infarto. A los menores de catorce tampoco les estaba permitida la entrada, podían protestar lanzando petardos, hacer bulla y molestar al público. En la sala celeste y fresca, sentados sobre mullidas butacas, los espectadores cerraban los ojos siguiendo las instrucciones que se repartían en la entrada del teatro; luego, siempre de acuerdo a las instrucciones, para que la impresión no fuera demasiado fuerte al abrir los ojos, echaban la cabeza hacia atrás para contemplar lo que no veían desde hacía tiempo, la absoluta oscuridad, y para oír lo que también hacía tiempo que no habían oído, el silencio total.

Hay diferentes grados de silencio como hay diferentes grados de oscuridad. Todo estaba calculado para no impresionar demasiado bruscamente al público. Había habido suicidios. En el primer momento se oía el canto infinitesimal de los grillos que iba disminuyendo paulatinamente hasta que el oído se habituara de nuevo a oírlo surgir del fondo aterrador del silencio. Luego se oía el susurro más sutil de las hojas, que iba creciendo y decreciendo hasta llegar a las escalas cromáticas del viento. Después se oía el susurro de una falda de seda, y por último, antes de llegar al abismo del silencio, el rumor de alfileres caídos sobre un piso de mosaico. Los técnicos del silencio y de la oscuridad se las habían ingeniado para inventar ruidos análogos al silencio para llegar por fin, gradualmente, al silencio. Una lluvia finísima de vidrios rotos sobre algodón sirvió para esos fines durante un tiempo, pero sin resultado satisfactorio; un crujir lejano de papeles de seda parecía mejor pero tampoco dio resultado; a veces los primeros inventos son los mejores.

En la entrada del teatro, en unos enormes mapas del mundo se veían trazados en colores los sitios donde el silencio podía oírse mejor y en qué años se modificaba de acuerdo a las estadísticas. Otros mapas indicaban los lugares en que podía obtenerse la oscuridad más perfecta, con fechas históricas hasta su extinción.

Mucha gente no quería ir a ver este espectáculo tan importante y tan a la moda. Algunos decían que era inmoral gastar tanto para no ver nada; otros, que no convenía acostumbrarse a lo que hacía tanto tiempo habían perdido; otros, los más estúpidos, exclamaban: “Volvemos al tiempo del cinematógrafo”.

Pero Clinamen quería ir al teatro de la oscuridad y del silencio. Quería ir con su novio para saber si realmente lo amaba. “El mundo se ha vuelto agresivo para los enamorados”, exclamaba vistiéndose con una minifalda. La luz pasa a través de las puertas, el ruido atraviesa cualquier distancia.

“Sólo en la oscuridad y en el silencio antiguos sabré decirte si te quiero”, dijo Clinamen a su novio. Pero el novio de Clinamen sabía que todo lo que su novia hacía lo hacía por timidez. No la llevó al teatro del silencio y de la oscuridad y nunca supieron que se amaban.

Fuente:  http://www.pagina12.com.ar

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Una Flor Amarilla Por Julio Cortázar De Final de Juego Sudamericana 1968.



