¡SOY BOHEMIA ! ¿Y QUÉ?

Siempre me preguntan ¿que es ser Bohemio? les respondo : El Bohemio vive por vivir , se llena de angustia sin tener por qué, pero está alegre cuando otros no están.

El Bohemio vive su vida incansable de ideas ,algunas creativas y otras filosóficas, todas para hacer de su vida un paraíso. El Bohemio no teme, solo porque él vive su vida como quiere, ahora sin causarles daños a sus semejantes. Vive la vida con principios y hasta con responsibilidad pero hace lo que quiere cuando quiere. En la música encuentra pinturas, en las poesías encuentra música, y en las pinturas encuentra versos ...es así mientras que se bebe su copa y sin faltar un café en un bar escondido adonde solo se lee por la media luz y la atmósfera del tabaco. La noche es su tarima....ahi baila, canta, bebe, conversa y admira a otros como él. Se proclama el duende de la noche. Ve el mundo con otros ojos ...él ve colores en el cielo nublado, ve la melancolía en una rosa brillante en su esplendor.

Gracias a todos que entienden estas breves letras. ¡SÍIIIIIII!!!! ¡Soy una Bohemia !!! ¿y Qué?

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Juan Cruz Ruiz en una nota de Héctor M. Guyot para ADN Cultura

Por Héctor M. Guyot

Fuente: ADN Cultura
Más información: http://www.lanacion.com/

N. de la R.: Esta nota de Héctor M. Guyot es realmente una maravilla digna de integrar una antología. Es por eso que decidimos, pese a su extensión, reproducirla totalmente. Porque con el pretexto de escribir sobre Juan Cruz Ruiz y su "Egos Revueltos" nos va mencionando muchos más protagonistas de nuestra cultura referenciados en este libro que describe a fondo la personalidad de un puñado de creadores del más alto nivel. (El destaque en negrita - bold - es nuestro).
En la fotografía: Juan Cruz Ruiz

***
Conoció a Camilo José Cela en marzo de 1972, cuando él era un periodista de poco más de veinte años y el autor de La familia de Pascual Duarte gravitaba como una figura de peso de la literatura española. El novel cronista acudió al aeropuerto de Tenerife junto con dos intelectuales de la isla a recibir al visitante ilustre, cuya presencia imponía un temor reverencial: "Tenía esa quijada poderosa de caballo manso, y la frente protuberante (como su barriga) avanzaba con la seguridad de un paquidermo que fuera el jefe de los de su especie". Era dueño de una voz bronca y fuerte. Pero de pronto, tras los saludos, se sintió desvalido y pidió un asiento. "Estoy jodido", dijo. Ya en el hotel, el médico diagnosticó fiebre y ordenó guardar cama. Suspendida la cena de bienvenida y amenazada la conferencia del día siguiente, acompañaron a Cela hasta su habitación y allí, como un niño, el escritor confesó que no podía estar solo. Los dos intelectuales miraron al joven periodista y uno de ellos dijo: "Juanito". De modo que Juan Cruz Ruiz cargó con la misión de acunar al novelista, que apenas ganó la posición horizontal ordenó: "Habla, no dejes de hablar, necesito que me hablen para poder dormir".

Después de rescatar su infancia, su juventud y su encuentro con el mundo en libros como Retrato de un hombre desnudo , Ojalá octubre y Muchas veces me pediste que te contara esos años , Juan Cruz propone ahora una memoria personal de la vida literaria en Egos revueltos , volumen que se alzó con el XXII Premio Comillas de la editorial Tusquets y que el mes que viene se distribuye en el país. Allí el escritor canario desanda el camino espiralado de sus recuerdos en una narración que desatiende la cronología para abandonarse a los flujos y reflujos de una memoria prodigiosa. Pero para recordar primero hay que haber vivido, y en su triple condición de periodista, escritor y editor (trabaja en el diario El País de Madrid desde su fundación en 1976 y fue director de la editorial Alfaguara entre 1992 y 1998), Juan Cruz parece el hombre indicado para fraguar este backstage literario que ofrece perfiles íntimos y reveladores de muchos de los grandes autores del último medio siglo. Testigo perfecto, siempre estaba ahí donde debía para contarlo luego. Por eso el libro es también, y sobre todo, el retrato de una devoción: la suya, que lo empujó desde muy joven al mundo de la escritura y los escritores, en el que supo ver, en medio de sus miserias y grandezas, con ojos compasivos pero nunca ingenuos, una danza de egos de todos los tamaños y colores.

Aquel ego en reposo del hombre que el periodista dejó dormido en el hotel Mencey de Tenerife, por ejemplo, iba camino a convertirse, a medida que se acercaba el Premio Nobel y crecía la fama, en el ego más "denso" de los que Juan Cruz habría de conocer jamás. Quince años después se dieron cita en un lujoso restaurante. Vestido con corbata y camisa roja a rayas, con "la altivez de un hombre que se sabe especialmente poderoso", Cela escuchó frente a unos mariscos una proposición del periodista, que entonces ya trabajaba en El País : el diario quería que el narrador viajara por las Cinco Villas de Aragón y lo contara en una serie que iba a ser publicada durante el verano. Algo habitual, invitar a los literatos a escribir en el periódico.

