A lo largo de dos décadas, de 1949 a 1969, el escritor argentino Adolfo Bioy Casares mantuvo una correspondencia amorosa con la escritora mexicana Elena Garro.
Hasta hace muy poco, el romance entre Bioy y Garro era un pasaje relativamente desconocido de la vida de ambos, apenas esbozado por ella en los apuntes para el libro Los protagonistas de la literatura americana, de Emmanuel Carballo. Durante buena parte del tiempo que duró la correspondencia, ambos eran casados: ella, con el poeta Octavio Paz; él, con la poetisa Silvina Ocampo. Por parte de Bioy, lo más que llegó a saberse es que él y Garro formaban parte de un grupo de amigos.
La naturaleza precisa de la relación salió a la luz en septiembre pasado, cuando la Universidad de Princeton abrió al público el archivo de Garro, adquirido unos meses antes. Se trata de cinco cajas de documentos, en las que hay manuscritos originales y una abundante correspondencia, entre otros papeles.
Aparte de las noventa y una cartas, trece telegramas y tres tarjetas postales que Garro recibió de Bioy, el archivo incluye correspondencia de una infinidad de personajes renombrados: José Bianco, Julio Bracho, Luis Buñuel, Emilio Carballido, Régis Debray, José María Fernández Unsain, Adolfo López Mateos, Carlos A. Madrazo, François Mauriac, Victoria Ocampo, Javier Rojo Gómez, Bernardo Sepúlveda Amor, Guillermo Soberón Acevedo...
Pero la de Bioy es la más abundante: ocupa tres fólders.
Largas son la mayoría de la cartas que el cuentista y novelista argentino escribió a Elena Garro. Largas, de renglones apretados, con letra a veces ininteligible, hinchadas de nostalgia, adulación obsesiva, angustia, autodenigración y desesperanza.
En una entrevista reciente que concedió a Lucía Melgar, profesora de literatura de Princeton, que está trabajando en una biografía de Elena Garro, la escritora contó que tuvo tres series de encuentros con Bioy. Dos en Europa, en 1949 y 1951, y una en Nueva York, en 1956. Cuando se conocieron, en 1949, en París, Garro tenía veintinueve años, y Bioy, treinta y cinco.
Pese a la abundancia de cartas que documentan la relación entre Bioy y Garro, la colección de correspondencia está incompleta. Peter Johnson, responsable de la sección latinoamericana de la biblioteca de Princeton y encargado de adquirir el archivo de Garro, comentó en una entrevista que muchos de los documentos que conservaba la escritora se extraviaron en sus mudanzas trasatlánticas.
Además, las cartas que Garro escribió a Bioy no están en la colección.
-¿Qué pasó con esas cartas? -se preguntó a Johnson.
-No lo sé.
-¿Las tiene Bioy?
-La verdad es que él ha sido muy ambiguo al respecto.
Pasión y literatura
No todas las cartas de Adolfo Bioy Casares a Elena Garro son de amor. En algunas de ellas se habla del papel que la novelista y dramaturga desempeñó, junto a Octavio Paz, como agente literaria de Bioy en Francia.
En octubre de 1951, Bioy envió, desde Montevideo, una autorización a Octavio Paz para que encargara la traducción al francés de La invención de Morel, su novela más célebre, escrita en 1940.
Concluida la traducción de la novela en noviembre de 1951, Bioy escribió a Elena Garro, desde Buenos Aires:
"Estoy conmovido con el trabajo que te tomas con La invención. Leído en francés, me hace creer que es un buen libro, en cambio tú, al ir paso a paso con la traducción, descubrirás todas mis limitaciones".
Expresiones como ésa, de aparente falta de seguridad en sí mismo, abundan en las cartas del escritor, que fue galardonado en 1990 con el Premio Cervantes, la máxima distinción en las letras hispanas. En general, el tono de la correspondencia es depresivo.
Una carta fechada el 5 de noviembre de 1951 empieza así:
"Mi querida: Tuve que hacer un viajecito a Montevideo. Éste fue muy rápido: tres días en total. A mi vuelta me encontré con tus cartas del 26 y 27 de octubre: las más cariñosas que me has mandado desde hace tiempo. Tal vez te di lástima con mi tristeza. Si me hubieras visto en estos tres días del viaje te hubieras apiadado aún más o, basta de tonterías, me hubieras dado el olivo, como decimos aquí (me hubieras abandonado). No te puedo decir qué desolado me parecía todo: viajar en avión, llegar a un cuarto (color pardo) del Nogaró, almorzar y comer, conversar con los maîtres, los mozos, las consignas de siempre. «¿Para qué estoy haciendo esto?», me decía".
