Con la visita oficial del director general de la Unesco, Koichiro Matsuura, a la Villa Ocampo esta semana pareció terminar por fin una larga historia de idas y venidas en la difícil misión de hacer cumplir la última voluntad de su ilustre habitante, la escritora Victoria Ocampo: que esta casa fuera un ámbito de "promoción, investigación, experimentación y desarrollo de actividades culturales, artísticas y de comunicación social".
La residencia de San Isidro donada por Victoria y su hermana Angélica a la Unesco sufrió -en lo que parece el sino obligado de todas las donaciones de las grandes figuras de la Argentina- por largos años la injuria del abandono, incluso cuando fue declarada monumento histórico nacional; la amenaza de la venta y aun la de la demolición y, finalmente, hasta un incendio y un saqueo.
Inestimable fue en su momento la intervención de tres entidades no gubernamentales, entrañablemente ligadas al imborrable recuerdo de la fundadora de Sur -la Fundación Victoria Ocampo y la Asociación Pro Villa Ocampo, presididas por las escritoras María Esther Vázquez y Alicia Jurado, con la activa participación de Dolores Bengolea, y la Fundación Sur, presidida por Alberto Rodríguez Galán-, que desarrollaron intensas gestiones para lograr que se superaran los innumerables escollos burocráticos entre la Unesco y el gobierno argentino y alcanzar la recuperación de la villa.
Al fin, con la visita de Matsuura se cerró venturosamente el círculo. En su discurso, leído en español, el director de la Unesco reafirmó el compromiso del organismo internacional, destinatario del legado de Victoria Ocampo, de apoyar el proyecto cultural, cuyo director ejecutivo es Nicolás Helft; proyecto cultural que estará a la consideración de todos dentro de un mes, en que comenzarán las actividades.
La reunión en la casona, a la que asistió un amplio número de representantes de la Cancillería, del gobierno nacional y del municipal de San Isidro -cuyo valioso apoyo a todo el proyecto fue fundamental para hacerlo posible-, y del mundo intelectual y empresarial argentinos, estuvo teñida de nostalgia y de felicidad; la casa que acogió a Albert Camus, Igor Stravinsky, André Malraux, Roger Caillois, Indira Gandhi; a los argentinos Eduardo Mallea, Jorge Luis Borges, Ernesto Sabato, Manuel Mujica Lainez, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, Héctor Basaldúa, María Rosa Oliver, y a tantos otros intelectuales y artistas, volverá a constituirse en lo que nunca debió dejar de ser: un espléndido baluarte de la cultura, el arte y el pensamiento.
Además, abre camino a la esperanza de que, por fin, la sociedad argentina y, sobre todo, sus dirigentes, hayan entendido el valor de rescatar, recuperar, preservar el patrimonio cultural, ya sea un edificio, ya sea la obra de un artista, y la lista puede continuar. Porque, finalmente, ésas son también las bases sobre las cuales deberá refundarse el país. Sólo entonces podremos decir que todo está bien cuando termina bien.
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