Cela, sin embargo, planteó condiciones propias de un divo del canto lírico o de una estrella de rock, que pasó a enumerar sin demora: quería disponer de un auto Testarrosa, y las camas de los hoteles debían tener determinadas dimensiones; exigió, de paso, un trabajo en la Cadena Ser para Marina Castaño, entonces su ayudante y luego su esposa, que a la sazón estaba allí, compartiendo el almuerzo. No hubo crónicas, claro.

En el retrato que hace de Cela, Juan Cruz señala que el escritor podía ser generoso. "Ayudó siempre, hasta el final. Ayudó a Francisco Umbral a ganar el premio Cervantes; ayudó a José García Nieto a ganar el mismo premio; ayudó a gente a entrar en la Academia; y ayudó a que otra gente no entrara. Era, en ese sentido, como un campesino con poder, animado siempre a ofrecer a sus vecinos, y a sus fieles, el apoyo que le permitían sus contactos y sus influencias. Y estaba dispuesto, también, a pedir la destitución de aquellos que no le rindieran la pleitesía a la que su larga historia le hacía acreedor... Don Camilo era como una poderosa industria."


El Nobel que llegó por mar


Hubo otro futuro Nobel que llegó a Tenerife ante la mirada deslumbrada del joven Juan Cruz. Fue en 1970, y éste no vino por aire sino por mar, como corresponde a alguien que, al avistar desde la costa un tablón mecido por el oleaje, quizá resto de un naufragio, le dijo a su mujer: "Matilde, el océano le trae la mesa al poeta. Ve por ella". Era Pablo Neruda, que regresaba de Cannes a Chile para apoyar la campaña que llevaría a Salvador Allende al poder. Cuando un grupo de notables, entre los que estaba el joven periodista del diario local con su anotador en mano, lo invitó a bajar al puerto de la isla, Neruda se negó. ¿Acaso en España no gobernaba aún Franco, un dictador contra el cual él había luchado? Alguien le recordó que había bajado ya en Barcelona, para pasear por la ciudad junto con su amigo Gabriel García Márquez. Hubo un silencio, que otro aprovechó para decirle que abajo lo esperaban artistas republicanos. El poeta lo pensó. De pronto, le preguntó a Matilde Urrutia: "¿Tú crees que acá abajo habrá arepas?". Sólo la irrupción de ese antojo hizo que el vate descendiera por la escalerilla del Cristoforo Colombo del brazo de su mujer. Escoltado por la comitiva, se dirigió con su "sonrisa de perro tranquilo" hacia el bar Atlántico, donde comió sus arepas rodeado de escritores locales que siguieron solícitos el recitado de sus propios poemas, a los que Neruda ("acaso uno de los egos más grandiosos que dio la historia de la literatura que uno ha podido tocar") volvía cada vez que dejaba de ser el centro de atención. El episodio remite a aquella anécdota que tiene como protagonista a un celebrado escritor argentino: una noche en que compartía una cena con otros diez comensales, su esposa pasó bajo la mesa un papelito urgente donde había anotado: "Hace rato que no hablan de él y se está deprimiendo".

Entre los escritores, la comida y la bebida son cosa seria. Cuando Juan Cruz era ya editor, muchos años después, le tocó compartir un almuerzo en Isla Negra con Marcela Serrano, Arturo Pérez-Reverte y Carlos Ossa, un editor chileno. En busca de pescado fresco, habían dado con el único restaurante decente del lugar. Venían de visitar la casa de Neruda, donde habían visto aquel tablón legendario y los mascarones de proa que el mar le regalaba periódicamente al poeta. "¡Carlos, no hay limones!", gritó de pronto la Serrano, indignada y ante el estupor de todos. Y lo gritó dos veces. "Lo que había sucedido -cuenta Juan Cruz- fue que la novelista chilena le había preguntado en voz baja al camarero si había limones; ella no comería pescado sin limones, y en el mecanismo de relación entre su mente y la necesidad frustrada de los cítricos había un culpable claro, allí presente, el editor... Es muy serio contradecir a un escritor, sobre todo si se encuentra en un lugar propio y se siente defraudado."

Decálogos y caprichos

Precisamente en aquella comida, Juan Cruz ensayó un decálogo para regir las relaciones de los editores con los escritores de su editorial, y fue entonces cuando Pérez-Reverte dijo que podría hacerse un libro que tratara de los egos revueltos de los escritores ("y de los editores, y de los periodistas, que todos cultivan su propio ego", agregó el autor). Quince años más tarde, con este libro, llega la respuesta a ese desafío.