Las cartas de Bioy persiguieron a Elena Garro por todo el mundo: Francia, Japón, México, Suiza, Austria... Bioy parece incluso haber asediado a su correspondiente. Entre agosto y octubre de 1951, le envió una veintena de cartas.
"Perdóname que esté escribiéndote de nuevo -redactó, el 8 de septiembre de ese año-, quisiera darte un respiro, pero tengo tanta necesidad de ti que si no toleras estos monólogos voy a morir de angustia".
Cuatro días después, envió otra carta:
"Helena adorada: No te asustes de que te quiera tanto. Tú me dijiste que lloraría por ti. Solamente te equivocaste, en una carta, en la que me reprochabas mis lágrimas fáciles. Tal vez si pudiera dar un buen llanto mejoraría-pero no, eso me está negado. Debo seguir con esta pena y con los ojos secos."
Unas semanas antes, poco después de embarcarse de regreso a América, luego del segundo encuentro con Elena Garro, Bioy envió otra carta a Víctor Hugo 199, el domicilio parisiense de la familia Paz Garro. En su equipaje llevaba dos recuerdos: un zapato y el pasaporte de Elena. (Después, Garro le pediría que le devolviera el pasaporte).
"Mi querida -escribió Bioy-, aquí estoy recorriendo desorientado las tristes galerías del barco y no volví a Víctor Hugo. Sin embargo, te quiero más que a nadie... Desconsolado canto, fuera de tono, Juan Charrasqueado (pensando que no merezco esa letra, que no soy buen gallo, ni siquiera parrandero y jugador) y visito de vez en vez tu fotografía y tu firma en el pasaporte. Extraño las tardes de Víctor Hugo, el té de las seis y con adoración a Helena. Has poblado tanto mi vida en estos tiempos que si cierro los ojos y no pienso en nada aparecen tu imagen y tu voz. Ayer, cuando me dormía, así te vi y te oí de pronto: desperté sobresaltado y quedé muy acongojado, pensando en ti con mucha ternura y también en mí y en cómo vamos perdiendo todo.
"Te digo esto y en seguida me asusto: en los últimos días estuviste no solamente muy tierna conmigo sino también benévola e indulgente, pero no debo irritarte con melancolía; de todos modos cuando abra el sobre de tu carta (espero, por favor que me escribas) temblaré un poco. Ojalá que no me escribas diciéndome que todo se acabó y que es inútil seguir la correspondencia... Tú sabes que hay muchas cosas que no hicimos y que nos gustaría hacer juntos. Además, recuerda lo bien que nos entendemos cuando estamos juntos... recuerda cómo nos hemos divertido, cómo nos queremos. Y si a veces me pongo un poco sentimental, no te enojes demasiado...
"Me gustaría ser más inteligente o más certero, escribirte cartas maravillosas. Debo resignarme a conjugar el verbo amar, a repetir por milésima vez que nunca quise a nadie como te quiero a ti, que te admiro, que te respeto, que me gustas, que me diviertes, que me emocionas, que te adoro. Que el mundo sin ti, que ahora me toca, me deprime y que sería muy desdichado de no encontrarnos en el futuro. Te beso, mi amor, te pido perdón por mis necedades".
El 17 de octubre de 1951, desde Montevideo, le volvió a escribir: "Mi querida: Discúlpame que te haga leer las noticias de siempre: que te extraño, que estoy desolado...
"¿Pasarán años sin que nos veamos?
" Tú tienes a la Chatita [la hija de Elena Garro], a Octavio, a tus padres, a Deva, a Estrellita. Para mí, Helena es la persona que más quiero en el mundo, el centro de mi vida. Ves, no me corrijo..."
Consejos de señor juicioso
A juzgar por el contenido de la correspondencia, Adolfo Bioy Casares pudo haber tenido peso en la decisión de Elena Garro de dedicarse a la literatura.
"Debes escribir -recomendó Bioy, en una de las primeras cartas que le envió, fechada en Buenos Aires, el 25 de julio de 1949-. Que los escritores te hayamos aburrido es una fortuita circunstancia de tu biografía y sólo tiene importancia para ti; que escribas tiene importancia para todos. En esta correspondencia entre nosotros se ve de qué lado está el escritor; lo es de éste. ¿Ves Helena? Pongo el énfasis en este consejo de señor juicioso (¡si pudiera convencerte!)".
Dos años después, Bioy escribió a Garro desde la Argentina para decirle que un productor de teatro estaba "estudiando, muy interesado" una de las obras de la mexicana.
