¡SOY BOHEMIA ! ¿Y QUÉ?

Siempre me preguntan ¿que es ser Bohemio? les respondo : El Bohemio vive por vivir , se llena de angustia sin tener por qué, pero está alegre cuando otros no están.

El Bohemio vive su vida incansable de ideas ,algunas creativas y otras filosóficas, todas para hacer de su vida un paraíso. El Bohemio no teme, solo porque él vive su vida como quiere, ahora sin causarles daños a sus semejantes. Vive la vida con principios y hasta con responsibilidad pero hace lo que quiere cuando quiere. En la música encuentra pinturas, en las poesías encuentra música, y en las pinturas encuentra versos ...es así mientras que se bebe su copa y sin faltar un café en un bar escondido adonde solo se lee por la media luz y la atmósfera del tabaco. La noche es su tarima....ahi baila, canta, bebe, conversa y admira a otros como él. Se proclama el duende de la noche. Ve el mundo con otros ojos ...él ve colores en el cielo nublado, ve la melancolía en una rosa brillante en su esplendor.

Gracias a todos que entienden estas breves letras. ¡SÍIIIIIII!!!! ¡Soy una Bohemia !!! ¿y Qué?

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"Mister Internet" - Nota de Delfina Acosta desde Asunción del Paraguay

EDUARDO PRATT

En esta entrevista conoceremos al hombre que está detrás de “Letras Paraguayas”, el Portal Guaraní que recoge materiales literarios e históricos de nuestro país. Apasionado por todo cuanto hace, Eduardo Pratt se está convirtiendo en una figura indispensable para quienes desean hacer conocer su obra artística a los lectores del Paraguay y de los países de habla hispana.

“Nací en 1968, en Asunción. Cursé los estudios primarios y secundarios en el Colegio San José, los universitarios hasta el tercer curso en la Universidad Católica Nuestra Señora de la Asunción. Fui presidente del Centro de Estudiantes por dos períodos, coordinador general de 4 Juegos Universitarios, gerente administrativo de los clubes Olimpia y Sol de América de Asunción, secretario administrativo de la Copa América Paraguay 1999. Actualmente, me desempeño como director del espacio web http://www.portalguarani.com/ ”, refiere.


- ¿Cómo nació la idea de hacer un Portal Gigantesco para “Las Letras Paraguayas”?


En el año 2008, inicié un proyecto para armar un espacio web destinado a la comercialización de obras de arte, libros y artículos diversos, pero de origen paraguayo. Al poco tiempo transformé la idea inicial en un proyecto más amplio y abarcante (pero no rentable a corto o mediano plazo), en principio destinado a la difusión de las artes visuales, es decir, creé un espacio donde la idea original era agregar datos biográficos, comentarios y obras de artistas nacionales incluidos en el Diccionario de Artes Visuales, del señor Lisandro Cardozo. Complementé los datos con las obras de Ticio Escobar, Olga Blinder, Josefina Plá, Vicky Torres, Livio Abramo, Osvaldo González Real y el Catálogo Gente de Arte–Producción de los 90.
La finalidad era la difusión de la Cultura; pues bien, faltaba otro elemento fundamental: las letras; entonces creé otra galería llamada ‘LETRAS PARAGUAYAS’; utilicé para la misma el libro Antología de la Literatura Paraguaya, de Teresa Méndez-Faith; fui complementando la galería con materiales de Carlos R. Centurión, Juan Sinforiano Buzó, Francisco Pérez-Maricevich, Victorio Suárez, Susy Delgado, Raúl Amaral, Miguel Ángel Fernández, Mario Halley Mora, Rudi Torga, Pedro Encina Ramos, Carlos Villagra Marsal, Víctor Daniel Torales, Luis María Martínez. Para la sección de compositores y músicos me basé en el Diccionario de la Música Paraguaya, del maestro Luis Szarán, y en las obras del maestro Florentín Giménez.

En dos años, he utilizado como referencia algo más de 1.000 libros y 2.000 documentos, entre ensayos, letra de músicas y canciones paraguayas, discursos y conferencias que destacan la labor de más de 1.150 representantes de nuestra cultura escrita.
En la parte de Artes, se menciona la labor de más de 450 artistas paraguayos con un registro superior a las 10.000 obras.


- ¿Qué es Portalguarani.com, en síntesis?

Una amplia base de datos donde tanto el público nacional como internacional puede encontrar datos de artistas, autores, compositores, numismática (monedas y billetes), sellos postales, informes sobre museos, centros culturales, y galerías de arte.
Debo destacar que el público no tiene ningún tipo de restricciones para acceder a cualquier información; no se debe pagar nada, ni registrarse.
El portal no tiene palabra propia, no opina ni a favor ni en contra de nadie, no tiene ideología política ni religiosa, ni es el más grande ni el más chico. Su objetivo es constituirse en una herramienta de trabajo y lo que hace es transmitir información destacando siempre la fuente de la información.


- ¿Cómo se forma parte del portal?
 
Los espacios del Portalguarani.com son gratuitos para autores y artistas paraguayos. Para los que ya figuran, pueden colaborar actualizando los datos consignados y completando el espacio con obras y exposiciones para artistas o materiales publicados. También se pueden incluir los textos inéditos.

El ideal sería mantener actualizada la base desde la primera a la última actividad del artista/autor.
Los artistas que no figuran aún deben acercarnos a la oficina los materiales necesarios para armar su espacio.
Para los amantes del arte o las letras, las puertas están abiertas para cualquier colaboración con materiales, imágenes, ideas y sugerencias.


- ¿Existe un espacio destinado a nuestro patrimonio intangible, el idioma guaraní?

El idioma guaraní es una parte importante de lo que es el paraguayo; es un componente de su vida, de su orgullo y transmite una sensible forma de ser y de vivir.
No debemos perderlo; su importancia a nivel mundial como lengua autóctona es hoy una realidad indiscutible.
Al gramo, el portal contiene hoy, algo más de 1.000.000 de palabras en guaraní, entre documentos, poesías, relatos, y teatro donde están incluidas obras de Manuel Ortiz Guerrero, Emiliano R. Fernández, Rudi Torga, Félix Fernández, Julio Correa, Lino Trinidad Sanabria, Félix de Guarania, Susy Delgado, Miguelangel Meza y muchos más.


- ¿Se pueden encontrar ediciones digitales en Portalguarani.com?

Nuestro trabajo en cuanto a LETRAS PARAGUAYAS, se resume a referenciar un libro, destacando tapa, prólogo, índice, y un pequeño fragmento del libro para que el visitante logre insertarse plenamente en el mundo del autor. La meta es que se compre el libro o un material posterior del mismo autor.
En cuanto a tu pregunta, SÍ, se puede acceder a más de 300 libros de autores nacionales que están mencionados en el espacio del autor pero enlazados a las Bibliotecas: “Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes”, “Biblioteca Virtual del Paraguay” y “Biblioteca Virtual Augusto Roa Bastos del Centro Cultural El Cabildo”.


- ¿Qué más quisieras agregar?

Tanto, pero lo primordial es que a través de este medio pueda invitar a todos los artistas o autores mencionados para participar de un proyecto paraguayo, que no tendrá con el tiempo nada que envidiar a ninguna página mundial. Se diría DE PARAGUAY PARA EL MUNDO.

Entrevista de Delfina Acosta
18 de Septiembre de 2010

Dad paso a los monarcas - por Delfina Acosta


Todos los poetas son monárquicos. Yo me incluyo. Pobre de mí, miserable criatura que Dios envió al mundo como prueba de su mala voluntad.


Todos los poetas son monárquicos, decía. Una vez, una tía le dijo a algún curtidor de versos que sus poemas estaban buenos, muy buenos, y desde entonces, él no acepta crítica alguna. Es más, corres el riesgo de perder su amistad y de ganar su odio, si le dices en la cara que lo que está escribiendo no es más que una ofensa al Arte, y que lo que dice –ahora– ya lo dijeron los gatos.


Hay que ver cuán monárquicos son los poetas.


Como son reyes, suyos son los valles y sus lirios, y el arroyo con sus peces que va corriendo, ciego, hasta la sombra de una higuera.

También son suyos el desprecio y la burla con que leen las obras de sus pares. “Pero si esto es una mierda. Yo no escribiría nunca algo así. Además la métrica deja mucho que desear, y para qué sigo hablando si el tono de la obra es el reflujo de una cloaca salido de un refugio de ratas”, dice uno, malévolo, frente a un libro ajeno.
 
