“Sábado, 31 de diciembre. Come en casa Borges. Brindamos con champagne. Después de comer, Borges y yo vamos a la ventana de la sala de Silvina, hasta que sean las doce. BORGES: ‹‹Esperamos algo que no sabemos bien en qué consiste››. Miro los árboles y los senderos de la plaza, la estatua de Alvear y pienso en la máquina del tiempo de Wells y en que todos somos unas máquinas del tiempo de vuelo de ave de corral. ‹‹Qué raro –comenta Borges– que en tantos años como viví no hubiera un momento en que yo haya estado más adelante en el futuro que ahora.››” El extracto es de 1960, de ese diario puntual y casi infinito de Bioy que fue publicado bajo el escaso título de Borges. Me lo acaba de enviar por correo electrónico Aníbal Jarkowski a modo de saludo de fin de año.
Aníbal no pone ni el dato exacto del año en que la anécdota ocurrió ni tampoco se detiene en la fuente de donde lo tomó. Eso me hizo revisar, con enorme placer, todos los fines de año del texto hasta encontrarlo. Mi primera vuelta al libro después de que lo terminara de leer hace ya bastante tiempo. Y lo de la ausencia de la fuente es otro hallazgo de Aníbal: un libro infinito, de algún modo no es un libro sino todos los libros, o cualquiera. Y se me ocurre una última paradoja: ¿cómo es que un diario, tan cuidadosamente fechado por su autor, nos dé la impresión, cada vez que lo abrimos, de su completa infinitud? Tenía ganas de compartirlo, de no ser tan egoísta.
fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Borges-Bioy-infinito-diario_0_620938069.html
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