Parece una broma, pero somos inmortales. Lo sé por la negativa, lo sé porque conozco al único mortal. Me contó su historia en un bistró de la rue Cambronne, tan borracho que no le costaba nada decir la verdad aunque el patrón y los viejos clientes del mostrador se rieran hasta que el vino se les salía por los ojos. A mí debió verme algún interés pintado en la cara, porque se me apiló firme y acabamos dándonos el lujo de la mesa en un rincón donde se podía beber y hablar en paz. Me contó que era jubilado de la municipalidad y que su mujer se había vuelto con sus padres por una temporada, un modo como otro cualquiera de admitir que lo había abandonado. Era un tipo nada viejo y nada ignorante, de cara reseca y ojos tuberculosos. Realmente bebía para olvidar, y lo proclamaba a partir del quinto vaso de tinto. No le sentí ese olor que es la firma de París pero que al parecer sólo olemos los extranjeros. Y tenía las uñas cuidadas, y nada de caspa.
Contó que en un autobús de la línea 95 había visto a un chico de unos trece años, y que al rato de mirarlo descubrió que el chico se parecía mucho a él, por lo menos se parecía al recuerdo que guardaba de sí mismo a esa edad. Poco a poco fue admitiendo que se le parecía en todo, la cara y las manos, el mechón cayéndole en la frente, los ojos muy separados, y más aun en la timidez, la forma en que se refugiaba en una revista de historietas, el gesto de echarse el pelo hacia atrás, la torpeza irremediable de los movimientos. Se le parecía de tal manera que casi le dio risa, pero cuando el chico bajó en la rue de Rennes, él bajó también y dejó plantado a un amigo que lo esperaba en Montparnasse. Buscó un pretexto para hablar con el chico, le preguntó por una calle y oyó ya sin sorpresa una voz que era su voz de la infancia. El chico iba hacia esa calle, caminaron tímidamente juntos unas cuadras. A esa altura una especie de revelación cayó sobre él. Nada estaba explicado pero era algo que podía prescindir de explicación, que se volvía borroso o estúpido cuando se pretendía-como ahora-explicarlo.
Resumiendo, se las arregló para conocer la casa del chico, y con el prestigio que le daba un pasado de instructor de boy scouts se abrió paso hasta esa fortaleza de fortalezas, un hogar francés. Encontró una miseria decorosa y una madre avejentada, un tío jubilado, dos gatos. Después no le costó demasiado que un hermano suyo le confiara a su hijo que andaba por los catorce años, y los dos chicos se hicieron amigos. Empezó a ir todas las semanas a casa de Luc; la madre lo recibía con café recocido, hablaban de la guerra, de la ocupación, también de Luc. Lo que había empezado como una revelación se organizaba geométricamente, iba tomando ese perfil demostrativo que a la gente le gusta llamar fatalidad. Incluso era posible formularlo con las palabras de todos los días: Luc era otra vez él, no había mortalidad, éramos todos inmortales.
-Todos inmortales, viejo. Fíjese, nadie había podido comprobarlo y me toca a mí, en un 95. Un pequeño error en el mecanismo, un pliegue del tiempo, un avatar simultáneo en vez de consecutivo, Luc hubiera tenido que nacer después de mi muerte, y en cambio... Sin contar la fabulosa casualidad de encontrármelo en el autobús. Creo que ya se lo dije, fue una especie de seguridad total, sin palabras. Era eso y se acabó. Pero después empezaron las dudas, por que en esos casos uno se trata de imbécil o toma tranquilizantes. Y junto con las dudas, matándolas una por una, las demostraciones de que no estaba equivocado, de que no había razón para dudar. Lo que le voy a decir es lo que más risa les da a esos imbéciles, cuando a veces se me ocurre contarles. Luc no solamente era yo otra vez, sino que iba a ser como yo, como este pobre infeliz que le habla. No había más que verlo jugar, verlo caerse siempre mal, torciéndose un pie o sacándose una clavícula, esos sentimientos a flor de piel, ese rubor que le subía a la cara apenas se le preguntaba cualquier cosa. La madre, en cambio, cómo les gusta hablar, cómo le cuentan a uno cualquier cosa aunque el chico esté ahí muriéndose de vergüenza, las intimidades más increíbles, las anécdotas del primer diente, los dibujos de los ocho años, las enfermedades... La buena señora no sospechaba nada, claro, y el tío jugaba conmigo al ajedrez, yo era como de la familia, hasta les adelanté dinero para llegar a un fin de mes. No me costó ningún trabajo conocer el pasado de Luc, bastaba intercalar preguntas entre los temas que interesaban a los viejos: el reumatismo del tío, las maldades de la portera, la política. Así fui conociendo la infancia de Luc entre jaques al rey y reflexiones sobre el precio de la carne, y así la demostración se fue cumpliendo infalible. Pero entiéndame, mientras pedimos otra copa: Luc era yo, lo que yo