Para un editor, dice Juan Cruz, el incumplimiento de un capricho puede traer consecuencias nefastas. Pero el antojo también puede cambiar de signo y jugar a favor. En otro almuerzo, esta vez en Montevideo, habían reunido a Pérez-Reverte con Mario Benedetti en la presunción de que congeniarían. Era juntar al joven autor con el veterano escritor, dos generaciones y dos estilos bien distintos. La idea no contravenía lo que Juan Cruz había aprendido a respetar como un principio elemental de las relaciones públicas en el mundo editorial: a menos que se junten por gusto, los iguales se repelen. Todo iba bien hasta que Pérez-Reverte preguntó al mozo: "¿Tienen ustedes dulce de batata?". Desolado, el mozo admitió que no. Ahí mismo el dulce de batata adquirió la importancia de una carencia, cuenta Juan Cruz: "Arturo miró a Fernando [Esteves], el editor local, con una decepción muda, no hay dulce de batata, ya me parecía a mí que algo iba a faltar en este maldito restaurante tan bueno". El almuerzo siguió su curso y hasta Pérez-Reverte olvidó su antojo. Pero a la hora de los postres, cuando nadie lo esperaba, el mozo depositó en la mesa un plato con dulce de batata. Ante la sorpresa de todos, señaló a Esteves y contó que el editor local había salido a la calle subrepticiamente para volver con aquello que calmaría el paladar consentido del autor de La tabla de Flandes.

Esteves tenía 22 años, y dice Juan Cruz que aquel almuerzo cimentó una carrera que lo llevaría a ser director de Alfaguara en la Argentina y a dirigir la división de Ediciones Generales de Santillana en México.

Benedetti también tenía lo suyo en materia de comida. Lo que no sacó a relucir en ese almuerzo de Montevideo aparecía cada vez que la editorial lo llevaba a Madrid para presentar sus libros. "Era muy meticuloso con el pescado: odiaba las espinas. No era una manía circunstancial; Mario lo exigía, y era muy preciso en eso: ´Juan, recuerda que no quiero espinas´. Y no habría espinas. Y si por casualidad aparecía una en el pescado, Mario levantaba la mirada, enfurecido." El autor de La tregua era un ego irritable oculto tras el velo de la humildad.
 
Por el contrario, el mexicano Octavio Paz, inclinado a creer que había pocos como él en la historia del siglo XX, no era un hombre humilde y no consideraba oportuno ocultar su grandeza con la falsa modestia, observa Juan Cruz. Un día, a principios de los años ochenta, le tocó entrevistar a la mujer de Paz, Mary Jo, pintora, que exponía en Madrid. A pedido de ambos, les alcanzó el texto que había escrito luego de hablar con la artista. Sin decir permiso, concentrado como un relojero, el poeta lo corrigió palabra por palabra, "con la delicadeza de un corrector, la rapidez de un linotipista y la autoridad de un director", hasta darle a aquella entrevista ajena "su propia impronta literaria, periodística o poética". A Paz, sin duda uno de los ensayistas en lengua española más lúcidos de los últimos tiempos, le gustaba ordenar el mundo alrededor suyo y aplicaba esa capacidad de control en todo (en esto se parecía a Cela, también un hombre "capaz de organizar a los otros en torno a su figura"). Años después, Juan Cruz fue a verlo para que colaborara en una serie de suplementos sobre las relaciones entre América y Europa que El País publicaría bajo la dirección del académico inglés John Elliot. El autor de El arco y la lira quiso saber qué otros escritores colaborarían. Juan Cruz sacó una lista y Paz se la quitó de las manos. Con el mismo bolígrafo con que había corregido la entrevista a su mujer, empezó a tachar nombres.

"Don Octavio -señaló el periodista-, ésos son nombres decididos por John Elliot." Paz sentía por Elliot una correspondida admiración. Algo notable, ya que su admiración era un tesoro de mucho quilates, escribe Juan Cruz, porque no se prodigaba hacia los lados sino hacia adentro. Finalmente, devolvió el papel. "Si no puedo tachar no colaboro", dijo.

Tras la huella de Cortázar

Cada vez que la memoria de Juan Cruz rescata un nombre, con él viene una historia. En el curso de todos esos años, escribe, fue como un saltimbanqui involuntario buscando miradas con las que completar la suya. Entrevistar a escritores en su condición de periodista, atenderlos en su calidad de editor, era para él una aventura. Y si el trabajo no le ponía escritores en el camino, se los conseguía por su cuenta. Cortázar, por ejemplo. Lo había buscado en su juventud por la calles de París, jugando con la posibilidad de un encuentro fortuito al modo de Oliveira y La Maga, y lo había entrevistado luego. Pero ahora, años después de su muerte, Juan Cruz salía en busca del fantasma del autor de Rayuela . Junto con el escritor Manuel de Lope, peregrinó rumbo a Saignon, donde Cortázar había vivido sus veranos y escrito algunos de sus libros. Sin una dirección que los orientase, consultaron en el municipio los planos catastrales. Tuvieron suerte y al rato estaban tocando el timbre en una casa de la zona. Abrió la puerta una mujer alta, en traje de baño, mojada y con una toalla sobre los hombros. Era Ugné Karvelis, lituana, una editora de Gallimard que había sido pareja de Cortázar.

Muchos de los amigos del escritor la tenían por una personalidad difícil y hasta maliciosa, pero los hizo pasar amablemente y los condujo hasta una habitación espartana. "Ahí escribía", dijo, y señaló una mesa desnuda en la que Cortázar se sentaba de cara a la pared y de espaldas al ventanal que daba al jardín. Miraron la mesa vacía, en callado homenaje, y de algún lado llegó un aroma a jazmines.

