El whisky del muerto de: Pedro Avilés Gutiérrez

**Algunos pàrrafos pertenecientes a su novela:

"El whisky del muerto" que consta de 600 páginas.

Gracias Pedro!!

Se había desplazado hasta el fondo del cementerio, junto a unos nichos de reciente construcción ya casi totalmente ocupados por sus huéspedes. El olor de las flores frescas colocadas en algunos jarrones de plástico pintados de oro, que colgaban de la mayoría de los nichos, era más intenso en aquél lugar. Y también el olor a tierra húmeda batida que ... procedía del exterior de los muros traseros del cementerio, justo donde comenzaba el corte del monte. Cristina Ferreira me pidió que me acercase más. Sonreía.

— Quizá yo podría saber quién mató a Tijera y a Mañueco —. Sus gruesos labios sostenían la sonrisa y era una sonrisa muy bonita.

— ¿Vale que hablamos después de que esto haya acabado?

— Vale que no.

— Adelante, pero date prisa. Aún tenemos trabajo.

— Ya está todo el pescado vendido —dijo acercándose mucho a mí, como para que nadie pudiera oír lo que me iba a decir, lo que me permitió percibir el suave aroma a agua de colonia que desprendía mezclado con litro y medio de feromonas femeninas en ebullición, lo que me hizo comprender la situación.

— Además, ya tienes a Mourelle sacando fotos, que es lo que querías, ¿no? —añadió metiendo la mano en su bolso aproximándose a mí y colando su lengua en mi boca sin solución de continuidad. Intenté contenerla, pero ciñó su bajo vientre al mío, lo que provocó que el bocado en el estómago que había sentido desde el principio se tornase en extremo placentero y que el aroma de sus alocadas feromonas, mezclado con el hedor de los tallos de las flores pudriéndose en el agua de los pequeños búcaros dorados de plástico de los nichos, se dispersase en el aire de aquella tarde de duelo, como si hubiera agitado un frasco de esencia primitiva y sus efluvios se hubieran derramado en medio de aquella silenciosa calle trasera de tumbas en aquél atardecer mediterráneo de finales de Abril. Sin quitar su boca de la mía me puso en la mano un envoltorio con un condón que debió haber sacado de su bolso, me dio la espalda, apoyó sus dos manos levantadas contra la fría superficie de uno de los nichos, pegó su cara contra él y empinó su trasero hacia mí, invitando a mis manos a penetrar bajo su exigua falda. Bajé su ropa interior hasta sus bonitas corvas. María de las Virtudes Peláez Dorronsoro RIP 1916-2006. Tus hijos y nietos no te olvidan, leí una vez y otra y otra y otra, mientras Cristina Ferreira decía: así, así, así…



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