había sido de niño, pero no se lo imagine como un calco. Más bien una figura análoga, comprende, es decir que a los siete años yo me había dislocado una muñeca y Luc la clavícula, y a los nueve habíamos tenido respectivamente el sarampión y la escarlatina, y además la historia intervenía, viejo, a mí el sarampión me había durado quince días mientras que a Luc lo habían curado en cuatro, los progresos de la medicina y cosas por el estilo. Todo era análogo y por eso, para ponerle un ejemplo al caso, bien podría suceder que el panadero de la esquina fuese un avatar de Napoleón, y él no lo sabe porque el orden no se ha alterado, porque no podrá encontrar se nunca con la verdad en un autobús; pero si de alguna manera llegara a darse cuenta de esa verdad, podría comprender que ha repetido y que está repitiendo a Napoleón, que pasar de lavaplatos a dueño de una buena panadería en Montparnasse es la misma figura que saltar de Córcega al trono de Francia, y que escarbando despacio en la historia de su vida encontraría los momentos que corresponden a la campaña de Egipto, al consulado y a Austerlitz, y hasta se daría cuenta de que algo le va a pasar con su panadería dentro de unos años, y que acabará en una Santa Helena que a lo mejor es una piecita en un sexto piso, pero también vencido, también rodeado por el agua de la soledad, también orgulloso de su panadería que fue como un vuelo de águilas. Usted se da cuenta, ¿no?.
Yo me daba cuenta, pero opiné que en la infancia todos tenemos enfermedades típicas a plazo fijo, y que casi todos nos rompemos alguna cosa jugando al fútbol.
-Ya sé, no le he hablado más que de las coincidencias visibles. Por ejemplo, que Luc se pareciera a mí no tenía importancia, aunque sí la tuvo para la revelación en el autobús. Lo verdaderamente importante eran las secuencias, y eso es difícil de explicar porque tocan al carácter, a recuerdos imprecisos, a fábulas de la infancia. En ese tiempo, quiero decir cuando tenía la edad de Luc, yo había pasado por una época amarga que empezó con una enfermedad interminable, después en plena convalecencia me fui a jugar con los amigos y me rompí un brazo, y apenas había salido de eso me enamoré de la hermana de un condiscípulo y sufrí como se sufre cuando se es incapaz de mirar en los ojos a una chica que se está burlando de uno. Luc se enfermó también, apenas convaleciente lo invitaron al circo y al bajar de las graderías resbaló y se dislocó un tobillo. Poco después su madre lo sorprendió una tarde llorando al lado de la ventana, con un pañuelito azul estrujado en la mano, un pañuelo que no era de la casa.
Como alguien tiene que hacer de contradictor en esta vida, dije que los amores infantiles son el complemento inevitable de los machucones y las pleuresías. Pero admití que lo del avión ya era otra cosa. Un avión con hélice a resorte, que él había traído para su cumpleaños.
-Cuando se lo di me acordé una vez más del Meccano que mi madre me había regalado a los catorce años, y de lo que me pasó. Pasó que estaba en el jardín, a pesar de que se venía una tormenta de verano y se oían ya los truenos, y me había puesto a armar una grúa sobre la mesa de la glorieta, cerca de la puerta de calle. Alguien me llamó desde la casa, y tuve que entrar un minuto. Cuando volví, la caja del Meccano había desaparecido y la puerta estaba abierta. Gritando desesperado corrí a la calle donde ya no se veía a nadie, y en ese mismo instante cayó un rayo en el chalet de enfrente. Todo eso ocurrió como en un solo acto, y yo lo estaba recordando mientras le daba el avión a Luc y él se quedaba mirándolo con la misma felicidad con que yo había mirado mi Meccano. La madre vino a traerme una taza de café, y cambiábamos las frases de siempre cuando oímos un grito. Luc había corrido a la ventana como si quisiera tirarse al vacío. Tenía la cara blanca y los ojos llenos de lágrimas, alcanzó a balbucear que el avión se había desviado en su vuelo, pasando exactamente por el hueco de la ventana entreabierta. "No se lo ve más, no se lo ve más", repetía llorando. Oímos gritar más abajo, el tío entró corriendo para anunciar que había un incendio en la casa de enfrente. ¿Comprende, ahora? Sí, mejor nos tomamos otra copa.