Después, durante una conversación con Juan Carlos Onetti a la vera de la cama que el autor de La vida breve ya no quiso dejar, éste le dio su opinión respecto del ego de Cortázar, de quien había sido amigo. "Mirá, te voy a decir que él siempre se mostró como un hombre muy humilde, muy desinteresado, y de eso no hubo nada... -dijo el escritor uruguayo-. Era de una vanidad tremenda, y una muestra fue la polémica que tuvo con mi amigo peruano José María Arguedas." La cosa, parece, fue como sigue. En medio de una ardiente discusión acerca del compromiso del intelectual latinoamericano, Cortázar pretendió poner en su sitio al autor de esa novela maravillosa que es Los ríos profundos , tan celebrada por Mario Vargas Llosa: "Usted toca una quena en Perú y yo dirijo una orquesta en París", disparó el argentino. Para Onetti, que también escribía mirando la oquedad de una pared, aquello era imperdonable.

Livianos como el aire

Así como entre los escritores hay egos inflados y poderosos que, según el caso, se exhiben o se esconden, existen otros que de tan livianos parecerían destinados a evaporarse en el aire.

Dice Juan Cruz que Jorge Luis Borges era una de las personas menos pedantes que ha conocido. A principios de los años 80, cuando no sabía aún que los editores eran sobre todo acompañantes, durante dos días le tocó hacer de lazarillo de ese hombre al que leía y admiraba. Era un fin de semana de verano, y junto con su mujer y su hija paseó a Borges por Madrid y lo llevó a bares y restaurantes donde el autor de El libro de arena cantó en islandés algunas endechas que recordaba de memoria. Entonces Juan Cruz sintió la alegría de descubrir que los genios pueden ser gente bastante normal. Siempre con su libreta a mano, el periodista tomó muchas notas durante esos días, frases de Borges que no quería dejar escapar. Entre otras, la que sigue: "Le dije a un visitante mexicano que se quejó de mi casa: ´Usted está en ella cinco minutos, yo vivo en ella desde hace setenta años, no se queje.´ Me dijo: ´Octavio Paz no vive así´. Y yo le repliqué: ´Es que, modestamente, yo soy Borges´".

No hay escritor que carezca de ego, advierte el autor.

Sin embargo, entre aquellos que lo llevan ligero incluye a John Berger, a Miguel Delibes (fallecido la semana pasada a los 89 años) y a Leonardo Sciascia ("uno de los tipos más sencillos y desprendidos que he conocido"). Y también a Paul Bowles, a quien, cuando ya era editor, fue a visitar a Tánger para convencerlo de que viajara a España a presentar su nuevo libro. Lo encontró sentado sobre una alfombra, fumando kif en una larga pipa y con temor de que un pájaro que andaba revoloteando fuera se metiera dentro de la casa. Bowles estaba más interesado en su música -era también compositor- que en su literatura, pero a sus 83 años aceptó la invitación. Flaco y debilitado, "con sus ojos azules velados por la tristeza y la perplejidad", viajó a Madrid, donde presentó su libro y se organizó un concierto con su música. El editor también le consiguió un cirujano que lo atendió de un dolor en la rodilla que en Tánger no había podido curar.

Por necesidad, Juan Cruz se volvió un experto en misiones especiales. Lo mismo podía conseguirle un dentista a Berger que un fisioterapeuta a Vargas Llosa. Hecha su fama, una madrugada lo despertó el llamado telefónico de Carmen Balcells. La célebre agente literaria le rogó que consiguiera un helicóptero: la escritora brasileña Nélida Piñón viajaba de Barcelona a Madrid, donde debía tomar un avión para regresar a su tierra sin demora, pero la nieve había dejado varado su taxi en el camino. Desde su casa en Tenerife, Juan Cruz intentó lo imposible y casi lo logra, pero los pilotos no se atrevieron a volar con semejante tormenta. En lugar de un helicóptero, le consiguió a la escritora un hotel en Soria donde pasar la noche. "Por lo que les escuché al posadero y a la propia Nélida, esa noche de tanta nieve la autora de Corazón andariego durmió en un puticlub de carretera", confiesa.

En el sube y baja

Pero sin duda quien sometió al abnegado editor a una actividad extenuante fue Susan Sontag, que viajó a España en 1995 para presentar su novela El amante del volcán . Le había contado a Juan Cruz que tenía dos ídolos europeos, John Berger y José Saramago, y que le gustaría conocer al escritor portugués. Quienes la esperaban en Madrid pensaron que llegaría agotada del viaje, pero le sobró energía para ir al Museo del Prado, comer mariscos y firmar ejemplares en la Feria del Libro, con tanta buena suerte que era la única autora firmando cuando apareció nada menos que la reina Sofía. Hubo entre ellas una charla amable, hubo firma de ejemplar y hubo un fotógrafo de El País que tomó la imagen que, al otro día, vestiría la tapa del diario. El editor Juan Cruz estaba en la gloria pero sin tiempo para festejos, porque enseguida viajaron a Lanzarote, donde Saramago y su mujer, Pilar del Río, recibieron a la Sontag con los brazos abiertos y la pasearon por la isla. "Hubo un solo revuelo en el espacio amplio de su ego, cuando ella entendió que el hotel que le buscamos podría no estar a la altura de sus merecimientos", cuenta el editor. Fue cuando el delegado de Alfaguara en Canarias preguntó, inocentemente: "¿Por qué se han alojado en este hotel?". Sontag detectó la palabra "hotel" y le preguntó a Juan Cruz: "¿Quiere decir que estoy en un hotel que no resulta adecuado para mí?". Regresaron cansados del viaje, pero la escritora quiso ir a cenar con Pedro Almodóvar. Radiante y feliz, esa noche ella le contó a su amigo su paso por Lanzarote, pero el cineasta, que estaba en un día sombrío, le dijo que aquello quizá no había sido una buena idea. La Sontag buscó a Juan Cruz con los ojos: "¿Y por qué me has llevado a Lanzarote?", inquirió. "Pasaba de un estado de ánimo al otro con las violencia de las ventoleras -escribe el autor-, y nosotros teníamos que poner en marcha un sensor secreto para que no nos tomaran desprevenidos sus cambios de humor."

