que la vida es muy corta,
nos la pasamos siempre
con el llanto en los ojos.
La posibilidad
que damos
al instante feliz,
es mínima.
No es que nuestra ilusión
sea estar siempre tristes,
permanecer
sin romper con el hielo
de conocer el fin.
No, no es eso.
Y es que
no advertimos el júbilo
a través de las sombras,
derrochando lo andado
como camino exánime.
El temblor silencioso
de la luz que nos guía
no nos da confianza,
y es todo lo contrario.
Desde que da comienzo
nuestra historia
asidos a la tierra,
iniciamos los rumbos
de los colores
disímiles,
y permeables.
Somos seres lumínicos,
esa verdad nos urge
conocerla al instante,
ignorarla nos daña
y nos desvía.
Esto todo sucede
Por excluir
la lluvia desde niños,
cuando padres y abuelos
en los húmedos días
nos anunciaban
un tiempo
maldito.
Festejamos el sol
pero no confiamos
en su constancia.
Por eso
lloramos casi siempre,
perdiéndonos
los rayos más agudos
y las gotas
de agua
que fresquísimas llegan
a renovar el aire,
y a dar un nuevo impulso
a todo lo que existe.
Carmen Castejón Cabeceira
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