Otra vez, un poeta de juveniles años, ganó un segundo premio en un concurso de “Juegos Florales”, y desde entonces no hay nadie que lo baje de su carroza de rosas y de adelfas. El escribe las mejores cursilerías y va por ahí, mezclándose con la bruma de los cigarrillos de los escritores en un bar, a buscar un sentido elogio sobre su persona. Y ocurre que a nadie se le ocurre decirle que es un versificador de tercera categoría, que sus versos son como arañas reventadas sobre un papel, para no hacerle pasar un mal rato, nada más, y él se queda pensando cuán difíciles y mezquinos se volvieron los tiempos para los artistas. “Debo buscar el reconocimiento que merezco en otro sitio porque está visto que aquí me han tomado envidia”, dice, y se va, ofuscado, con su carroza a otra parte.
 
No se te ocurra, amable lector, decirle a un poeta que escribe mal.


Puedes decirle que es mal padre, mal chofer, mal amante y peor marido, pero no se te ocurra expresarle una oportuna corrección cuando él te solicita una opinión sobre sus odas porque pensará que la envidia te inspira y no tienes la sobriedad suficiente para juzgar una línea, un término.
 
Ocurre que un viejecito de acento porteño que solía conversar con Jorge Luis Borges, le dio dos o tres palmadas a un poeta después de leer su opúsculo sobre las mariposas negras, y él creyó que tendría la aprobación a su talento de su lado, si el autor de “Fervor de Buenos Aires” viviera.
 
Podrás, por otro lado, sacarle dientes a un poetastro, pero jamás una aprobación sobre aquellos versos tuyos que dicen, más o menos, lo siguiente: “Del jazminero pendía un aroma, y del aroma pendía la flor”.


Ah... la monarquía de los poetas.

Allá van a respirar el aire de su reino dividido en cuartetos y tercetos.
 
El sabe de su capa y de su carroza adornada con migas de oro, pero nadie es capaz de rendirle pleitesía, ni de inclinarse ante su paso que deja como un tañer de luz del sol sobre su corona dorada.


Escribiré, en la postrimería de mi existencia, un libro sobre la monarquía de los poetas en el mundo. Y daré nombres y títulos de los libros, para deleite y confusión de los lectores.

Aquel vate tonto, hoy por hoy idolatrado, será desenmascarado.

Delfina Acosta
5 de Septiembre de 2010
Asunción del Paraguay.

"Paraguayo busca trabajo en Buenos Aires"


Armando Almada Roche ha publicado una novela que lleva un título ligado a la realidad paraguaya: Paraguayo busca empleo en Buenos Aires. El texto fue editado por la firma Arandurá. En las primeras páginas puede notarse sentidamente la presencia del padre, el primer herido de la Guerra del Chaco, según las palabras del autor, quien, consumido por la pobreza, va reiteradas veces, después de cobrar su miserable pensión de guerra al Centro de Excombatientes. Y no, no viene la paga por tanta entrega allá, en el infierno verde. El caso es que toda esperanza de conseguir “algo” se muere ante el insípido funcionario que le dice que otra vez será, otro día, otra semana...

Luego, la familia, acorralada por la miseria, decide hacer un viaje (mediante la venta de algunas cosas de valor) a la Argentina. Y es el viaje, con el padre preso de alucinaciones, uno de los pasajes de mayor fortaleza literaria de la obra, que tiene su escenario y sus detalles lingüísticos de mayor densidad en dicha etapa del libro.

La vida en Buenos Aires, en una de las tantas villas miserias, nos hace ver de paso nuestra realidad: esperar, aguardar, roído por la impaciencia y el hambre, la llegada de los camiones que traen desechos, camas destartaladas de hospitales, cualquier cosa que se considera ya inútil.


En el basural hay de todo, aun cadáveres, sobre los cuales se echan los perros famélicos.

Y la novela continúa.
 
Y la vida en Buenos Aires tiene sus urgencias.

Vivir en una villa miseria presenta un panorama vacío, casi espectral.
Por una de esas cosas que tiene el destino, el protagonista, o sea, Armando Almada Roche, consigue trabajo (después de una afanosa búsqueda de empleos en la sección clasificados del diario Clarín) en un instituto, el Instituto Malbrán, donde se hacen experimentos con los animales. El solo hecho de haber madrugado y llegado primero, le da la oportunidad de conseguir el empleo.
 
Y su empleo consiste en limpiar las cajas de acero inoxidable de las lauchas salvajes. Escribe Armando Almada Roche: “Ni bien uno abría ligeramente con la espátula de hojalata la caja, las ratas, o lauchas, o lo que fuere, salían volando metiéndose por los rincones de la pieza, entre los muebles, en el baño, en cualquier lugar. Y yo tenía que agarrarlas una por una, tirándome y arrastrándome por el piso, y, cuando las agarraba, me mordían y las saltaba puteando, y mirándome las manos. Menos mal que estaban inoculadas, porque si no quién sabe qué clase de peste podrían contagiarme”.
 
Las circunstancias que debía sobrellevar en su lugar de trabajo eran delirantes, como puede leerse.


Y ese recorrido diario por los sitios donde estaban los monos, las víboras y otros monstruos del instituto nos muestran un lado entre grotesco, irracional y risible al mismo tiempo que la vida arrima al ser humano.
 
El tiempo de la fama de escritor y periodista le ha de llegar al protagonista con una entrevista hecha a Jorge Luis Borges. Dicho sea de paso, Borges daba entrevistas a la gente, pues le gustaba despacharse con su ingenio en torno a las preguntas. Y lo más suculento, de aquella suerte de estrella que cayó sobre el entrevistador, es que el autor de Fervor de Buenos Aires le confesó que era descendiente de Domingo Martínez de Irala, “un hombre que hizo mucho por el Paraguay”. Pero ahí no paran, por supuesto, sus éxitos. Se convierte en un profesional de las entrevistas; conversa con los más famosos escritores de la época, para envidia y celos rabiosos de los operarios del Instituto Malbrán.


Hace una nota al mayor de los poetas del Paraguay: Hérib Campos Cervera. En un decirlo todo: consigue llegar a la meta.


Esta novela es una suerte de autobiografía de una persona que sabe arreglar el mundo a su manera.

La obra tiene muchas escenas de sexo, de delirio, de humanidad que se lleva o se sobrelleva, según las circunstancias. Es la muestra más acabada de que el hombre hace su destino. No hay términos medios. Todo es radical en Paraguayo busca trabajo en Buenos Aires. El lenguaje arrastra al lector. En otra palabras, es una joya.

Delfina Acosta

BREVE RESEÑA DEL AUTOR:
Armando Almada Roche nació en Formosa, Argentina, de padres paraguayos, y pasó casi la mayor parte de su vida en Asunción, Paraguay. Ejerció los más diversos oficios: cantante, bailarín, dibujante, actor, periodista. Colaboró en los medios gráficos más importantes de Buenos Aires: La prensa, La Nación, La Opinión, Tiempo Argentino, Clarín, Siete Días, Primera Plana. También fue una suerte de corresponsal literario de los diarios de Paraguay: Hoy, Última Hora, La Nación, Ñandé. En la actualidad, colabora con el Suplemento Cultural del diario ABC Color.

El autor agradece cualquier comentario:
armandoalmadaroche@yahoo.com.ar

La cédula sicológica - De Delfina Acosta para sus colegas escritores

Soy una persona sensible, muy sensible. Me gusta analizar a la gente. Tengo un perfil bajo, casi el perfil de una abeja, pero nadie, al observarme, y verme así, tan poca cosa, puede entrever que yo puedo tener, al cabo de una hora de conversación con una persona, una cédula de su personalidad. ¿Nuevo término? Pues sí. O acaso, no.


Cuando termino de leer un libro, sobre todo un texto por el que se deslizan fuertes pasiones, intrigas y desvelos del ánimo, ya tengo una opinión más o menos formada sobre el autor.

Cuántos escritores han pasado por mi laboriosa cabecita. Escritores amargados, dados a despreciar la vida y dispuestos a arrojarse, un domingo por la tarde, preferentemente cuando el reloj marca las cinco, desde un balcón.

Escritores que viven rezongando, hojeando con desdén su propia obra, y escupiendo el vacío de las horas que pasan, pues su genio atormentado les lleva a pensar que sería mejor prender fuego a todos los libros que han escrito. Solo valoran su biblioteca pues en ella están las obras de Tolstoi, Dostoievski, Miguel de Cervantes y otros talentos que el lenguaje ha dado.