Sin embargo, nada de todo esto hacía mella en el editor, cuyo entusiasmo -y paciencia, hay que decirlo- parecía entonces el mismo de aquel cronista primerizo e inquieto que esperaba que Neruda se decidiera a poner un pie en tierra o que Cela se entregara al sueño. A Juan Cruz, que hace unos años regresó al periodismo a tiempo completo, le cuadra la imagen del editor que trazó Manuel Vicent. Posiblemente haya sido él quien la ha inspirado. Dice el autor de Tranvía a la Malvarrosa que los editores son como esos chinos de circo que mantienen en el aire varios platos a la vez, que deben hacer girar sin descanso para que no se caigan. La manera en que Juan Cruz ha celebrado con autores y periodistas, y con la escritura misma, una suerte de perpetua y exaltada comunión desmentiría la teoría de los egos. Éste es el libro de un hombre generoso que parece haber advertido lo que decía el poeta: por mucho que se aspire a la inmortalidad, por mucho que se crea haberla alcanzado, todo, y todos, pasan.


Héctor M. Guyot
ADN Cultura

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Ajedrez y Borges

Yo, Bioy Casares

Proponen a Ernesto Sábato para el Nobel de Literatura

La postulación del escritor argentino llegó de manos de la Sociedad General de Autores y Editores de España.

El reconocido escritor Ernesto Sábato fue propuesto, una vez más, como candidato para el Nobel de Literatura que entrega la Academia en Estocolmo, Suecia. La postulación corrió por parte de la Sociedad General de Autores y Editores de España (SGAE) que incluyó al argentino junto a Miguel Delibes y el nicaragüense Ernesto Cardenal.

El diario español El País, publicó hoy la decisión de fue "unánime" y se sustenta en "los acreditados méritos literarios de cada uno de estos tres autores universales, que los hacen acreedores al galardón más prestigioso de las letras", justificó la SGAE, que elige - a pedido de los suecos - los escritores más destacados de la lengua española.

El Nobel es un galardón que todos los años reconoce a diferentes estudiosos de las más variadas disciplinas que van desde la Literatura a la Física, pasando por Química, Medicina y Economía, entre otras. Años anteriores, el premio fue para los escritores Octavio Paz (1990), Camilo José Cela (1989), Gabriel García Márquez (1982), Vicente Aleixandre (1977), Pablo Neruda (1971), Miguel Angel Asturias (1967), Juan Ramón Jiménez (1956), Gabriela Mistral (1945), Jacinto Benavente.

05-01-2010
Fuente: Perfil
Publicado por http://www.escribirte.com.ar/

No dejes de visitar: "Ajedrez y Borges"

Jorge Luis Borges es una inagotable fuente de sorpresas. Sus obras, sus pensamientos, su particular idiosincracia, en este jardín de senderos que se bifurcan http://ajedrezyborges.blogspot.com/

Vivamos la literatura - por el Lic. Washington Daniel Gorosito Pérez



Hay una frase que moldeó, de alguna manera, mi condición de lector, pertenece a la escritora belga Marguerite Yourcenar y se encuentra en la novela “Memorias de Adriano”: “La vida me enseñó los libros”. Leer libros sin vivir es sin duda un acto en extremo vacío y carente como es lógico de alguna significación.

A medida que se vive se percata uno de las diferencias notables que se establecen en la realidad literaria y en la realidad cotidiana. Quizá buena porción de aquello a lo que denominamos literatura fantástica surge a raíz de experiencias vivenciales sumidas en la noche del alma.

Allí están los cuentos de Poe, Horacio Quiroga, Cortázar, que son material ilustrativo de primera mano, donde un hecho real pone en marcha todo el engranaje fantástico camuflado en la cotidianeidad, y no quiero hablar del Maestro, con mayúsculas, Juan Carlos Onetti y su Santa María, como decimos en el Río de la Plata, “un fenómeno”.

El realismo mágico instaurado en la literatura por Gabriel García Márquez, con discípulos más o menos falaces como Laura Esquivel e Isabel Allende, no es más que la constatación metafórica de una realidad que está en el ambiente cotidiano.

