En la progresión de los acontecimientos narrados, y más en la de los hechos en la guerra contra los viejos, se apoya mucho del implacable testimonio: el exterminio de una generación por otra, enfrentada sorda y cruelmente. La estupidez, como manifestación de lo irracional, tiene su parte, y la indiferencia y la cobardía. Sin embargo (y aquella progresión está marcada en gran medida por ésta) los efectos de la vejez, la disminución de fuerzas, en fin, la fatalidad de envejecer, son móviles de la historia del protagonista, Isidoro Vidal, hombre ni joven ni viejo, en la disponibilidad de los años que aún pueden dar felicidad y, efectivamente, la dan. Pero para que ello ocurra Vidal deberá pagar cara su condición de “tierra de nadie” y de testigo, y encontrar a la mujer, Nélida (uno de los cálidos retratos femeninos de Bioy) que le haga comprender que aquella felicidad es posible.
La novela data de 1969 y recoge el clima de violencia que se estaba gestando entonces en el mundo y en el país. Como suele ocurrir con la ficción, se adelanta en parte a la realidad. Pero lo hace no al modo de las utopías (un Orwell, por ejemplo), sino en forma sombría, más que profética, real. Dario de la Guerra del Cerdo es, sin ninguna exageración, y por eso convien ubicarla históricamente, la novela de lo que vendrá, la novela que transcurre en un presente que es un futuro o, en otras palabras, en un futuro que se hace presente sin cambiar las connotaciones de ese presente. Novela de anticipación, supera su encasillamiento por su modo indirecto de contar, que da el tema a modo de presencia intemporal. No costará creer que sea así porque el Mal (con mayúscula) es quien mueve la guerra y anima coo personaje ubicuo la lucha.
Para que los efectos del Mal se dejen sentir en su trasfondo borroso, mucho más real por ese contorno indeterminado, precisamente, la historia de Vidal (poco más de una semana en el tiempo) transcurre en un barrio tranquilo de Buenos Aires, de costumbres heredadas y vecindario respetuoso. El café, el inquilinato, la casa con patio y jardín, las cocheras, los comercios, conforman el marco del escenario pacífico, visto a través de un grupo de viejos amigos. En medio de esa vida monótona, rutinaria, irrumpe de pronto la innoble guerra. Bioy acentúa los porqué y los cómo sin explicarlos. Basta que la acción se desarrolle para que Diario de la Guerra del Cerdo adquiera su sombría grandeza.
Se advierte en la novela una de las características del relato y el diálogo del escritor, las frases sentenciosas o epigramáticas. “He llegado a un momento de la vida en que el cansancio no sirve para dormir y el sueño no sirve para descansar.” O: “la gente afirma que muchas explicaciones convencen menos que una sola, pero la verdad es que para casi todo hay más de una razón. Diríase que siempre se encuentran ventajas para prescindir de la verdad”, dice en La Guerra del Cerdo. De las frases se desprende una lección porque la observación particular, como en los casos citados, se hace general por la verdad que encierra. El estilo procede aquí por sentencias y se manifiesta heredero de la gran literatura, de la buena literatura, que sigue la más antigua tradición de la novela en su intención didáctica. Otros ejemplos: “hay sentimientos que no precisan de actos que los confirmen y diríase que la amistad es uno de ellos.” (El sueño de los héroes.) “Los que nos quieren tienen derecho a odiarnos de vez en cuando.” (Dormir al sol.) “Las víctimas no dejan que las salven.” (El Héroe de las mujeres).
Diario de la Guerra del Cerdo, como toda obra narrativa de Bioy Casares, pone en su centro al hombre de nuestro días en el mundo convulsionado que nos toca vivir. Pero al hacerlo, mostrándolo en sus inquietudes, en sus luchas y esperanzas, lo presenta como atemporal, o como el hombre, simplemente. Lo propio ocurre con el mundo que nos pinta, suma, al fin y al cabo, de lo que hacen quienes viven en él, no importa al tiempo al que pertenezcan. Su condición esencial es esa atemporalidad (basada, por supuesto, en el hombre
concreto y en el mundo real) que la hace trascendente. Su autor (como Borges, Mallea o Mugica Láinez) no ha necesitado de las vicisitudes de la política, los problemas sociales y la economía actual para ahondar en el alma de sus criaturas. Esos temas están inevitablemente incluídos en sus cuentos y novelas porque, al fin de cuentas, sus criaturas, como personajes, viven en la realidad, pero no son, en sí, el motivo de análisis ni la fuerza que mueve secretamente al creador. La literatura de Bioy se encuentra entre aquellas que han visto al hombre a través de sus deseos, amores y odios, y han hecho de la pintura de sus sentimientos el objetivo fundamental. Es, habría que decirlo, clásica. Y es, por sobre todas las cosas, una literatura de entretenimiento, de reflexión y de agudeza en la percepción del mundo. Es decir: una literatura que pone su acento en el cómo y no en el qué, apelando a la sabiduría del narrador que sabe que el problema es la forma, una vez que ha intuído qué quiere decir (contar, en este caso).
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