Hay algunos que se salvan de sí mismos, y piensan que sí, que el próximo libro será mejor, y vendrá el reconocimiento de la crítica seria y madura.

La inestabilidad amorosa es la constante de los poetas.


Y hay que leerlos para penetrar en un mundo donde la víctima, o sea el poeta, entra en un estado de melancolía que es su vino para escribir los mejores poemas de amor y de desdicha.

Cierto desequilibrio emocional turba el carácter de los creadores literarios. Aunque muchos se mantienen en la raya de la razón.

Pero la razón total no existe; eso lo creo yo.

Muchos vates no dejan entrever el malhumor que los acucia a partir del ocaso; es que escriben tan bien y hacen tan buena pintura de la métrica y de la musicalidad, que uno los respeta y hasta tiene la impresión de que son pavos reales creados para marcar la diferencia entre los iluminados, y el resto, los seres humanos ramplones e intrascendentes.


Al envidioso le viene bien la envidia. Con envidiar a los escritores que se destacan, van sacando, esfuerzo de por medio, las mejores chispas de su ingenio y de su creatividad.

Ah... la psiquis de los escritores.

En la profundidad de su dolor (no todos los escritores son seres descontentos), de su incapacidad para comunicarse libremente con las demás personas, buscan el papel para despacharse contra Dios, contra la tarea forzada de vivir en un mundo donde los poderosos se aprovechan de los débiles, y donde la lógica se esfuma ante la presencia de los mendigos alrededor de las iglesias a las que acuden las damas piadosas.


Conozco la turbulencia, la intolerancia, el egocentrismo, la vanidad, la obsesión, la cobardía, las frustraciones, el humor inflado por la ira y los pensamientos castigados por el cansancio de los escritores.


Sus obras son como cartas echadas por una vidente que me permiten ver más allá, mucho más allá de lo que los autores ven. Puedo entrar en sus complejos. Miro en su interior y veo el rebullir de la carne y de los deseos.

Creo, si no hay objeción, que voy creando un nuevo estilo literario.


Me refiero a la cédula sicológica.

Si no hay objeciones, ni enojos, doy por concluido el asunto. Y a otra cosa, mariposa.

Delfina Acosta
22 de Agosto de 2010

Un viejo libro de César Vallejo - nota de Delfina Acosta (Asunción-Paraguay)

Estaba buscando el libro llamado Trilce, de César Vallejo, en mi biblioteca.


Antes de encontrarlo, enfermo ya de humedad, y con ese olor característico de páginas invadidas por los ácaros, me topé, así, como con un aire de violetas, con el libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada.

Es difícil, casi imposible, pasar por alto aquel hermoso texto de Pablo Neruda, pues el mismo resulta ser la conjunción de toda la poesía de Latinoamérica, y más todavía. Tiene tanto ayer, como presente, y futuro.
 
Leí el poema número 20, y luego, leyendo ya a Vallejo, me llegó la interrogación suprema que invariablemente se me presenta cuando me encuentro con la obra de poetas densos, difíciles, profundos. ¿Por qué tanto error gramatical premeditado siendo la lengua española motivo de enseñanza y donaire? Cierto es que los errores gramaticales son la vergüenza de la poesía, de la literatura misma.


Pero aquellos errores gramaticales suyos, junto con una suerte de juego a que juego con la sintaxis, fueron, sin embargo, preparando un destino luminoso, estrellado. Trilce, el segundo poemario del poeta peruano, marcó definitivamente a las generaciones de líricos que después vinieron. Y los críticos alabaron a este poeta hispanoamericano.
 
Y es que mucho valor deben de tener esas palabras que se dicen y que no se dicen, ese juego de vaciar los términos de diccionario en el aire, con un movimiento cotidiano, con un juego coqueto de la cola, con una invención que rompe esquemas, definitivamente.
 
Pero si ya lo decía Antenor Orrego, el autor del prólogo, quien descubre en el vate una “técnica renovadora y distinta, la vocalización de la palabra original, la edénica puerilidad del vocablo, una manera personal y directa con que el poeta rompe a hablar porque acaba de descubrir el verbo”.


Sí. Cierto es que su lirismo es la clave de su éxito. Su lirismo inspira, porque es hijo, o costado de otra estrella del universo. No es el lirismo al que nos tienen acostumbrados los viejos, los antiguos poetas.
 
Es un lirismo de dos o tres maneras. Hostiga a la amada. Apremia a su querida. Lamenta la ausencia de su amante. Y esto lo hace con un lenguaje que es el fermento de una cotidianidad ácida. Porque todo es ácido y relumbrante en él. Aunque el ejercicio de su arte poético se recrea y se entusiasma en las alas de la libertad.


Yo creo que la revista TRILCE, creada en Chile, por Omar Lara, hace un honor gigante a César Vallejo.
 
Las palabras, que corren como aguas, citan a otros poetas que trabajaron en la elaboración de la urdimbre trilceana: Luis Oyarzún, Walter Hoefler, Federico Schof, Juan Epple, Enrique Valdés.


Esa catarsis de su poesía, ese modo de irse de las palabras que conforman, por la ley del pensamiento y del sentido común, una unidad dentro del poema, ha entusiasmado a muchas generaciones.

Se derrumbó el esquema de una poesía tradicional. Se empezó a elaborar una trama donde el lenguaje respondía a los placeres de la anarquía.


César Vallejo es un gran poeta. Y su poemario Trilce desconcierta, abruma, pero tiene ese algo, esa chispa de la genialidad, que levanta los brotes de la inspiración en quienes lo leen.

Delfina Acosta
17 de Julio de 2010
abc digital

POESÍA - de Delfina Acosta - Asunción - Paraguay


Sólo tu voz es dulce, poesía,

porque por ella he sido yo narrada.
Con tierna obstinación tus ojos pones
donde clavé, vencida, mi mirada.
Ya te mandaron a morir, mas tú
como una flor del campo te levantas.
La hoguera preparada para ti
en tus lozanos pétalos se lava.
Porque eres mustia entre las bestias todas,
garza de invierno, yo te siento hermana.

Vestimos un amor desesperado,

que nos desnuda el pecho y las espaldas.
Debajo de borrascas vas y vienes
como una cabellera de palabras
y enferma caes de capullos nuevos,
de aroma fresco y pena enamorada.

DELFINA ACOSTA

Paloma - Un poema de Delfina Acosta (Asunción del Paraguay)

Melancolía: el sauce sin sepulcros,
la tierra que no alcanza a ser magnolia,
los ojos del crepúsculo, el adiós
de aquel borroso marinero a solas.
Y qué melancolía aquella rama
sin flores, sin hormigas, sin alondra.
Mi corazón desesperado busca
al extranjero infiel que no me nombra.
La tarde se ha poblado de distancia.
Por un amor se apagan seis farolas
y ladran siete perros vagabundos.
Transcurre en los jazmines el aroma
de toda la palabra enternecida
que nadie me decía en dulces horas.
Me quiso mensajera. Él se llevó
atada a su silbido mi paloma.

La puerta - Un poema de Delfina Acosta


Cualquiera llama a mi pequeña puerta.

Cenar suelo con reyes y mendigos.
Ay, cómo me atareo en repartir
en dos iguales partes lo servido.

Y es entre gente que a mi casa llega
contándome unos casos divertidos,
cuando me acuerdo yo de tu anunciada
visita, bienamado, y ahorro el vino.

Mi hogar aseo día a día y pongo
sobre la mesa aroma de jacintos.
Mientras te aguardo, ¿quién también te aguarda?
Y si tú llegas, ¿cena quién contigo?

Señor, que me confundes o enterneces
con tus palabras puestas en mi oído.
¿Las cosas que me dices son las mismas
que oyen las otras y les da lo mismo?

Delfina Acosta
Asunción del Paraguay

ORQUÍDEAS PARA CLARA - Un cuento de Delfina Acosta


Por un camino de polvo uno iba a la Farmacia Lázaro, y ahí, el farmacéutico, que llevaba una vida sedentaria, te contaba algún chisme, cualquier zoncera, porque gran cosa no ocurría nunca.
Todo era un asomarse a la ventana, y mirar a la calle, que al atardecer tenía un color sombrío y apagado, y luego, cansado del triste espectáculo volver a meterse en la casa para esperar que cayera la noche y echarse sobre el lecho.
En la casa de enfrente vivía una adolescente paralítica.