Un ejemplo clásico es ese cuento del ángel que viene a buscar al niño enfermo. Hasta ahí lo real. Luego viene García Márquez y patentiza a ese ángel, que es una superstición religiosa en boca de los abuelos, y lo convierte en un anciano con alas al que encierran en un gallinero.

Nuestra vida está conectada con “algo” que sobrepasa los razonamientos lógicos. A ese algo lo llamamos magia, azar, y otro conjunto de nombres que designan lo innombrable.

Si muchos autores utilizan la materia prima de esa realidad (que se escapa a las miradas atentas, que ablanda los objetos, que materializa los ángeles y demonios, que metaforiza el amor y los sueños) para escribir sus novelas, es necesario como lector leer las vicisitudes propias de esa realidad fantasmagórica, para comprender muchos personajes como el Quijote, Madame Bovary, Los Tres Mosqueteros, Frankenstein, etc.

Este juego de espejos entre lo real y lo fantástico tiene muchas variantes y forma parte tanto de la literatura como de nuestra vida diaria. Por esa razón Borges se pregunta y se responde: ¿En qué reside el encanto de los cuentos fantásticos?

Reside, creo, en el hecho de que no son invenciones arbitrarias, porque si fueran invenciones arbitrarias su número sería infinito, reside en el hecho de que, siendo fantástico, son símbolos de nosotros, de nuestra vida, del universo, de lo inevitable y misterioso de nuestra vida y todo ello nos lleva de la literatura a la filosofía.

Pensemos en las hipótesis de la filosofía, aún más extrañas que la literatura fantástica; en la idea platónica, por ejemplo de que cada uno de nosotros existe porque es un hombre arquetípico que está en los cielos. Pensemos en la doctrina de Berkeley, según la cual “toda nuestra vida es un sueño y lo único que existe son apariencias”.

La literatura en sus más variados géneros, intenta darle cuerpo a todo ese conjunto de dudas que desde hace bastante tiempo carcome el universo reflexivo del hombre. Trata si se quiere, en darle una significación más honda y trascendente a todo eso que parece deslizarse sobre la superficie de nuestra piel y que nos hiere sutilmente.

El hombre más que hecho de piel, alma y huesos está confeccionado de memoria, palabras e imaginación y es a través de ese inagotable invento, conocido como libro, que ha podido desdoblarse para leerse y escribirse.

Paulo Freire decía: “La lectura del universo antecede a la lectura de la palabra y por eso la anterior lectura de esta no puede prescindir de la continua lectura de aquél. Lenguaje y realidad están unidos dinámicamente. La comprensión del texto que se obtiene por la lectura crítica implica la percepción de las relaciones entre el texto y el contexto”.

Todo esto nos lleva a pensar que la escritura no es un acto fortuito, mucho menos es una actividad para domesticar el ocio de fin de semana. Ningún texto es inocente debido a que implícito tiene una lectura del mundo, una observación escrita de esos momentos cruciales o insignificantes que a cualquiera le toca vivir.

El peregrinaje personal que se realiza, para leer una buena porción de libros, responde a motivaciones particulares de cada cual; no obstante el acto de leer posee un rasgo característico: leer es un acto solitario, sin pautas ni parámetros preestablecidos.

La lectura de libros más que empujar hacia la vileza te empuja hacia la alegría. Se vive para comprender lo leído, para sentir en carne propia que sintió Don Quijote cuando armado de caballero se dispuso cristalizar en la realidad el mundo virtual de caballeros, damas en peligro, magia y gigantes de las novelas de caballería.

El gesto de Alonso Quijano desechaba por completo esa idea idílica de la literatura como ornamento intelectual, para devenir en actividad desgarrada que se traspapela con los sueños y la vida de los lectores.

Lic. Washington Daniel Gorosito Pérez: Escritor. Poeta. Ensayista. Investigador Licenciado en Periodismo. Analista de Información Internacional. Catedrático Universitario.
© Lic. Washington Daniel Gorosito Pérez para Informe Uruguay

"Algo muy grave va a suceder en este pueblo" - Gabriel García Márquez


[Cuento contado: Texto completo]
Gabriel García Márquez
Enviado por Martha Susana Sánchez


Nota: En un congreso de escritores, al hablar sobre la diferencia entre contar un cuento o escribirlo, García Márquez contó lo que sigue, "Para que vean después cómo cambia cuando lo escriba".

"Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde:

-No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo.

Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice:

-Te apuesto un peso a que no la haces.

Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Contesta:

-Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo.

Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice:

-Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto.

-¿Y por qué es un tonto?

-Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.

Entonces le dice su madre:

-No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen.

La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero:

-Véndame una libra de carne -y en el momento que se la están cortando, agrega-: Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado.

El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice:

-Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas.

Entonces la vieja responde:

-Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras.

Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice:

-¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo?

-¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!

(Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.)

-Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.

-Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor.

-Sí, pero no tanto calor como ahora.

Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz:

-Hay un pajarito en la plaza.

Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito.

-Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.

-Sí, pero nunca a esta hora.

Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.

-Yo sí soy muy macho -grita uno-. Yo me voy.

Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen:

-Si éste se atreve, pues nosotros también nos vamos.

Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo.

Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice:

-Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa -y entonces la incendia y otros incendian también sus casas.

Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando:

-Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca."

