Después de leer los dos cuentos elegidos de Las Mil y una noches no está de más recordar la fascinación que esta recopilación de historias, ambientadas en el Lejano Oriente, ha ejercido sobre distintos artistas desde su difusión en Europa, allá por el siglo XVIII. Como muestra, la suite sinfónica del compositor ruso Rimski-Korsakov llevada también a escena en forma de ballet, sus distintas adaptaciones cinematográficas(la primera de 1942 o las últimas películas de cine de animación de Disney como Simbad o Aladin), pictóricas-la americana Virginia Frances Sterret presenta una serie completa de estilo modernista en 1928, visible aquí-o esta reinterpretación, en forma de poema, del escritor argentino Jorge Luis Borges
La primera metáfora es el rio.
Las grandes aguas. El cristal viviente
que guarda esas queridas maravillas
que fueron del Islam y que son tuyas
y mias hoy. El todopoderoso
talismán que también es un esclavo;
el genio confinado en la vasija
de cobre por el sello salomónico;
el juramento de aquel rey que entrega
su reina de una noche a la justicia
de la espada, la luna, que está sola;
las manos que se lavan con ceniza;
los viajes de Simbad, ese Odiseo
urgido por la sed de su aventura,
no castigado por un dios; la lámpara;
los simbolos que anuncian a Rodrigo,
la conquista de España por los árabes,
el simio que revela que es un hombre
jugando al ajedrez; el rey leproso;
las altas caravanas; la montaña
de piedra imán que hace estallar la nave;
el jeque y la gacela; un orbe fluido
de formas que varian como nubes,
sujetas al arbitrio del Destino
o del Azar, que son la misma cosa;
el mendigo que puede ser un ángel
y la caverna que se llama Sésamo.
La segunda metáfora es la trama
de un tapiz que propone a la mirada
un caos de colores y de lineas
irresponsables, un azar y un vértigo,
pero un orden secreto lo gobierna.
Como aquel otro sueño, el Universo,
el Libro de las Noches está hecho
de cifras tutelares y de hábitos:
los siete hermanos y los siete viajes,
los tres cadies y los tres deseos
de quien miró la Noche de las Noches,
la negra cabellera enamorada
en que el amante ve tres noches juntas,
los tres visires y los tres castigos,
y encima de las otras la primera
y última cifra del Señor: el Uno.
La tercera metafora es un sueño.
Agarenos y persas lo soñaron
en los portales del velado Oriente
o en vergeles que ahora son del polvo
y seguiran sonando los hombres
hasta el último fin de su jornada.
Como en la paradoja del eleata,
el sueño se disgrega en otro sueño
y ese en otro y en otros, que entretejen
ociosos un ocioso laberinto.
En el Libro está el libro. Sin saberlo,
la reina cuenta al rey la ya olvidada
historia de los dos. Arrebatados
por el tumulto de anteriores magias,
no saben quienes son. Siguen soñando.
La cuarta es la metáfora de un mapa
de esa region indefinida, el Tiempo,
de cuanto miden las graduales sombras
y el perpetuo desgaste de los mármoles
y los pasos de las generaciones.
Todo. la voz y el eco, lo que miran
las dos opuestas caras del Bifronte,
mundos de plata y mundos de oro rojo
y la larga vigilia de los astros.
Dicen los árabes que nadie puede
leer hasta el fin el Libro de las Noches.
Las noches son el Tiempo, del que no duerme.
Sigue leyendo mientras muere el dia
y, Shehrazad te contará tu historia.
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