Después, como yo me callaba, el hombre dijo que había empezado a pensar solamente en Luc, en la suerte de Luc. Su madre lo destinaba a una escuela de artes y oficios, para que modestamente se abriera lo que ella llamaba su camino en la vida, pero ese camino ya estaba abierto y solamente él, que no hubiera podido hablar sin que lo tomaran por loco y lo separaran para siempre de Luc, podía decirle a la madre y al tío que todo era inútil, que cualquier cosa que hicieran el resultado sería el mismo, la humillación, la rutina lamentable, los años monótonos, los fracasos que van royendo la ropa y el alma, el refugio en una soledad resentida, en un bistró de barrio. Pero lo peor de todo no era el destino de Luc; lo peor era que Luc moriría a su vez y otro hombre repetiría la figura de Luc y su propia figura, hasta morir para que otro hombre entrara a su vez en la rueda. Luc ya casi no le importaba; de noche, su insomnio se proyectaba más allá hasta otro Luc, hasta otros que se llamarían Robert o Claude o Michel, una teoría al infinito de pobres diablos repitiendo la figura sin saberlo, convencidos de su libertad y su albedrío. El hombre tenía el vino triste, no había nada que hacerle.
-Ahora se ríen de mí cuando les digo que Luc murió unos meses después, son demasiado estúpidos para entender que... Sí, no se ponga usted también a mirarme con esos ojos. Murió unos meses después, empezó por una especie de bronquitis, así como a esa misma edad yo había tenido una infección hepática. A mí me internaron en el hospital, pero la madre de Luc se empeñó en cuidarlo en casa, y yo iba casi todos los días, y a veces llevaba a mi sobrino para que jugara con Luc. Había tanta miseria en esa casa que mis visitas eran un consuelo en todo sentido, la compañía para Luc, el paquete de arenques o el pastel de damascos. Se acostumbraron a que yo me encargara de comprar los medicamentos, después que les hablé de una farmacia donde me hacían un descuento especial. Terminaron por admitirme como enfermero de Luc, y ya se imagina que en una casa como ésa, donde el médico entra y sale sin mayor interés, nadie se fija mucho si los síntomas finales coinciden del todo con el primer diagnóstico... ¿Por qué me mira así? ¿He dicho algo que no esté bien?
No, no había dicho nada que no estuviera bien, sobre todo a esa altura del vino. Muy al contrario, a menos de imaginar algo horrible la muerte del pobre Luc venía a demostrar que cualquiera dado a la imaginación puede empezar un fantaseo en un autobús 95 y terminarlo al lado de la cama donde se está muriendo calladamente un niño. Para tranquilizarlo, se lo dije. Se quedó mirando un rato el aire antes de volver a hablar.
-Bueno, como quiera. La verdad es que en esas semanas después del entierro sentí por primera vez algo que podía parecerse a la felicidad. Todavía iba cada tanto a visitar a la madre de Luc, le llevaba un paquete de bizcochos, pero poco me importaba ya de ella o de la casa, estaba como anegado por la certidumbre maravillosa de ser el primer mortal, de sentir que mi vida se seguía desgastando día tras día, vino tras vino, y que al final se acabaría en cualquier parte y a cualquier hora, repitiendo hasta lo último el destino de algún desconocido muerto vaya a saber dónde y cuándo, pero yo sí que estaría muerto de verdad, sin un Luc que entrara en la rueda para repetir estúpidamente una estúpida vida. Comprenda esa plenitud, viejo, envídieme tanta felicidad mientras duró.
Porque, al parecer, no había durado. El bistró y el vino barato lo probaban, y esos ojos donde brillaba una fiebre que no era del cuerpo. Y sin embargo había vivido algunos meses saboreando cada momento de su mediocridad cotidiana, de su fracaso conyugal, de su ruina a los cincuenta años, seguro de su mortalidad inalienable. Una tarde, cruzando el Luxemburgo, vio una flor.
-Estaba al borde de un cantero, una flor amarilla cualquiera. Me había detenido a encender un cigarrillo y me distraje mirándola. Fue un poco como si también la flor me mirara, esos contactos, a veces... Usted sabe, cualquiera los siente, eso que llaman la belleza. Justamente eso, la flor era bella, era una lindísima flor. Y yo estaba condenado, yo me iba a morir un día para siempre. La flor era hermosa, siempre habría flores para los hombres futuros. De golpe comprendí la nada, eso que había creído la paz, el término de la cadena. Yo me iba a morir y Luc ya estaba muerto, no habría nunca más una flor para alguien como nosotros, no habría nada, no habría absolutamente nada, y la nada era eso, que no hubiera nunca más una flor. El fósforo encendido me abrasó los dedos. En la plaza salté a un autobús que iba a cualquier lado y me puse absurdamente a mirar, a mirar todo lo que se veía en la calle y todo lo que había en el autobús. Cuando llegamos al término mino, bajé y subí a otro autobús que llevaba a los suburbios. Toda la tarde, hasta entrada la noche, subí y bajé de los autobuses pensando en la flor y en Luc, buscando entre los pasajeros a alguien que se pareciera a Luc, a alguien que se pareciera a mí o a Luc, a alguien que pudiera ser yo otra vez, a alguien a quien mirar sabiendo que era yo, y luego dejarlo irse sin decirle nada, casi protegiéndolo para que siguiera por su pobre vida estúpida, su imbécil vida fracasada hacia otra imbécil vida fracasada hacia otra imbécil vida fracasada hacia otra...
Pagué.

