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AGENCIA NOTARG-CABLE 176-21/DIC/84-21.43-EL JEFE DE POLICÍA DE LA PROV DE BS AS EN CONFERENCIA DE PRENSA INFORMÓ QUE ESTÁN MUY ADELANTADAS LAS INVESTIGACIONES REFERENTES AL ENVENENAMIENTO COLECTIVO OCURRIDO EN ESMERALDA. DECLARÓ EL CITADO FUNCIONARIO QUE LAS VÍCTIMAS HABÍAN CONCURRIDO EL DÍA DE AYER A LA OFICINA DE CORREOS, CONSIDERÁNDOSE ESTE HECHO COMO ÚNICO NEXO ENTRE ELLAS. SE DISPUSO EL CIERRE PREVENTIVO DELA MISMA Y LA DETENCIÓN DE TODOS QUIENES CUMPLEN TAREAS ALLÍ. STOP.-
Liliana Noemí Morales era la hija menor de ese hogar formado por el correcto empleado del correo de Esmeralda y la espigada cuarentona de gesto áspero. Lili, la chica sencilla y pueblerina. En septiembre del 83 había cumplido los catorce. Sin fiesta – “Hay que ir juntando para festejarte los quince como Dios manda.”
Nació el 22, casi con la primavera. Ese año, el de la fiesta cancelada, cayó jueves. “Señora, hoy no tome lección. Es el cumpleaños de Morales.” En el recreo, “manteada” general. Las compañeras la querían, sinceramente. “Che, Morales, ¿me prestás lo de Historia? Esta vieja dicta que parece una locomotora. ¿Qué se cree? ¿Que estamos en la facultad?”
Desde los trece iba a los bailes del Círculo. “¡No vuelvas tarde!” “Nos acompaña la mamá de Mirta.” “Bueno. Pero nos tengas en vela hasta la madrugada.”. La mamá de Mirta. Fue con ellas apenas tres o cuatro veces. Pero las madres olvidan que esas mismas triquiñuelas también las usaban ellas, y en ocasiones parecen creerlas.
Conce era relativamente estricta. En realidad, Lili no le importaba demasiado; los comentarios de las vecinas, sí.
“¡A las tres y media! ¡Volvieron a las tres y media!”.
“La mamá de Mirta se descompuso.”.
“¿No podías hablar por teléfono?”
“¿A dónde?”
“¿Qué se yo? A lo de Rivera.”
“¿A las tres de la mañana? ¿Sabés las maldiciones que iba a rajar la vieja?”.
“Encima, tocaste timbre como para levantar al barrio.”.
“Me daba miedo, sola en el pasillo.”
“¿Bailaste con Néstor?”.
“Sí. ¿Por?”.
“¿Te apretaba?”.
“¡Uf!”.
“¿Viste?”.
“¿Qué?”.
“No te hagás la inocente. ¿No sentías?”.
“Sí, sentía.”.
“¿Y?”.
Sonreía.
“Tiene dieciséis.”.
“A mí me dijo dieciocho.”.
“Dieciséis. Es amigo de mi primo.” .
“Me invitó a salir.”.
“¿Qué le dijiste?”.
“Que iba a estar en el Círculo el domingo, en la final del torneo. Pero me dijo que quería verme a solas, no en una tribuna llena de gente.”.
“¿Sabés con quién anduvo hasta el mes pasado? Con Laura.”.
“La largó, ¿no?”.
“Ella lo largó a él.”.
“¿Por?”.
“Parece que salieron juntos y se quiso hacer el vivo.”.
“Que se venga a hacer el vivo conmigo.”.
“¿Vas a salir con él?”.
“No. Si me quiere ver que venga al partido, a la tribuna llena de gente.”.
“¿Qué querés que te diga? Si hubiera dicho a mí, no sé. Está bárbaro.”.
“Te lo regalo, si querés.”.
“Andá. Si tenés la calentura loca con él.”.
Lili sonreía.
Entre niña y mujer. No era linda, pero atraía bastante. A veces iba al balneario.
“¿Cómo te llamás?”.
“¡Tarado!”.
“No te pongás así. Podemos ser amigos, ¿no?”.
Con una previa de primero y cursando un segundo bastante flojo.
“En Matemáticas me voy seguro. El viejo podrido no me tira un ocho ni que lo maten. Y si me manda la de Historia se va a poner feo diciembre.”.