A las seis en punto de la tarde, una mujer robusta, con el cabello recogido en un pañuelo de colores, la sacaba al patio que daba a la calle, y la adolescente, de rostro pálido y pecoso, se quedaba como un ave sobre un tendido eléctrico, ansiosa por volar, pues había que ver cómo se le quitaba el rostro triste, y la elocuencia, las palabras en pleno aleteo, le dibujaban un semblante feliz.
En las otras casas, que eran pocas, las puertas permanecían cerradas.
La gente no caminaba al atardecer por la calle.
Y aquella conducta de sacar al perro para que paseara no existía pues las personas eran de vivir adentro, y escuchar la radio que pasaba música internacional, pero de las salidas del fuelle de un acordeón, del viento de un trombón y de las teclas de un piano, y no las que alcanzaban los pulmones de un vigoroso tenor italiano pues la tendencia era oír sólo el clamor de los instrumentos musicales.

Clara se aburría.
Era demasiado largo el tiempo que transcurría entre los cuerpos celestes, con fogonazos y apagones de luz; ella daría lo que fuera por atraer la atención de alguien, y luego pedirle que le contara todo, desde el principio hasta el final, o sea alfa y omega, y seguir así, dale que te dale, y que fuera tarde para continuar hablando y aparecieran las primeras luciérnagas del crepúsculo, pero continuar lo mismo.

Mientras comía, a la hora del almuerzo, su invariable porción de chuleta de cerdo y de puerro, pensaba qué haría después de la siesta, en qué distracción haría vagar sus horas blancas, pero terminaba sentada en el sillón del patio, leyendo alguna vieja revista.
Durante una tarde de sol que picaba, y mucho, alguien golpeó las manos en su portón.
Fue a atender.
Era un hombre oriental. Dijo llamarse Kato Akagi. Y bajo el sol inclemente y picante como un sello salino en la frente, le fue diciendo, con suma amabilidad, que traía orquídeas de las mejores y de las más exóticas especies, y que se contentaría, en caso de que lo tomara como jardinero, con un lecho para dormir y comida. Conocía bastante de plomería y de instalaciones eléctricas además.

Clara sabía que no podría mantenerlo, pero ya le vendría una invención, una idea, una chispa hija del apuro, y lo contrató.
El oriental, que resultó ser japonés, tenía su edad: 30 años.
A los quince días Kato ya había formado bajo la enramada de la vid un sitio rectangular y parejo para las orquídeas, que él llamaba “su pueblo”. A menudo lidiaba contra las abejas que venían atraídas por el líquido dulzón de las frutas con un heroico sentido del humor.

Clara se sentía contenta. Por fin alguien con quien charlar.
Después de cenar (el japonés comía en un cuarto grande destinado a los cachivaches), le pidió que viniera a sentarse a su mesa.
Jamás supo lo que era darse aires, ni inyectar un tercio de ampolla de maldad a la gente, porque en ese pueblo de diaria consumación de la indiferencia, el necesario placer de odiar a una persona, nunca había tenido su proceso ni ocasión.
Así fue que ante la mirada de Kato, saboreó ronroneando su postre, y le comentó que lo hizo a la tarde y lo dejó enfriar, y luego, sorbiendo el jugo de durazno que hacía perfecto maridaje con el zumo de piña, cerró sus ojos largamente como si fuera que estuviera viajando y le contó que podía sentir no sólo los sabores sino también los colores.

- Esto es un manjar de los dioses. Ambrosía pura - suspiró.
Después, temiendo que Kato tomara de un salto su postre, se animó a tragar un durazno entero, y le fue contando, dale que dale, que se sentía contenta con su trabajo aunque el rociado de las flores le parecía excesivo. Pero en el momento le pidió perdón porque qué podría ella saber de orquídeas.

Y se levantó de la mesa y vio los dientes sanos de Kato mostrando una sonrisa obediente en señal de las buenas noches. Clara se sintió triunfal.
En los días sucesivos charlaba de cuando en cuando con Kato.
Le observaba hacer las cosas (vestía siempre una camiseta de frisa y pantalones a rayas) con la cabeza inclinada sobre el objeto de su propósito. Y ella pensaba, pensaba, y no se le ocurría con qué maldad darle un maltrato porque nada más se le cruzaban por la mente preguntas, que él contestaba hacendoso. Y cuanto más se volvía respetuoso y puntual y preciso en su comunicación, más Clara se irritaba.

Un día, estando la tarde calurosa, vio dos escorpiones junto a la rejilla del cuarto de baño. Los tomó con papel y los dejó dentro de un viejo tarro de pintura “Látex” donde Kato guardaba un aditivo para el abono. Se sentó a esperar mientras escuchaba música de la radio.
Y cuando ya la música le iba dejando en estado de sopor, sintió, sobresaltándose, la presencia del japonés. Le mostró los insectos acercándolos cuidadosamente a su rostro, y los bajó sobre una baldosa, y una vez que los desesperó y los indujo a muerte prendiendo fuego a su alrededor, los llevó a su boca, hizo un buche con ellos, para después escupirlos muy lejos.

- Estos bichos salen cuando hace calor - dijo. Una sonrisa burlona le blanqueó e iluminó la cara.
Pero hubo cierta hora de ese día en que Clara sentía el calor agobiante de la noche. Se imaginaba corriendo, desnuda, con el cabello suelto. Los insectos nocturnos buscaban su rostro, sin embargo ella seguía corriendo, descalza, afiebrada y ligera, y algo de la brisa y del sudor se prendían, confabulados, de su larga cabellera suelta. Y fue sin darse cuenta que paró de correr, pues estaba ya en el cuarto de Kato, quien dormía desnudo.

Ella le dijo cosas tibias en el oído para que despertara.
Y él despertó, y nombró a su esposa y a su hijo pequeño varias veces, levantando una barrera.
Pero ella no quiso escucharlo.
Esa manera suya, como de serpiente, de deslizarse, de desprenderse de la fuerza de los brazos de Clara, hasta llegar al suelo, era su forma de pedirle disculpas por no poder atender a sus requerimientos.

Tocando su sexo, lamiéndole las orejas, hablándole como desde un lugar secreto y lascivo de la noche, siguió insistiendo.
Repasó con su lengua furiosa su cuerpo y rozó con sus largos dedos finos su rostro hasta llegar a sus tetillas.
En un momento apretó sus senos contra su pecho. Se oyó a sí misma ronronear.
Fue entonces cuando bajó su capullo oscuro hasta el sexo masculino y besó en la boca a Kato. Empezó a hacer leves movimientos; ellos parecían dibujar una flor oscilante de una rama. Y aquellos movimientos sin posibles errores, aquellas olas altas y bajas, aquel placer que empezaba a formar parte de un viento que había perdido el control de sí mismo, comenzó a escurrirse como el zumo del mar librado a la oscuridad.
La quietud de la noche era grande.
Ella dibujó en el cuerpo amante la forma de un círculo.

Suspiró satisfecha mientras observaba, a la luz blanca de la luna, la silueta de un gato sobre el tejado. Los gatos le inspiraban desconfianza, pero aquel minino despertó su ternura.
Todavía su cuerpo tenía memoria del placer cuando vio a Kato, parado frente a ella.
Un ave chistó dos veces a lo lejos y voló huyendo.
El hombre sujetó fuertemente sus dos brazos mientras hundía un cuchillo en su cuello, su largo y suave cuello de cisne, que empezaba a manar sangre tibia.
Muerta, con algunos claros rojos de la sangre sobre su piel blanca, Clara parecía una rara y exquisita orquídea.

Delfina Acosta

Semblanza de algunos escritores - por Delfina Acosta

Madame Bovary es una novela que ningún escritor debe dejar de leer. Su autor, Gustave Flaubert (1821-1880), se sumergió en un proceso creativo que le llevó casi cinco años de su vida. La mitad de una década.
A menudo se hace encuestas entre escritores y personalidades de la “realeza literaria” buscando saber cuáles son los libros de su preferencia, y Madame Bovary sale gananciosa, en un preciado segundo lugar, después de Don Quijote, escrito por don Miguel Cervantes Saavedra (1547 - 1616)(en la imagen de la nota). Se dice de la novela que es parte del movimiento llamado romanticismo tardío. No. Yo creo que no se puede clasificarla porque eso significaría aprisionarla en algún grado. Madame Bovary es una obra que permanentemente servirá de inspiración a los lectores y escritores pues la vida, sus pasiones, sus arrebatos, sus vaivenes, su dulzura, sus prejuicios, sus dramas pasan por ella. Y si bien Gustave Flaubert fue su autor (decía su familia que a veces se manifestaba como un hombre neurótico), los dioses pusieron el hilo de sus estrellas en sus páginas.
La metamorfosis, del escritor Franz Kafka (1883- 1924), es una obra que está siendo injustamente relegada en estos tiempos que corren.