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Odiseo


El legendario héroe griego Odiseo, era el rey de Itaca, una isla pequeña en el mar Jónio, donde vivía con su esposa Penélope. El era conocido por los Romanos como Ulises. Luego de pelear con los Griegos en la guerra de la ciudad de Troya, Odiseo comenzó su viaje de regreso a su casa. Su viaje de navegación fue obstruído por el dios del mar Poseidón.
Durante su viaje de regreso tuvo aventuras increíbles, pero su renombrada inteligencia lo ayudó a sobrevivir las numerosas dificultades, a pesar de que su tropa no fue tan afortunada. Despues de vagar diez años, finalmente llegó a su casa.

Durante su larga ausencia, sus enemigos trataron de convencer a su esposa Penélope para que se volviera a casar. Cuando llegó Odiseo, se disfrazó como un mendigo. Solo su perro viejo lo reconoció. Hasta entonces, Penélope permaneció fiel.

Ella no había visto a su esposo desde el comienzo de la guerra de Troya, veinte años atrás. Después de tantos años, se pensaba que ella era una viuda. Presionada por sus pretendientes, ella declaró que se casaría solamente con aquel que pudiera torcer un arco extremadamente duro que era de Odiseo. Todos sus pretendientes intentaron eso pero solo Odiseo lo logró.
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Migajas hielinas



La soledad
se desliza maliciosa
por las caricias de tus manos
mientras
el indefinido perfume
de las noches
se evapora al cielo
y lo pierdo para siempre.
La verdad
se retuerce inocente
entre las migajas
hielinas del sueño
tajeado
por una realidad maliciosa
que se escabulle hiriente
entre tus ojos.
Las sombras se extienden
aletargadas
tejiendo con paciencia sus hilos
y todo lo cubren, todo lo atrapan.
Esta noche voy a beberme tu nombre
hasta el fondo infinito
de la nostalgia
para dejar de sentirte.

Eve V.Gauna Piragine
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HERAKLES.