CUENTOS EN ESPAÑOL CON TEMÁTICA BEATLE


ACABA DE SALIR EN ESPAÑA 22 ESCARABAJOS, EL LIBRO QUE RECOGE, ENTRE OTROS, ESCRITOS DE LOS ARGENTINOS LEOPOLDO MARECHAL, RODRIGO FRESÁN, MARCELO FIGUERAS Y ANDRÉS NEUMAN.

En 1968 Leopoldo Marechal publicó el cuento “El beatle final”, en el que unos ingenieros se proponían fabricar una especie de robot-poeta a partir de la figura de Ringo Starr (el mismo Ringo que, curiosamente, Samuel Delany hace aparecer en su novela de ciencia-ficción La instersección de Einstein). Cuatro décadas más tarde, el escritor español Mario Cuenca Sandoval acaba de lanzar 22 escarabajos, autodenominada primera “antología hispánica del cuento beatle”, tomando como piedra fundamental aquel relato del argentino y sumándole no sólo otros posteriores (desde “Las notas vicarias” de Hipólito G. Navarro, hasta “Come Together” de Rodrigo Fresán o “Rock in the Andes”, de Fernando Iwasaki) sino, ante todo, una docena de textos inéditos firmados por Marcelo Figueras, Andrés Neuman, Care Santos o Iban Zaldua.

“Los mitos son realidades que prometen adaptarse, siempre, al porvenir”, dice Cuenca Sandoval es una jugosa introducción que excede la explicación del proyecto (no “una literatura beatle” como supuesto género, sino la inserción de esa música en el “patrimonio sentimental” de los autores), para internarse en un análisis tan profundo como apasionado: los Beatles “definieron una forma de escribir canciones y, año tras año, la subvirtieron”; los Beatles contribuyeron a la ruptura de toda distinción entre “alta y baja cultura” y convirtieron lo que parecía moda pasajera en algo “que ha provocado que, cuanto más nos alejamos de ellos en el tiempo, más grandes nos parezcan”.

En su papel de antólogo, Cuenca organiza el libro en tres grandes secciones. La primera, “Yesterday”, se centra en la evocación melancólica e incluye relatos como “Café anacrónico”, del ecuatoriano Miguel Antonio Chávez, o “33 ladrillos traídos de Liverpool” del guatemalteco Maurice Echeverría, donde “un cuarentón amante de los Beatles” es interceptado por unos “indígenas-raperos” y acaba profiriendo: “El reguetón no es más que el fracaso de la civilización tal y como la conocemos: como matar a Lennon otra vez”.

En la segunda parte, “Beatles posmodernos”, la aproximación al universo pop ya no se realiza desde la experiencia sentimental, explica Cuenca, sino que constituye un espacio narrativo, “un cosmos con sus propias coordenadas”. Es el caso del cuento “Back to the Egg”, del peruano Leonardo Aguirre, hecho mitad en inglés y mitad en castellano a partir de frases, versos, títulos y axiomas beatlescos (“I’m sorry, uncle Albert, por la parrafada long and winding”) y del relato de la española Pilar Adón que tiene como personaje a Prudence Farrow, la hermana de Mia Farrow que inspirara la canción “Dear Prudence”; pero también es el caso de “Degeneración JL”, del español Roberto Valencia, que multiplica un sinnúmero de Lennons en el mundo como consecuencia de “los grupos de versiones, los émulos y los supuestos discípulos, los fanáticos y los atormentados” y, más aún, del delirante manifiesto “revolucionario” pergeñado por el mexicano Xavier Velasco (“Un fantasma recorre el fin del mundo: el marxismo-lennonismo”) en el que se acusa a los “maccartenistas” de “vivir en el ayer”.

El libro cierra con la sección “Yo soy la morsa”, cuya estrategia dominante es el “relato apócrifo”, es decir: datos de la biografía beatle en circunstancias imaginarias. El procedimiento, como bien dice Cuenca, tiene algo de las “leyendas urbanas” que Alan Clayson y Spencer Leigh recogieron en su libro Ringo era la morsa (101 mitos falsos sobre los Beatles), pero también remite a un audaz ejercicio hipotético que circula en estos días en la página web Christopherbird (www.io9.com): una graciosa ucronía según la cual los Beatles siguieron tocando juntos (a imagen de los Stones) hasta la muerte de George Harrison.

Este segmento final incluye uno de los mejores cuentos del libro: “Los Beatles”, del cubano Eduardo del Llano, donde se muestra a los cuatro músicos dispuestos a componer una canción en torno a otro personaje tan imaginario como Eleanor Rigby, lady Madonna, Michelle o el sargento Pepper. Metódicamente, John hace girar un globo terráqueo y el dedo enjoyado de Ringo termina apuntando a Cuba. El personaje inventado por los Beatles será un tal Eduardo del Llano, nacido en 1962 (“el año en que empezamos a ser famosos”, acota Lennon) y de profesión escritor, no músico ya que “no puede tocar rock’n roll porque el gobierno prohíbe esos ritmos subversivos”.

