A pesar de su rechazo legendario a todo tipo de vida social y a fortiori institucional, Adolfo Bioy Casares participa tempranamente en la comisión directiva del PEN Club Argentino. En 1960, el congreso del PEN Club tiene lugar en Río de Janeiro, la última semana de julio, y Bioy se deja convencer de hacer el viaje. La estadía en el Brasil confirma su «amistad por las letras italianas», evocada en un artículo tardío para La Nación (14 de enero de 1996): «En 1960, durante mi asistencia a una reunión del PEN Club, en Río de Janeiro, me sentí muy amigo de la delegación italiana: más de una noche comí en el restaurante italiano de Copacabana junto a Moravia y Elsa Morante, Morra, Bassani y otros». El diario de este viaje sólo había conocido una tirada confidencial, en 1991, en Grupo Editor Latinoamericano. De modo que el libro propuesto ahora es una casi absoluta novedad.
Abril de 2010. En vez de escribir un epílogo a Unos días en el Brasil, me pongo a leer el Borges de Bioy, que me resisto a abrir desde que apareció. Pronto se confirma lo que ya me dijeron varios amigos: que es uno de los libros más importantes de la literatura argentina de la segunda mitad del siglo XX. Leo en la primera página (domingo, 28 de diciembre de 1948): «En Pardo. Conversación con Silvina. Dice que cada uno de nosotros tiene un tema, al que siempre vuelve: Borges, la repetición infinita; ella, los diarios proféticos; yo, la evasión a unos pocos días de felicidad, que eternamente se repiten».
Bioy no sabe por qué aceptó la invitación, no quiere hablar en público, no logra seducir a ninguna
El libro enorme me da la clave del (extraordinario) libro pequeño: leer la participación de Bioy en el congreso del PEN Club de Río de Janeiro, hace exactamente cincuenta años, como el relato de una evasión. «Probablemente juego a los riesgos de la aventura y de la soledad, sin correr riesgo.» Practicar la soledad y el turismo como una disciplina y un arte, gozar y desesperarse a la vez del alejamiento, del dépaysement, que construyen a tantos de sus «héroes» apresurados, azorados, al acecho de alguna intriga, amorosa si puede ser. O mejor dicho: desconfiados de cualquier intriga que no sea amorosa. Viajar, escribir. Viajar para escribir, escribir para olvidarse de que uno está viajando, y para recordarlo después. ¿Y si Bioy fuera el mayor diarista del continente? «Lunes, 27 de octubre de 1958. Borges siempre me precave contra la tentación de tomar demasiado en serio nuestro trabajo: todo debe hacerse, pero discretamente, en los ratos que deja la vida.»Acabo de releer, con la fruición de siempre, Unos días en el Brasil. Recortar el diario de ocho días aburridos e innecesarios, casi insignificantes a pesar de algunos encuentros amistosos y de la continua espera erótica (la entrevista y postergada Ophelia, que un día del 51 «se había desmayado de amor» por Bioy, al pasar al lado de su mesa, en el comedor del barco), enmarcándolo en el recuerdo de un viaje anterior, basta para transformarlo en relato –en ficción–, basta para darle este carácter novelesco inconfundible que cada página suya logra desde siempre convocar, aun sin proponérselo. Sensación de una huida perpetua, de un insoportable e incomprensible (y sin embargo apetecible) desplazamiento: Bioy no sabe por qué aceptó la invitación, no tiene nada que decirles a los otros invitados, no quiere hablar en público (¡es «escritor por escrito»!), no logra seducir a ninguna mujer ni interesar de verdad a ninguna estrella literaria; apenas llega a algún lugar del mundo empieza a preguntarse por qué no prefirió «no hacerlo», y quedarse en casa.
La reunión literaria como colmo de irrealidad, como triste trampa fantástica: «¿Quién no tropezó alguna tarde, en la Sociedad de Escritores o en el PEN Club, con el pobre Soames del inolvidable cuento de Max Beerbohm?», escribe Bioy en la posdata de 1965 al prólogo de la Antología de la literatura fantástica. Lo que no significa, a decir verdad, que se encuentre más a gusto en su papel de escritor sedentario, ni tampoco dentro de su obra.
El diario de este viaje sólo había conocido una tirada confidencial, en 1991, en Grupo
A fin de cuentas, Bioy parece estar siempre al lado de su obra, fuera de ella, en el más allá decepcionante e irónico –o levemente nostálgico– de sus libros maestros irrepetibles de juventud o de madurez. ¿Por qué, para qué seguir escribiendo después de La invención de Morel, de La trama celeste, de El sueño de los héroes, de Dormir al sol? ¿Por qué ser escritor, en vez de vivir? Tal vez simplemente para escribir todavía La aventura de un fotógrafo en La Plata, para resucitar algunas páginas olvidadas de un diario y redimir el amor frustrado con Opheliña o continuar el diálogo interrumpido con Borges; para seguir transformando cualquier día de su vida en un viaje y una aventura, cualquier lugar del mundo en una isla encantada, donde todo se vuelve posible, e incluso deseable.
fuente: http://www.abc.es/20100903/cultura/ratos-deja-vida-201009031318.html
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visita: http://ajedrezyborges.blogspot.com/
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