Es el HÉRCULES latino. Era hijo de Zeus y Alcmene (esposa de Amfitrion rey de Tebas) y hermano gemelo de Ificles. Al nacer no se llamó así sino Alcides, por su abuelo paterno Alceo. Su nombre le fué puesto más tarde por Apolo.
Su mito terminó siendo el resultado de la fusión de varias divinidades, a causa de las migraciones dóricas, pueblo en el que ésta era una de las grandes figuras. Fue absorviendo las hazañas de numerosos héroes locales e incluso de dioses cuya naturaleza era análoga a la suya, e incluso en Roma el mito fue enriquecido aún con numerosas aportaciones.
Sobre su concepción ver a su madre Alcmene.

Tan orgulloso estaba Zeus del hijo que iba a nacer, que presumió en plena asamblea de los dioses de que estaba a punto de nacer un niño llamado a realizar las más gloriosas empresas y a extender su dominio sobre toda Grecia.

Hera le hizo jurar lo que acababa de decir: que aquel día nacería un niño que reinaría sobre Grecia entera. Y apenas Zeus lo juró Hera voló a Argos, donde hizo que la mujer de Stenelos embarazada de siete meses diera a luz a Euristeo, corriendo al punto a Tebas a retrasar el parto de Alcmene. El tiempo fue suficiente para que apuntara un nuevo día, hecho de gran importancia porque el héroe quedó sometido a Euristeo, rey que instigado por Hera le impondrá los famosos trabajos.
Amfitrión una vez nacidos Heracles y Ificles, supo pronto cual de los dos era su hijo y cual el de Zeus. Una noche cuando los niños tenían ocho meses, Hera metió en su alcoba dos serpientes tremendas y mientras que Ificles empezaba a llorar, Heracles cogió a cada una con una mano y las estranguló.
Otra noche y para conceder al niño la inmortalidad, Hermes lo cogió de la cuna y lo subió al Olimpo y mientras Hera dormía le acercó a uno de sus senos. El niño empezó a chupar, más lo hizo con tan terrible fuerza que la diosa despertó dolorida y le rechazó. Pero el propósito ya estaba cumplido y con el chorro de leche que sobró se formó la Vía Lactea.

Zeus no descuidó la educación de su hijo, y tuvo como maestros al Centauro Quiron, a Linos, a su propio padre terrestre Amfitrión. Incluso se decía que al propio Apolo que le enseñó a tirar con el arco.

Ya a los dieciocho años mató a un león que había en la zona del monte Citerón (montaña del Ática) y cuando volvía de matarlo, encontró según llegaba a Tebas, a los enviados del rey de Orchómenos que venían a cobrar el tributo que los tebanos pagaban a los habitantes de este país. Heracles les cortó orejas y narices y los envió atados de vuelta a su país.

El rey de Orchomenos invadió Tebas pero fue batido por Heracles. Su padre Amfitrión murió luchando a su lado.

El nuevo rey de Tebas, Creón, casó a Heracles con su hija Megara y a la Menor con Ificles. Heracles y Megara tuvieron varios hijos. A todos los mató Heracles en un acceso de locura que le envió Hera, así como a dos de los hijos de Ificles y por poco mata también a su suegro. Cuando recobró la razón, y antes de irse a Delfos a purificarse se separó de Megara, la que dio como esposa a Iolaos.
Una vez en Delfos el oráculo le dijo que tenía que ir a Tirinto a ponerse bajo las órdenes de su primo el rey Euristeo durante un periodo de doce años y fue cuando Euristeo por mandato de Hera le impuso los doce trabajos siguientes:

