Corría ya la segunda mitad de 1974 cuando ocurrió un hecho fundamental en la vida de Raúl Hugo Morales. A los 38 años, continuaba imperturbable su tarea tras el mostrador del correo de Esmeralda, girando, telegrafiando, sellando, clasificando. Era un poco menos hosco que en sus primeros tiempos, aunque siempre correcto y eficiente.
Estaba inscripto en uno de los planes promocionales del gobierno para los empleados de Encotel, y quizá a mediados del 76 entraría en posesión de su departamento propio. La familia había crecido con la llegada de Alejandro Roberto en marzo del 66 y de Liliana Noemí por septiembre del 69. De común acuerdo, es decir por decisión de la cada vez más avinagrada Conce, ya no habría más hijos.
Una de las pocas alegrías de Raúl eran sus hijos.
Algunas horas extra permitían sostener el estudio de Marcelo, un muchacho de dieciséis años, desenvuelto e inteligente. Ya cursaba un brillante tercero del Comercial. Había tenido cuatro o cinco “novias”. Era muy popular entre los jóvenes de Esmeralda pues su habilidad basquetbolística lo transformó rápidamente en capitán del seleccionado juvenil.
Los ocho años de Alejandro se parecían mucho a los ocho años de Raúl Hugo. El niño, que no reía nunca, luchaba sus primeros grados de primaria en pugna constante por no repetir. Eran inútiles los esfuerzos de madre, maestras y “particulares”. Alejandro era duro. Había heredado el adoquín cerebral paterno, ante la desesperación de Conce que no podía soportar de brazos cruzados las miradas compasivas en las reuniones del Club de Madres. “Por lo menos que le haga hasta séptimo” “Todos no pueden ser como Marcelo, señora”.
Finalmente estaba Lili. Viviendo sus cinco años felices y despreocupados. En el jardín de infantes se comportaba con una más: aprendía lo que le enseñaban, jugaba sus juegos, reía cuando ríen los niños, lloraba cuando deben llorar. Era la predilecta de papá, quien sufría las últimas horas en el Correo ansiando volar a casa para revolcarse por el piso con Lili, leerle cuentos, llevarla a parques y calesitas, liberarse cotidianamente de angustias y tensiones. La habitación de su pequeña era la única porción de hogar en aquella vieja casona alquilada.
Según consta en los archivos respectivos, en la oficina de Correos de Esmeralda desempeñaban tareas, por agosto del 74, siete empleados. En el Registro de Personal podía leerse:
HERNÁNDEZ, Mario Higinio – jefe de oficina – 52 años – viudo – sin hijos – antigüedad en el puesto: 9 años – trasladado desde la oficina de Retama (pequeño pueblo no lejano a Esmeralda).
NÚÑEZ, Faustino – empleado mostrador – 49 años – casado – tres hijos – ingresado a la repartición en 1957 como cartero auxiliar – transferido a mostrador en 1969.
MORALES, Raúl Hugo – empleado mostrador – 38 años – casado – tres hijos – ingresado a la repartición en 1955 como cartero – transferido a mostrador en 1960.
FUENTES, María Albarracín de – empleada – 35 años – casada – sin hijos – ingresada a la repartición en 1968 para atención al público y tareas administrativas.
FUENTES, Federico (cuñado de María) – peón de limpieza – 27 años – soltero – ingresado en 1970 como personal de maestranza.
FIGUEROA, Mario – cartero – 19 años – soltero – ingresado a la repartición en enero de 1974.
ALBERTI, Ramón – cartero – 20 años – soltero – ingresado a la repartición en 1971.
Era Faustino Núñez un hombre singular. Se había incorporado al plantel de empleados de la oficina de Correos, como figura en su ficha, por 1957, dos años después que Morales. Ocupó la recientemente creada plaza de segundo cartero – o cartero auxiliar - haciendo el recorrido de los “barrios obreros” inaugurados en esos días y que albergaban casi un millar de nuevos habitantes.
Se sentía muy mal transpirando las calles de la ciudad a los treinta y dos años, luego de haber quedado fuera de la petrolera por un problema del cual poco llegó a saberse. Más aún, parece que, al estar involucrado un alto funcionario de la empresa, todo quedó como si Núñez hubiese renunciado, recibiendo por parte de su encumbrado “amigo” unos cuantos pesos que desaparecieron con bastante rapidez de los bolsillos del autocesanteado.
El 14 de septiembre de 1974, a las 10.30 aproximadamente, el empleado Faustino Núñez entró sin llamar – “tenía las manos ocupadas con papeles y sellos” “fue el destino, hermano, el destino” – en el despacho de su jefe.
Mario – “Romeo” – Hernández, con las mejillas enrojecidas, miró atontado hacia la puerta recién abierta, apretando espasmódicamente espalda y brazos de María – “Julieta” – Albarracín de Fuentes.
La oficina de Correos de Esmeralda había tenido subjefe hasta 1955. En esa oportunidad fue removido del cargo quien lo ocupara, por no aceptar quitarse un escudito políticamente comprometedor. De allí en más, esa función no fue cubierta – y en realidad no se justificaba en una ciudad tan pequeña.
“Visto que el cargo de Subjefe no ha sido cubierto desde 1855 a la fecha, por una arbitraria medida de dieciocho años de desgobierno, y considerando que la importancia creciente de la oficina postal de Esmeralda hace imprescindible aliviar las funciones del señor Jefe derivando parte de ellas a un colaborador inmediato, considero mi deber como empleado de la Repartición…
… Y que no se vea en mi actitud un interés de promoción personal, sino que considero justo el llamado a concurso de antecedentes, a fin de que quien sea más idóneo pueda ascender a la categoría superior.
Sin otro particular…
Faustino Núñez”
Entregó el papel en propias manos del señor Jefe, acompañándolo con un guiño de complicidad. Se llamó a Concurso, por supuesto, presentándose para optar al cargo los empleados Núñez y Morales.
Unos días después de su nombramiento como subjefe de la oficina de correos de Esmeralda, Faustino discutió con María Albarracín por un problema de licencia por enfermedad de familiar directo. Ni el hombre ni la mujer advirtieron la presencia de Morales, quien buscaba unos comprobantes extraviados, de rodillas, en pose de musulmán hacia La Meca, detrás de su escritorio.
Desde el día del ascenso de Núñez, Concepción no dejaba ocasión de hostigar a su marido. “¡Idiota, cada vez más idiota! Te dejaste ganar por ese tipo que entró en el Correo después que vos. ¿Te das cuenta de que sos un infeliz? Casi veinte años esperando la oportunidad y te la perdés. Por tu estupidez arruinaste mi vida y Marcelo casi no tiene qué ponerse. ¿Sabés cuánto va a ganar ahora Núñez? Casi el doble que vos. Sos un inútil, Raúl, un inútil. Vas a seguir pegado al mostrador hasta que te mueras, como el imbécil de tu padre. No sirven más que para vender estampillas.”
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