El 2010 promete abundantes efemérides y tributos beatles. Se cumplirán treinta años de la muerte de Lennon y cuarenta de la separación de la banda; se anuncia una versión en 3D de “Submarino amarillo” y, tal vez, una película con la vida de Brian Epstein, su famoso manager. La antología 22 escarabajos (cuya salida ha coincidido con la traducción de la novela Beatles del novelista noruego Lars Saabye Christensen, quien usa al grupo como leitmotiv para contar los años sesenta) plantea un homenaje diferente, alejado de toda hagiografía pero no desprovisto por ello de emoción y compromiso.

Alguna vez Gabriel García Márquez dijo que “la única nostalgia común que uno tiene con sus hijos son las canciones de los Beatles”. Cuenca Sandoval recoge esta frase para añadir que “la nostalgia de sus canciones es anterior a la disolución de la banda (…), algo que se encuentra más allá de la nostalgia por una época que la mayoría de los autores de esta antología ni siquiera conocieron”.

Por Eduardo Berti
Fuente: Crítica
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Nueva edición de Letralia en la red


Jorge Gómez Jiménez desde Venezuela
12/11/2009

Letralianos:
La edición 221 de Letralia está ya en línea y, como siempre, trae montones y montones de letras.

Algunas de las noticias de esta edición:
• Presidente Alan García inaugura la Casa de la Literatura Peruana
• España premió a sus artistas y escritores
• La argentina María Teresa Andruetto gana el Premio Iberoamericano SM
• Mario Vargas Llosa recibe el Premio Caballero Bonald
• Muere a los 63 años el español Juan Campos Reina
• Federico Jeanmaire obtiene el Premio Clarín de Novela
• Festival de Poesía de Granada recibe Premio al Patrocinio y Mecenazgo
• Suspenden en Venezuela a docente homofóbico tras denuncias en Twitter
• Poeta boliviano Christian Vera Ossina lleva 8 meses esperando un premio
• Sean Penn filmará adaptación de Los pasos perdidos, de Carpentier
• Cultura libre en Internet defienden en foro realizado en España
• Fue presentada en Bogotá la biografía de García Márquez
• Anuncian ganadores del Premio del Tren 2009 “Antonio Machado”
• Hallan posibles primeros manuscritos de Aleixandre y Muñoz Rojas
• Premio Nacional de Literatura de Paraguay para Ramiro Domínguez
• Un congreso internacional honrará a Miguel Hernández el año próximo
• Biblioteca Nacional de España no suscribirá acuerdo con Google
• Fallece a los cien años de edad el antropólogo Claude Lévi-Strauss
• Reeditan la novela más conocida de la venezolana Antonia Palacios
• El cineasta Manuel Gutiérrez Aragón gana el Herralde con primera novela
• Presentan en Madrid una colección de ensayos de Alfonso Reyes
• Reabren interrogatorios sobre desaparición de la nuera de Juan Gelman
• Restituidos documentos robados de bibliotecas españolas
• Publican en coreano la novela La familia de Pascual Duarte
• Presentaron en España la biblioteca digital e-libro
• Falleció el historiador argentino Félix Luna
• Publican cartas de Victoria Ocampo
• Otorgan la Orden de las Artes y las Letras de España a Oscar Niemeyer
• Encuentro de cuatristas realizan en Caracas en homenaje a Fredy Reyna
• Literatura infantil y juvenil se reunirá en Venezuela
• Más de 70 autores se darán cita en el Festival Eñe
• Edgar Borges presenta en España monólogo sobre Virginia Woolf
• Miguel Delibes recibirá Medalla de Oro al Mérito Turístico de Cantabria
• Estudiantes peruanos de literatura se reunirán en Lima
• Relación entre la cultura y los medios será analizada en España
• Replanteamiento de lo monstruoso debatirán en un encuentro en Madrid
• Celebrarán en Perú el Festival Internacional de Poesía “Cielo Abierto”

Todo esto y más, como siempre, en http://www.letralia.com/
Salud a todos,

Jorge

Un cuento contado por García Márquez

Algo muy grave va a suceder en este pueblo
[Cuento contado: Texto completo]
Gabriel García Márquez

Nota: En un congreso de escritores, al hablar sobre la diferencia entre contar un cuento o escribirlo, García Márquez contó lo que sigue, "Para que vean después cómo cambia cuando lo escriba".

Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde:
-No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo.
Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice:
-Te apuesto un peso a que no la haces.
Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Contesta:
-Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo.
Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice:
-Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto.
-¿Y por qué es un tonto?
-Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo. Entonces le dice su madre:-No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen.
La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero:
-Véndame una libra de carne -y en el momento que se la están cortando, agrega-: Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado.
El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice:
-Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas.
Entonces la vieja responde:
-Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras.
Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice:
-¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo?
-¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!
(Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.)
-Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.
-Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor.
-Sí, pero no tanto calor como ahora.
Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz:
-Hay un pajarito en la plaza.
Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito.
-Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.
-Sí, pero nunca a esta hora.
Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.
-Yo sí soy muy macho -grita uno-. Yo me voy.
Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen:
-Si éste se atreve, pues nosotros también nos vamos.
Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo.
Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice:
-Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa -y entonces la incendia y otros incendian también sus casas.
Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando:
-Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca.


***

Cordialmente,Helena de Cervantes
Administradora de Ciudad Seva
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