1. Matar al León de Nemea.
2. Matar a la Hidra de Lerne.
3. Matar al jabalí de Erimantos - A su caza va unida la leyenda de su lucha contra los Centauros.
4. Traer viva a la cierva de Keronea - Era una de las cinco ciervas de cuernos de oro de las que cuatro tenía Artemis, y que estaban dedicadas a esta diosa, era pues una impiedad tocarlas.
5. Matar a las aves del lago Stmfalos - Aves monstruosas que comían carne humana, favoritas de Ares.
6. Limpiar las cuadras del rey Augeias - Rey de Elis (Peloponeso) e hijo del sol. Cuadras que no se habían limpiado nunca. Para lo cual desvió la corriente de dos ríos: el Alfeios y el Peneios, haciéndolos pasar por las cuadras.
7. Traer vivo al toro de Creta - Toro que Poseidón había regalado a Minos y que se había vuelto salvaje. Heracles lo trajo ante Euristeus, que quiso dedicárselo a Hera que lo rechazó, por lo cual el toro fue de nuevo puesto en libertad. Cruzó la Argolide, el istmo de Corinto, y llegó al Ática y será el mismo que matará Teseo en Maratón.
8. Las yeguas de Diomedes - Diomedes, rey de Tracia, tenía unas yeguas que se alimentaban de carne humana, Heracles se apoderó de ellas y hizo que se comieran al propio Diomedes.
9. El cinturón de la reina Hipólite- Símbolo del poder que Hipólite tenía sobre su reino de amazonas. Hipolite se lo dio sin discusión, pero Hera suscitó una disputa que degeneró en batalla y creyendo Heracles que había sido traicionado mató a Hipólite.
10. Los bueyes de Gerióneus - Los bueyes estaban guardados por el boyero Euritión y el perro Ortros. Heracles mató a ambos y dejó toda una serie de leyendas durante su viaje de ida y de vuelta con los bueyes.
11. Robar las manzanas del jardín de las Hespérides- En esta aventura liberó a Prometeo que estaba encadenado en el monte Caucaso, tras matar al águila, y sostuvo la bóveda celeste que sujetaba Atlas, mientras que este le alcanzaba las manzanas que solo él podía coger.
12. Traer al perro Cerberos - En esta aventura además liberó a Perseo que estaba en el infierno pegado al asiento donde le había dejado Hades, y también a Askalafos que gemía bajo una enorme roca por haberse chivado de que Perséfone había comido un grano de granada del jardín de Hades. Consiguió traer el perro con permiso de Hades, y no sabiendo que hacer con él lo volvió a los infiernos.

Fuente: Sol del sur


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Los Sabios De Los Árboles


No sin razón los druidas fueron llamados sabios de los árboles. La mentalidad de ellos era muy distinta a la que tenemos en la cultura moderna. Para un druida todas las cosas están interrelacionadas y dependen unas de otras. Uno no puede hacer algo sin que ello tenga repercusión en el todo. La naturaleza es un ser vivo en sí misma, y cada planta, cada animal es parte de ella y debe ser cuidada y respetada. La sociedad moderna usa todo para su beneficio, de manera indiscriminada, causando gran desequilibrio y caos; en la conciencia druídica eso es inconcebible, puesto que lo que importa es la unidad, no el interés individual. No se consideraba la tierra como propiedad del hombre ni a lo seres que la habitaban como inferiores, sino como seres que comparten la vida con uno, que tienen su sitio justo en el mundo y valen por sí mismos, no como un recurso más.

Para los celtas era un crimen dañar un árbol o a un animal. Cuando era necesario por ejemplo usar la madera de un árbol, no se cortaba así sin más sino que implicaba previamente todo un ritual que llevaba a ponerse en comunicación con el espíritu del bosque y del árbol, pedir su permiso para usarla para una causa justa y prometer así mismo retribuir lo tomado de alguna forma.

Un druida era un guardián del bosque en todo momento y su alma estaba en comunicación con todos los seres que lo habitaban. Nosotros, en cambio que nos jactamos tontamente de tener el poderío sobre la naturaleza nos encontramos ahora en un callejón sin salida. Los druidas fueron más sabios, y deberíamos aprender de ellos. El reto es claro: o recuperamos pronto la armonía con la naturaleza o perecemos.