Entre la magia y el oficio consumado, la obra cuenta la historia de un hombre que despierta convertido en cucaracha. Y es el lenguaje, que aborda una suerte de realismo mágico, el que va registrando los primeros movimientos de Gregorio Samsa cuando intenta, convertido ya en insecto, levantarse del lecho. Ah..., el susto de la familia al ver a su Gregorio convertido en una horrible cucaracha, y la irritación —después— de los familiares que reniegan de la situación, son captados con un lenguaje que a mi modo de ver, es una especie de pequeño meteorito literario caído en la literatura universal. Meteorito que deslumbra a los lectores, los escritores y los críticos literarios.
Y luego está Don Quijote, obra maestra, madre de todas las criaturas que nos lleva a regiones infinitas de la revelación literaria, porque el lenguaje con que fue concebido es un ejemplo de Arte, pura excepción. ¿No son acaso un verdadero divertimiento para el alma triste aquella estadía del caballero andante en el hostal o la posada donde se resiste, caída ya la noche, a los empeños amorosos de una moza, pues su corazón pertenece solamente a Dulcinea del Toboso?
Quien leyó Don Quijote termina cavilando sobre lo “inexplicable” que resulta que se hayan podido escribir dos enormes tomos de una obra genial, considerando que no hay desperdicio en hoja alguna, y que todo en la novela revela un lenguaje cuyo flujo y reflujo literario provoca admiración en críticos, escritores y lectores.

¿Y qué decir de los entremeses?
¿Y de la novela La Galatea?

¿En qué tiempo escribió tanto y haciendo uso de tan extraordinaria manera o modo?
Entonces, pues, considerando que tenemos maestros tan dignos como ejemplares, no nos rindamos los escritores, y busquemos la forma que enamora, si poesía escribimos; y la prosa que deslumbra, si pergeñamos un cuento.
 

MADAME BOVARY - un cuento de Delfina Acosta

Después de tomar el mate, se reclinó sobre el respaldo aterciopelado del sofá, y continuó enfrascado en la lectura de Madame Bovary.

Se metió (no quería hacerlo, no debía, pero ya era tarde) en la aparición repentina de la mujer en el almacén del boticario del pueblo. Y era como si él también se hubiera metido, anhelante, deseoso del veneno, empujado por la desesperación de la vida que sale zumbante del carril.
A medida que el libro lo arrastraba, lo contaminaba, le venía una sensación de ser llevado por un tren a un destino tan injusto como inevitable.
Podía ver desde la ventanilla los tramos finales, aquellas últimas casas cuyas chimeneas despedían un humo negruzco, las golondrinas del crepúsculo buscando las ramas de los cipreses y de los robles, un hombre (con una lámpara en la mano) observando a la máquina viajera desde el umbral de una puerta.
Sintió náuseas.
Se levantó, tambaleante, con una terrible presión en la cabeza, y descargó un vómito en el patio.
La señora que hacía la limpieza de la casa y preparaba la comida además de dar alguna conversación sobre el clima cuando los bichos de luz rondaban el alumbrado público, le habló: “¿Se siente bien, señor?”.
Y él le dijo que no. Y le pidió un té de manzanilla.

Y el té vino rápido y excesivo. Y también el “Cuídese, señor. Si viera la cara de enfermo que tiene”.
“Esta es la segunda vez”, pensó Julio Castel.
Un ave nocturna chistó.
Se acostó, y con la cabeza colocada sobre la almohada que olía a lavanda, a frescura, y el ánimo ya recobrado, se dijo, se mintió, que mañana seguiría leyendo “Madame Bobary”.
El amanecer le llegó de golpe.
El libro, que estaba con las páginas abiertas sobre el piso, le pareció un insecto, una araña, algún ciempiés desembascarado. Llamó a Juliana, que ya tenía preparado otro té de manzanilla y un vaso de agua, por si las moscas, y le pidió que se lo llevara lejos y lo enterrara.
Ninguna objeción.
Ningún comentario.
El patrón era normal, pero tenía la cabeza al revés.
Nunca más finales tristes. Nunca más ella, con los ojos caminados por la sombra de la muerte, perdiéndose en la distancia, y él observando, sin poder hacer nada, desaparecer el carruaje con el objeto de su pasión adentro. O él (otro él, otro personaje), enfermo de celos, decidido a disparar su revolver contra ella, quien intentaba, con el rostro pálido, explicarle que el hombre solamente había venido a su cuarto, interesado en su catálogo de mariposas (o algo así, o mejor, una excusa más creíble), pensó Julio Castel.

Siguió leyendo libros. Cinco, seis. A Juliana siempre le había parecido rara la gente que leía.
Cortaba la lectura en donde se le antojaba. Y luego se iba a silbar y mirar a los canarios en su jaula; así le venía la sensación de que daba un poco de claridad y libertad a las aves.
Margarita Pineda, su vecina, le pasó por sobre la muralla un libro, una tarde.
“Te gustará. Lástima el final. Yo no sé qué es eso de que la gente venga a morir al terminar la lectura. Manga de amargados, los escritores. ¿Verdad, Julio?”, dijo.

Al día siguiente, después de volver de la oficina, corrió las cortinas, y se sentó en el lugar de siempre, para leer la novela prestada.
Las palabras, las frases, las sugerencias, el ambiente mal iluminado del bar donde un joven pecoso (era el personaje central) estaba terminando de beber su cerveza, las risas que llegaban desde las mesas donde los hombres intercambiaban bromas, aún los números de las páginas, apuraban la decisión del joven que se largó del bar, salió a la noche, y, silbando alegremente, se dirigió a la boletería.
La vio y quedó deslumbrado. Ella, delgada, hermosa, con su traje celeste, giraba cual trompo sobre la pista de hielo. Y al girar era como si fuera una flor rara que se abría lentamente.
Julio Castel suspiró convencido y cerró definitivamente el libro.
Algunos días después, Juliana observó embobada, mientras hacía la limpieza de la nueva galería de juguetes de su patrón, aquella bailarina (su tutú era celeste) de una cajita musical. Le daba cuerdas y bailaba, girando sobre sus pies. No. No era tanto la música... Era un no sé qué casi humano, quizás triste en su expresión. Su diminuta expresión de pequeña bailarina.

Poesía gestada en Internet y publicada en un libro - por Delfina Acosta

"En la ebriedad del bosque" se titula el libro de cuatro poetas de distintas partes del mundo que se conocieron a través de Internet y se embarcaron, viendo la coincidencia de sus afinidades estéticas y rítmicas, en la empresa de publicar un poemario.

¿Quiénes son ellos? Pues E. Dominique Jollivet, Felipe Fuentes García, Óscar Distéfano Miers y Tania Correa Alegría.

La poetisa Dominique Jollivet, de origen francés y con la doble nacionalidad francesa y española escribe versos muy buenos. Ellos pasan previamente, o sea, antes de hacerse luz, palabras, versos, por pensamientos que rondan la elegancia y la sutileza.
El amor es el tema con que una palabra suya se enamora de otra palabra.
Con cuánta tristeza pensada en la hora del crepúsculo van cayendo las hojas de su poesía. Y esa poesía de su sangre, rica en imaginación, en ritmo, se mantiene firme a través de un lenguaje delicado, preciso.
Esta es la poesía que viene de adentro y tiene la capacidad de desenrollarse con elegancia a medida que el lector la busca. Soy una convencida de que el lector tiene que buscar a la poesía. Ella no es explícita. Un manto de sus mismas palabras la cubren.

Felipe Fuentes García, español, mira la cara de la poesía. Y le habla de flores, de fuentes de agua, de árboles que soplan vientos temibles, de un amor que se va, y de otro que retorna. Su lenguaje es sólido, rítmico, y registra una gran variedad de términos.
Poesía amatoria, su obra surge con la fuerza misma de la humanidad.
En algunos momentos, llama la atención la tristeza de sus palabras.
Sonetos perfectos, los suyos. ¿A quién sino a un verdadero poeta se le puede ocurrir escribir sonetos?
Felipe Fuentes es quien trae la palabra en sus diversas manifestaciones. Poeta de oficio, como debe ser, el tono del talento resplandece en su obra.