“Igual estás un año adelantada, ¿no?”.
“Entré a primaria con seis y medio. Pero…”.
“¿En tu casa te hacen lío si llegás a repetir?”.
En tu casa. Cuando abría la puerta del departamento, su alegría se desmoronaba. Raúl estaba cada vez más abstraído, más encorvado, más doblegado. Quería a su padre, sin demostrárselo plenamente. Era tan raro y callado… De chica, en cambio, se divertían juntos revolcándose en el suelo, jugando a todos los juegos, contándose mutuamente historias fantásticas. Algo empeoraba con el tiempo. El clima de esa casa saturada de gritos de mamá, de peleas con Marcelo, de la ausencia de Alejandro. Era imposible ser feliz allí.
“Vos sos buena, Lili. Sos la única rescatable de esta familia.”.
“¿Por qué decís eso, papá? Mami no es mala. Grita, pero es por los nervios. Si fuera al médico… Marcelo tiene su carácter, es un poco fanfa, te dice cosas, aunque… Y cuando vuelva Alex…”.
“Al Círculo.”.
“¿Llevaste la pollera a la tintorería?”.
“Sí, llevé.”.
“Está en casa antes de que vuelva tu padre. Si no, ése se la agarra conmigo.”.
Raúl sentía que su hija se iba alejando poco a poco de él. No sabía cómo remediarlo. Casi una mujercita, la mocosa. ¡Si pudiera volver a ser su amigo! Pero la atmósfera de la casa se interponía. Cualquier intento de diálogo terminaba en una discusión. Porque sí. Porque siempre se discutía allí. Por todo. Por nada.
Sábado veintidós de septiembre de mil novecientos ochenta y cuatro.
“Después de las ocho.”.
“¿Invitaste muchos?”.
“El departamento es chico. Seremos unos treinta.”.
“¿Calculaste bien, no? Mirá que en lo de Paula éramos diecisiete chicas para once tipos.”.
“Está justo. Hicimos la lista con Marta.”.
“¿Invitaste a Rubén?”.
“El primero. Aparentó como que dudaba, por la bronca del otro día, pero al final dijo que viene.”.
“¿Va a estar Marcelo?”.
“No sé. Tiene un examen la semana que viene. Dejálo a ése. Mejor que no se aparezca.”.
"¡Cómo lo querés a tu hermano, vos!”.
“Como vos querés al tuyo.”.
“¿A las ocho, entonces?”.
“Ocho, ocho y media.”.
El departamento del séptimo “C” lucía sus mejores galas. Los rompibles descansaban en el placar. Fueron despejados el comedor y dos habitaciones, lo que permitiría ubicarse a los treinta invitados.
“Todavía que es tu hija, le vas a miserear en los quince. Se van a pensar que sos un tirado. Viene la de Figueredo, el abogado ése que parece que va a acomodar a Marcelo en su estudio. Y las chicas de Núñez, tu jefe.”.
“¿Gastaste mucho? No… dejá, dejá. Está bien.”.
“Vos quedate en la cocina. Yo me encargo de todo. Sos capaz de aparecerte en piyama y pantuflas. No lo hago por tu hija, te advierto. Pero no vamos a quedar como cualquier cosa.”
Cerca de las siete y media ya habían llegado las más amigas, para colaborar con los últimos detalles.
Quince años, la Lili. Del 69, cuando vivían en la vieja casona alquilada. Eran un poco más felices por aquel tiempo. Rememoró la noche de las convulsiones, corriendo por la calle en busca de algún médico, el primer diente, la lucha para que se quedara en el jardín de infantes, el portalápices de lata revestido con cáscaras de huevo para el día del padre…
En el comedor, la música vibrante había dejado paso a un ritmo meloso. Conce estaba en la cocina, tirada en una silla, las rodillas separadas, agotada.
Raúl Hugo Morales y su hija. Ella lo merecía todo. Era una chica buena. Había que salvarla, costara lo que costase.
Liliana se dejaba llevar por la música lenta, embriagada por las palabras dulces de Rubén. Lo quería, realmente. Esa noche estaba segura. Se apretaba contra él, buscando su calor. El muchacho le besaba el cuello sabiamente y hablaba cosas hermosas, tiernas.
Sábado veintidós de septiembre de mil novecientos ochenta y cuatro. Reaccionando de un modo inesperado en él, había destruido la última posibilidad de no aniquilarse definitivamente: su hija.
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