Pero, en las cartas, Bioy casi siempre se refiere a la literatura para hablar de lo que no ha podido escribir o de lo malo que le parece lo que ha escrito:
"He interrumpido la redacción de una novela (valía poco)", anunció, por ejemplo, en una carta fechada el 7 de enero de 1950.
Y las referencias a los proyectos literarios están sepultadas entre innumerables lamentaciones de lo que no pudo ser:
"Como era de temer -escribió Bioy, el 2 de agosto de 1952, en la primera carta que envió a Tokio, donde Paz cumplía misión diplomática-, recaigo en la monotonía y en mi amor y te cuento que eres mágica, o que eres la única diosa que he conocido, o que te vi de atrás, con un abrigo de pelo de camello y peinada con moño y colita, en la calle Tucumán y que hube de matar a alguien para poder alcanzarte, mas que finalmente desapareciste por Esmeralda. Resuelvo escribirte, pero se van pasando los días y no hago nada; sigo con la cabeza pesada, como si tuviera una corona de hierro, sin hacer nada y con mucha tristeza y con mucho cansancio... Tengo todo muy abandonado: el cuento de 1839, la novela, unos datos biográficos que me pidió Laffont... Por cierto, todo lo que te he enumerado importa poco; pero aquí no podía hacer nada mucho mejor. Comprendo que soy apenas un fantasma... De todos modos no me olvides o por lo menos trata de no olvidar de escribirme de vez en cuando. Eres la persona que más quiero; no pasa un día sin la pena y sin las dulzuras de extrañarte...
"No puedo creer que en mi futuro no haya más Francia. ¿Para qué, ahora? Me has cambiado los planes, hasta las costumbres de la imaginación. No puedo creer que no haya más viajes a Marly; que no llegue nunca a Víctor Hugo y que no te encuentre en el Chez Francis. Empiezo a imaginar un viaje en los barcos holandeses de que algún día te hablé. Saldría de aquí en abril o mayo y desembarcaría en el Japón un mes y medio después. Qué horror si te da pereza imaginar esa llegada. Pero te juro que no voy a molestarle [tachón]. Soy tan tonto que iba a decir lo que no conviene; iba a decir: «¡Seré como una sombra a tu lado!
Yo no sé si te lo confesé, pero a mí antes me gustaban todas las mujeres (antes=antes de conocerte). Ahora las veo como si un velo se hubiera caído de mis ojos: son tontas, son feas (al cosmos le cuesta producir a una mujer linda) y son otras. Esto de que sean otras, de que ni siquiera se parezcan a ti es su más grosera e imperdonable imperfección. Además, la idea de hacer el amor con ellas me repele: qué feo, que antiestético e incómoda la postura; qué asco, qué aburrido. He descubierto la virginidad y su casi suficiente encanto...
"Yo creo que si supieras la felicidad que me traen tus cartas... me escribirías cartas muy largas. Ya sé que soy un idiota y un mal tipo; pero un idiota y un mal tipo que te adora. Vivo pensando en ti; queriéndote, extrañándote. Qué lástima haber perdido el pasaporte. ¿Recuerdas el zapato, el hermano del que tiraste en el Bois de Boulogne? Lo visito diariamente".
La última carta de la colección está fechada en Mar del Plata, el 21 de abril de 1969. Habían pasado veinte años desde la primera misiva. La carta dice:
"Helena muy querida:
"Todos los días pienso en ti y en la Chata... En los diarios de por acá hay muy pocas noticias de México. Las que puedo darte de mí son demasiado triviales. La vidita de siempre... Menos mal que este año trabajé. Escribí una novela, El compromiso de vivir, que estoy corrigiendo; una Memoria sobre la pampa y los gauchos; un cuento, "El jardín de los sueños", y ahora un segundo cuento [ilegible]: uno y otro, Dios mío, tratan de fugas. ¿Recuerdas que en el Théåtre des Champs Elysées, en el 49, la primera noche que salimos, me dijiste que sentías gran respeto por los que huían? Me gustaría compartir hoy esa convicción. En todo caso no me parece improbable que dentro de poco me convierta en fugitivo. En la fría y solitaria Mar del Plata de esta época del año, trabajo, y, mientras tanto, estás, o creo que estás feliz... En junio o julio o agosto acaso me vaya a Europa. Cómo cambiaría ese desganado viaje si en París, en Roma, en Londres... dónde tú quieras, nos encontráramos.
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Publicado en edición impresa
Por Pascal Beltrán del Río
Para La Nacion - Princeton, 1997
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