Óscar Distéfano Miers, paraguayo, apunta a la versificación pura. Su lenguaje sencillo, pero no fácil, nos hace ver por momentos un mundo donde el amor y el enamoramiento son las grandes aves que despliegan el vuelo ante una señal de su mano.
Sabemos que la poesía es invención.
Óscar Distéfano Miers nos inventa el agua, los ojos negros de una muchacha, el camino del hombre, la soledad y su pronto remedio, o sea, el encuentro con la persona amada.
Es un romántico en el mejor sentido de la palabra.
La pasión echa costumbre en sus versos. Y me alegra que así sea, pues francamente estoy aburrida de los poemas en los que no se divisa ni una fibra del dolor y del amor, que son los padres naturales de una obra artística. La artificialidad es la muerte del arte.

Tania Correa Alegría, nacida en Brasil, es una poetisa de palabras limpias. Escribe lo que quiere decir, exactamente. Eso nos habla de su excelente expresión lingüística. Expresiones llenas de pasión ponen el acento de fuego en sus poemas, de por sí, muy iluminados.
Confieso mi admiración por Tania Correa Alegría.

Interpreté que el sentido de la existencia de estos cuatro excelentes poetas es la poesía misma.
En ellos, la poesía se hace carne. Y verbo.
Hay luz en los cuatro poetas citados. Hay arte maduro, al que aspira cualquier poeta. Hay pulso. ¿Y qué quiere decir pulso, en este caso?
Pues dominio del pensamiento.

Pagína web del libro:
http://enlaebriedaddelbosque.blogspot.com/

Delfina Acosta
ABC Color - Asunción - Paraguay
19 de Febrero de 2010

Estalactítico - Un poema de Delfina Acosta



Y cómo cuesta no ponerme triste
en esta tarde abierta al viento norte,
no replegar mis alas y sumirme
en las suaves olas de mi lecho.

Entonces, ya acostada, hacer memoria
de algún afortunado parpadeo,
mi calculada prohibición, mi airosa
tristeza alimentada con argento.

Y cómo cuesta no volver el rostro
en dirección al fresco de violetas,
y preguntarme en dónde he malogrado
los últimos temblores de mi sangre.

Hubiera sido justo que en la hora
exacta del hechizo, cuando terso
aún tenía el rostro que tú amabas,
me hubiera vuelto yeso en la intemperie.

DELFINA ACOSTA
POETISA PARAGUAYA

"El límite" - Un cuento de Delfina Acosta

Siempre que iba a la farmacia para comprar apósitos, aspirinas, violeta de genciana y aquellas medicinas menores con las que mantenía surtido mi botiquín, me solía hacer acompañar por Ogro; era dueño de un olfato mayúsculo.

Aquel día que comenzó a las nueve de la mañana, el tránsito estaba endemoniado. Lo noté al sacar la cara.

Ante aquella impaciencia de los autos por llevarse adelante los segundos que faltaban antes de que la luz de los semáforos cambiara de amarillo a rojo, decidí no llevar al animal. No fuera que tuviera que llorar su muerte, no fuera que el tiempo me transformara en una de esas mujeres de pelo mal teñido y peor peinado con la memoria de su perro en cualquier suspenso de una charla de señoras: “Ay, él sabía la hora en que los niños del colegio comunal se desbandaban en la calle, porque sacudía el portón de hierro con las patas y en vez de ladrar hacía una suerte de bocina con su boca. ¿Arte? Tal vez simple comedia. No lo sé.”

O: “Adivinaba el menú, carne roja a la parrilla o una presa de paleta de marrano, en mis ganas y en movimientos. Ningún marido se hubiera alegrado tanto como él, que empezaba a mover la cola; derecha, izquierda, derecha, izquierda, ah.... picarón...”

El farmacéutico, un hombre de ojeras profundas y permanente olor a alcanfor, hablaba por teléfono cuando llegué a su negocio poblado por vitrinas.

- ¿Aún no se lo encontró? Cierto es que la gente desaparece y aparece después de tres días..., pero... - lo escuché decir. Tenía la preocupación colgada del rostro.

Colgó el teléfono y se acercó a mí comentando: “Es el primer caso.”

- Pero es seguro que aparecerá - contesté sin saber de qué se trataba el asunto.

Usted sabe: la gente de la ciudad es así; uno apenas espera que termine de hablar el otro, para decir ya lo suyo; estamos apremiados por el afán de cerrar el habla a los demás con la primera estupidez que nos pica la cabeza. Y vamos de ¿me entendiste? a ¿qué decís?, de “no comprendo” a “no me estás oyendo” y cuanto más comentamos menos nos escuchamos y, por supuesto, menos nos entendemos; total que nadie escucha a nadie pero eso tampoco nos importa porque ya no podemos obrar de otra manera; el vértigo, una incomprensión animal se ha instalado en nuestras existencias. Ya no somos ciudad.

Cuando regresaba para la casa, vi un grupo de seis hombres; conversaban nerviosamente frente a un bar pintado con un color azul marino. Tres fumaban y los tres restantes no hacían caso del humo de los cigarrillos que sacaban lágrimas de sus ojos.

Me acerqué a los hombres haciendo como que intentaba ponerme a resguardo del viento sur.

-No, señores. Cándido ya debería haber regresado. Son más de las diez de la mañana - dijo el hombre de cuello largo, camisa arrugada y un sombrero panameño que le echaba una condición nocturna sobre el rostro. Se notaba el trato especial que ponía en sus palabras; aquella gente angustiada por la tardanza de Cándido buscaba el favor de la inteligencia para resolver el caso.

Yo sé de individuos que desaparecieron y volvieron a aparecer. Me estoy refiriendo a personas que dejaron el aseo de su casa, el plato de escarolas, de apios y de plantas oleaginosas, y la esposa de rostro sonrosado y de buenos modales, para ir tras las pisadas de aquellas mujeres fáciles de la brumosa zona portuaria; cuando ellas se sacaban la ropa frente al espejo de luna del ropero, era como si se desprendieran de todas sus alas de aves, hasta que sólo quedaba de sus figuras el pico largo y rojizo; picoteaban durante horas, días, semanas y meses el cuerpo purpurino de sus amantes, de aquellos maridos ajenos entonces perdidos. Demonios. Esas mujeres se alimentaban de sus bocas mientras hacían el amor. Y bueno..., cuando el vientre les crecía y sus senos se agrandaban goteando leche, se convertían en pájaros de torpe andar; caminaban pesadamente por la habitación, y su voz huraña sonaba, al caer la última claridad del crepúsculo, como graznidos de cuervos.

Los hombres, desesperados, horrorizados ante aquella situación que les causaba lástima y repulsión al mismo tiempo, retornaban tristes y desilusionados a sus casas. A sus esposas.

El grupo seguía charlando. Mencionaron varias veces la palabra límite.

Aquí debo hacer un aclaración en relación al límite: Hay una casa abandonada, pintada con color sepia, a donde vienen, cuando la lluvia es grande, buscando sitio para que sus fósforos no se apaguen, los mendigos.

A diez metros de ella, aún se animan algunos niños a intentar una rayuela, una cola de cerdo, y algún juego propio de la perversidad de los pequeños.

Una niña albina suele marcar con tiza la figura del sol en el empedrado, que la lluvia pronto borra, hasta que ella vuelve a despejarlo usando crayolas de siete colores para pintar el arco iris.

Ahí termina la ciudad.

Y empieza el bosque.

En fin, los hombres de la ciudad formaron una cuadrilla.

- No queda más remedio que ir a buscarlo - dijo uno, que parecía hincar con el fuego de su cigarrillo el ánimo de los otros.

Y ellos se internaron en el sitio poblado de existencias ajenas. El viento cambió de dirección y un olor a comadrejas, a hojarasca de árboles de las más diversas especies, giró en el aire y dio un chillido de advertencia.

Los curiosos de la ciudad se quedaron en el límite, de cara a la oscuridad. Fumaban.

Pasaron tres días y tres noches.

La cuadrilla regresó cansada. Sólo pudieron encontrar el cuerpo de Cándido convertido en carne corrompida sobre un matorral; en sus cavidades parecían haber hecho nido las aves de carroña; algunas bestezuelas peleaban ferozmente por las vísceras. Eso fue lo que contaron.

Pero trajeron, colgado de un grueso alambre, el cuerpo todavía sangrante del lobo feroz abatido por los disparos de las escopetas. Eso sí.
 

JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN - Un poeta mayor


Estoy leyendo la antología poética (en edición bilingüe: español y ruso) de uno de los más grandes y difundidos poetas de España: José Luis García Martín.

por Delfina Acosta

Dejando de lado, por unos momentos, las palabras que suelen sonar a doctas o académicas, quiero decir en esta página, que las poesías del autor se han ganado, por mérito propio, una tinaja del mejor vino para chispear la mesa de doce campesinos, un ramo de flores alegres (no lánguidas) para alumbrar lo que de oscuro hay en las habitaciones de los pasos perdidos, una estrella fugaz cayendo ante los ojos de una monjita —atrevida— encerrada en un convento.

A mí me ocurre, me suele ocurrir, que tras leer a grandes poetas, como Antonio Machado, Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Pablo Neruda, Alfonsina Storni, Walt Whitman, Delmira Agustini, Dámaso Alonso, Rafael de León, se me hace un vacío inmenso cuando recorro las páginas de ciertos poetastros que sólo buscan la fama. Tan grande sombra le hacen los poetas de ayer a los escandalosos vates de hoy.

Con José Luis García Martín no ocurre eso. Cada verso que sale de su mano es una oportunidad artística lograda. Sus palabras, que a su vez hablan de palabras, respiran muy cerca de nosotros, y suben por nuestra alma entregándonos una mixtura poética única.

Hay un decir de inmensa soledad en la mayoría de sus versos que se sostienen con oficio y con conocimiento de las más diversas formas de encarar, de tocar la poesía.

Sus líneas son endecasilábicas.

Celebro el ritmo poético de este gran poeta español, que hace la diferencia ante la dispersión de versos de otros vates.

Verso a verso, perfección a perfección, el autor construye un universo (donde caben la niñez, el amor perdido y el recuperado, un Dios desconocido y errado) que es el imperio propio de la técnica, del oficio.

Por momentos, sus poemas, que llevan sobre sus hombros una bolsa de tristeza, de monotonía, y de ausencia, nos atrapan en el sentido literal de la palabra, y es entonces cuando uno no puede ya desprenderse de ellos.

Lo suyo es la melancolía. Ese pasar de los días a veces en blanco. Y el dolor del tiempo que transcurre, impasible, en el mundo y aún fuera de él.

Coherente con la belleza, busca el autor que cada verso se salve a sí mismo; vale decir, que no caiga en la aspereza, en la obviedad, en la cursilería. Amplio y perfecto es el ministerio de José Luis García Martín.

Una radical indiferencia y un dolor clavando como una rosa marcan el sentido de muchos poemas suyos.

Creo que los poetas que conforman las nuevas generaciones deben leer con suma atención al maestro sobre cuya artesanía literaria escribo hoy, pues él conoce todos los secretos para concebir esa poesía pura, elemental, universal, clásica, que tantas veces se nos escapa de las manos.

Debería hacerse un estudio serio sobra la obra de José Luis García Martín. Por fin alguien nos dice la poesía con todos los versos puestos. Además, maestro de las ideas, él nos acerca palabras llenas de imaginación.

La obra, la buena obra, abre camino.

Éste es el caso de la obra de este autor español que muestra un despliegue de buen arte y oficio.

Por supuesto, habrá quienes no estén de acuerdo con mi parecer sobre su legado poético. Pero eso no importa. Yo sé reconocer perfectamente el oro verdadero del falso.

BREVE RESEÑA DEL AUTOR: Nació en España en 1950. Su primer libro de poesías es Marineros perdidos en los puertos (1972). Aunque es dado a mezclar la ficción en otros géneros más eruditos o más autobiográficos, la vertiente creativa de José Luis García Martín ha buscado también el género narrativo y a veces el teatro.

Tiene una tesis doctoral sobre “La segunda generación poética de la posguerra”. Es un observador de las nuevas publicaciones de los viejos y los nuevos poetas.

Como crítico literario no regala nada. Dice: “La crítica literaria no es más que una forma educada de la maledicencia. Quizá por eso me gusta tanto”. Es director de Clarín, “revista de la nueva literatura” que se edita en Oviedo, cuyo primer número apareció en enero de 1996 y que ahora ya ha superado los ochenta números.

CUMPLEAÑOS

Una mujer antigua
como la noche, en la noche dijo:
“Nadie te ha de salvar, nadie
escuchará tu grito. El viento
dispersará el rebaño de nubes y palabras,
la frágil fortaleza que con esfuerzo alzaste
en estos treinta años de tu vida.

Todavía no sabes lo que es quedarse solo,
definitivamente solo, quebrados los espejos,
olvidados los nombres con que llenaste el mundo.

La cárcel feliz de la costumbre,
tardes de lluvia en la ciudad ausente,
el muchacho imprevisto que recoge
el cetro que otro, anónimo, le entrega,
la música cautiva entre las páginas
de algunos raros libros, las calles
maternales... Qué poco
le pediste a la vida. Y ese poco
te ha de faltar un día. No lo has tenido nunca.

Sigues en una celda de castigo
donde no llega el sol, con los ojos
cerrados, perro que busca terco
una rendija entre los lisos muros,
ave que deja el arca y que no encuentra
árbol en que posarse, solitaria
mañana de diciembre...

Tú eres
la celda, eres el carcelero
de un criminal sin rostro
de un puñado de arena en las manos del sueño”.

JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN
11 de Diciembre de 2009

La melancolía y la literatura - Por Delfina Acosta


Un alma demasiado sensible
no resiste los desgarramientos interiores.

Por Delfina Acosta

El escritor y periodista norteamericano Ernest Hemingway (1899 - 1961) se volvió alcohólico. Así cuenta la biografía. Narrador estadounidense nacido en 1899, y considerado por los expertos en crítica literaria como un escritor de notable influencia, se suicidó disparándose con una escopeta en 1961, en Ketchum.

Un alma demasiado sensible no resiste los desgarramientos interiores. Y los desgarramientos, acompañados con alcohol, son mala combinación. Hemingway se alistó como voluntario en la Primera Guerra Mundial y participó en la Guerra Civil española y en la Segunda Guerra Mundial como corresponsal.

Todavía me parece que estoy frente a la pantalla de cine, hace mucho tiempo, observando la película "¿Por quién doblan las campanas?" Ese título sugerente de su novela más conocida muestra el corazón herido por la melancolía y el cansancio del autor.

¿Qué es la melancolía?

No lo sé. Pero en el diccionario existe una respuesta concreta: Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre quien la padece gusto ni diversión en nada.

Gogol era un gran melancólico.

Fue un escritor ucraniano nacido en Soróchintsi el 1 de abril de 1809 y fallecido el 4 de marzo de 1852 en Moscú. Se cumplen, pues, doscientos años de su nacimiento.

En vida no encontró la fama buscada. Los biógrafos y los estudiosos dicen que era una persona de carácter difícil e inquieto.

Su vida privada estaba marcada por los compases de una economía llena de problemas y frustraciones. Tendía a alejarse de la sociedad; era hipocondriaco, mas sus escritos, llenos de esplendores de la mente, marcaron un nuevo panorama dentro de la literatura rusa.

Su estilo tiene un fuerte contenido crítico contra la sociedad. Todo es posible en el mundo literario de Nikolái Gogol, quien escribió una obra por demás original y llena de expectativas espirituales Las almas muertas (1842). Como esta novela transcurre entre los pasadizos de la ultratumba después de la muerte, y viéndose el autor cerca de ella, quemó la segunda parte de las almas muertas, si bien algunos capítulos y páginas fueron rescatados.

Ataques de melancolía

Otra obra suya es su comedia El Inspector (1836).

Los "ataques de melancolía" (a diferencia de hoy, la palabra "melancolía" remitía, en el siglo XVII, a un estado patológico cercano a la locura) suelen darse en las personas de extrema sensibilidad, causando en el organismo estragos.

Rubén Darío, el poeta nicaragüense que admiraba al escritor y poeta Edgar Allan Poe, escribió los versos finales de su poema emblemático diciendo: "¿No oyes caer las gotas de mi melancolía?".

Rubén Darío pasaba períodos -cada vez más- extensos bebiendo alcohol. Era su destino el alcoholismo.

Inteligente, el artista generalmente reconoce que una forma de hacer terapia es escribir, si bien no puede manejar su impulso creativo que toma rumbos independientes de su enfermedad.

¿Qué enfermedad?

Neurastenia, histeria, trastorno bipolar, manía, paranoia, monomanía, etc.

Uno de los casos más emblemáticos de escritores torturados es quizás la novelista inglesa Virginia Woolf. En vida no fue reconocida como una gran escritora, salvo por algunos amigos y escritores que conformaban su círculo literario. Eso dicho sea de paso.