LA EMBAJADA DE LOS CRONOPIOS CRONOPIOS


LOS CRONOPIOS viven en diversos países, rodeados de una
gran cantidad de famas y de esperanzas, pero desde hace
un tiempo hay un país donde los cronopios han sacado
las tizas de colores que siempre llevan consigo y han dibujado un enorme SE ACABÓ en las paredes de los famas, y con letra más pequeña y compasiva la palabra DECÍDETE en las paredes de las esperanzas, y como consecuencia de la conmoción que han provocado estas inscripciones, no cabe la menor duda de que cualquier cronopio tiene que hacer todo lo posible para ir inmediatamente a conocer ese país. Cuando se ha decidido ir inmediatamente a conocer ese país, lo primero que sucede es que la embajada del país de los cronopios comisiona
a varios de sus empleados para que faciliten el viaje del
cronopio explorador, y por lo regular este cronopio se
presenta a la embajada donde tiene lugar el diálogo siguiente, a saber: Buenas salenas cronopio cronopio.
Buenas salenas, usted saldrá en el avión del jueves. Fa-256
vor llenar estos cinco formularios, favor cinco fotos de
frente. El cronopio viajero agradece, y de vuelta en su
casa llena fervorosamente los cinco formularios que le
resultan complicadísimos, aunque por suerte una vez llenado el primero no hay más que copiar las mismas equivocaciones en los cuatro restantes. Después este cronopio va a un Fotomatón y se hace retratar en la forma siguiente: las cinco primeras fotos muy serio, y la última
sacando la lengua. Esta última el cronopio se la guarda
para él y está contentísimo con esa foto. El jueves el cronopio prepara las valijas desde temprano, es decir que
pone dos cepillos de dientes y un calidoscopio, y se sienta a mirar mientras su mujer llena las valijas con las cosas necesarias, pero como su mujer es tan cronopio como
él, olvida siempre lo más importante a pesar de lo cual
tienen que sentarse encima para poder cerrarlas, y en
ese momento suena el teléfono y la embajada avisa que
ha habido una equivocación y que deberían haber tomado el avión del domingo anterior, con lo cual se suscita
un diálogo lleno de cortaplumas entre el cronopio y la
embajada, se oye el estallido de las valijas que al abrirse
dejan escapar osos de felpa y estrellas de mar disecadas,
y al final el avión saldrá el próximo domingo y favor cinco fotos de frente. Sumamente perturbado por el cariz
que toman los acontecimientos, el cronopio concurre a la
embajada y apenas le han abierto la puerta grita con todas las amígdalas que él ya ha entregado las cinco fotos
junto con los cinco formularios. Los empleados no le hacen mayor caso y le dicen que no se inquiete puesto que
en realidad las fotos no son tan necesarias, pero que en
cambio hay que conseguir en seguida un visado checoslovaco, novedad que sobresalta violentamente al cronopio viajero. Como es sabido, los cronopios son propensos a desanimarse por cualquier cosa, de manera que257
grandes lágrimas ruedan por sus mejillas mientras suspira: ¡Cruel embajada! Viaje malogrado, preparativos inútiles, favor devolverme las fotos. Pero no es así, y dieciocho días más tarde el cronopio y su mujer despegan en
Orly y se posan en Praga después de un viaje donde lo
más sensacional es como de costumbre la bandeja de plástico recubierta de maravillas que se comen y se beben,
sin contar el tubito de mostaza que el cronopio guarda
en el bolsillo del chaleco como recuerdo. En Praga cunde
una modesta temperatura de quince bajo cero, por lo cual
el cronopio y su mujer casi ni se mueven del hotel de tránsito donde personas incomprensibles circulan por pasillos alfombrados. De tarde se animan y toman un tranvía que los lleva hasta el puente de Carlos, y todo está
tan nevado y hay tantos niños y patos jugando en el hielo que el cronopio y su mujer se toman de las manos y
bailan tregua y bailan catala diciendo así: ¡Praga, ciudad
legendaria, orgullo del centro de Europa! Después vuelven al hotel y esperan ansiosamente que vengan a buscarlos para seguir el viaje, cosa que por milagro no sucede dos meses más tarde sino al otro día.
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