Pero vamos al centro de su angustia. Se sentía perseguida; temores permanentes la asaltaban; temores a los bombardeos y a los asedios que cercaban la existencia de los ingleses. A pesar de aquella circunstancia que debilitaba su organismo seguía escribiendo.

Los críticos de su tiempo sabían de sus temores y aguardaban que alguna vez se le acabaría la paciencia, o el arte de conjugar sus temores con sus fantasías literarias se hiciera añicos. "No puedo más", le decía a su esposo.

La autora de Orlando y La señora Dalloway se metió en el río Hudson. Su cuerpo fue recuperado de las aguas tres días después.

Edgar Allan Poe, alma sensible, demasiado sensible, recurría al alcohol y a la morfina para superar los desgarramientos que le producía su acentuada enfermedad mental. Esa misma mente alucinada habría de dar forma a uno de los poemas más bellos que la literatura de nuestros tiempos conoce: "El cuervo".

Sylvia Plath, que según su esposo gozaba de poderes extraordinarios para comunicarse con seres de otras dimensiones, fue una de las poetisas que mayor influencia ejerció en las generaciones de poetas norteamericanos.

Nació en Boston el 27 de octubre de 1932. Puede decirse que era un prodigio literario, pues siendo todavía niña publicó su primer poema. Sus versos expresan, muchas veces, una psicopatología literaria.

Ramiro Domínguez ganó el Nacional de Literatura de Paraguay


Nuestra amiga y columnista Delfina Acosta
nos informa desde Asunción del Paraguay.

Merecido ganador del Premio Nacional de Literatura 2009


El poeta Ramiro Domínguez ha ganado, justicieramente, el Premio Nacional de Literatura 2009. El título del libro merecedor de la destacada premiación es Primeros poemas. El volumen fue publicado por la editorial Servilibro.

Para leer el texto completo de la nota hacé click en el siguiente link:
http://www.abc.com.py/abc/nota/43413-Merecido-ganador-del-Premio-Nacional-de-Literatura-2009/

La Revista del Pen Club del Paraguay


Variada y siempre prolífica obra colectiva


LIBRO DEL PEN CLUB
por Delfina Acosta
 
 
En el mes de setiembre se ha presentado al público lector la Revista del PEN Club del Paraguay. Ha llegado a constituirse en la publicación número 17, vale decir, en términos de literatura que opera dentro de un país donde las publicaciones literarias son muy difíciles de llevar a cabo, vale decir, decía yo, que estamos ante un verdadero éxito editorial.


Emi Kasamatsu es la presidenta del PEN Club. Como la Kasamatsu es una escritora que viaja permanentemente y mantiene buenas y fluidas relaciones con los escritores consagrados del exterior, en esta oportunidad ha traído para los lectores de nuestro país la palabra poética de la escritora colombiana Cecilia Balcázar, presidenta del 74 Congreso Mundial del PEN realizado en Colombia y miembro del Consejo del PEN Internacional.

A través de las palabras de la presidenta, Emi Kasamatsu, los miembros nucleados dentro de esta pluralidad literaria, hacen llegar no solamente sus obras al público, sino también un homenaje humilde pero sincero al escritor, ensayista y poeta Manuel E. B. Argüello, quien falleciera recientemente.

Semilla de ceiba

Prodigiosa semilla en las alas del viento
Pupila diminuta en el azul del día
Óvulo negro del empinado parto de las ceibas
Vuela sin rumbo fijo
en la liviana lana tejida en las alturas
Giros en las ruletas del viento de la tarde
Torbellinos, remansos
Cándido juego
en múltiples columpios suspendido
Besa la tierra y huye
Carga su propia muerte
y el azar absoluto la convierte en placenta
o en simple grano inane.

Cecilia Balcázar

2 de Octubre de 2009

La permanencia de los valores clásicos - por Delfina Acosta

DELFINA ACOSTA te recomienda una nota publicada en ABC Digital:


“BUENA LECTURA”: GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
La permanencia de los valores clásicos

Cuando voy a la librería ubicada entre las calles Estados Unidos y Luis A. de Herrera (Asunción del Paraguay), suelo encontrarme con verdaderas curiosidades históricas en materia de lectura, así como con libros que hacen honor a la literatura de todos los tiempos, aquella que no caduca, que no se doblega ante los rigores del tiempo, sino más bien se vuelve nueva, renace sobre sus propias páginas, mientras otros textos y otros autores, buscadores de fama efímera, intentan en vano conquistar la atención del buen lector.

Para leer el texto completo de la nota hacé click en el siguiente link:



 
 

Poetas modernistas - por Delfina Acosta


Los poetas modernistas son, según mi parecer, lo más granado y hermoso de la poesía. Se considera la década de 1880 la del surgimiento del movimiento modernista. Algunos críticos sitúan su aparición con el aparecimiento del libro Ismaelillo del gran poeta cubano José Martí.
(Nota en ABC Color de Asunción, Paraguay)
Otros críticos consideran que la aparición del modernismo corresponde al año de la publicación del célebre libro de poesías Azul (1882), de Rubén Darío.
¿No es acaso su lenguaje lleno de ornamentos, su versificación sonora, su ritmo alado, su despliegue, un verdadero canto a la belleza?
También el poeta argentino Leopoldo Lugones escribió obras de carácter modernista. Puede decirse que fue el iniciador del modernismo en Argentina. O, al menos, el principal representante.
Delmira Agustini, poetisa uruguaya, quien llegó a mantener alguna correspondencia epistolar con Rubén Darío, es la voz por excelencia del modernismo. Sus poesías tienen la forma y la luz interior de las mejores inspiraciones. Extremadamente sensible, su obra toda es el reflejo de sus sentimientos tocados por la angustia y el esplendor de la existencia.
¿Qué ofrece el modernismo?
Pues calidad, estructura, sonoridad, términos sofisticados, aleteos de grandeza y perennidad. Emerge en un período marcado por un acelerado cambio cultural conocido como fin de siglo. Muchos poetas modernistas no sólo añoraban la cultura francesa, sino que se nuclearon en París. Se los acusaba de vivir, de suspirar encerrados en su torre de marfil y de tomar poca o ninguna conciencia de las necesidades sociales.
Hasta ahora seguimos leyendo a José Martí, a José Asunción Silva, a Amado Nervo, a Julio Herrera y Reissig, a Julián del Casal, a Manuel Gutiérrez Nájera.
Hasta la fecha, sus obras inquietan; hasta ahora se siente la belleza que late en el interior y en la forma de una poesía exótica, firmada, por ejemplo, por la gran Delmira Agustini, genio femenino.
LA ESTATUA

Miradla, así, sobre el follaje oscuro
Recortar la silueta soberana...
¿No parece el retoño prematuro
De una gran raza que será mañana?
¡Así una raza inconmovible, sana,
Tallada a golpes sobre mármol duro,
De las vastas campañas del futuro
Desalojará a la familia humana!
Miradla así —¡de hinojos!— en augusta
Calma imponer la desnudez que asusta...
¡Dios !...¡moved ese cuerpo, dadle un alma!
Ved la grandeza que en su forma duerme...
¡Vedlo allá arriba, miserable, inerme,
Más pobre que un gusano, siempre en calma!
DELMIRA AGUSTINI

UN POEMA DE DYLAN THOMAS

Donde una vez las aguas de tu rostro...

Donde una vez las aguas de tu rostro
giraron impulsadas por mis hélices,
sopla tu áspero fantasma,
los muertos alzan la mirada;
donde un día asomaron el pelo los tritones
a través de tu hielo, el viento áspero navega
por la sal, la raíz, las huevas de los peces.
Donde una vez tus verdes nudos hundieron su atadura
en el cordón de la marea, allí camina ahora
el vegetal destejedor,
con tijeras filosas, empuñando el cuchillo
para cortar los canales en su origen
y derribar los frutos empapados.
Invisibles, tus mareas medidoras del tiempo
irrumpen en las camas galantes de las algas;
el alga del amor se vuelve mustia;
allí en torno a tus piedras
sombras de niños van, que desde su vacío
lloran ante el mar colmado de delfines.
Secos como la tumba, tus coloreados párpados
no serán aherrojados mientras la magia se deslice
sabia sobre el cielo y la tierra;
habrá corales en tus lechos,
habrá serpientes en tus mareas,
hasta que mueran todos nuestros juramentos del mar.

Versión de Elizabeth Azcona Cranwell