¡SOY BOHEMIA ! ¿Y QUÉ?

Siempre me preguntan ¿que es ser Bohemio? les respondo : El Bohemio vive por vivir , se llena de angustia sin tener por qué, pero está alegre cuando otros no están.

El Bohemio vive su vida incansable de ideas ,algunas creativas y otras filosóficas, todas para hacer de su vida un paraíso. El Bohemio no teme, solo porque él vive su vida como quiere, ahora sin causarles daños a sus semejantes. Vive la vida con principios y hasta con responsibilidad pero hace lo que quiere cuando quiere. En la música encuentra pinturas, en las poesías encuentra música, y en las pinturas encuentra versos ...es así mientras que se bebe su copa y sin faltar un café en un bar escondido adonde solo se lee por la media luz y la atmósfera del tabaco. La noche es su tarima....ahi baila, canta, bebe, conversa y admira a otros como él. Se proclama el duende de la noche. Ve el mundo con otros ojos ...él ve colores en el cielo nublado, ve la melancolía en una rosa brillante en su esplendor.

Gracias a todos que entienden estas breves letras. ¡SÍIIIIIII!!!! ¡Soy una Bohemia !!! ¿y Qué?

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Los recuerdos también son antiguos y valiosos



Siempre pensé que mi Barrio era San Telmo, con el tiempo aprendí que en realidad era Monserrat, los límites de San Telmo según el mapa empiezan 3 cuadras más al Sur desde la calle Chile, luego de Venezuela y México. Son barrios muy antiguos, todas sus calles empedradas y allí en sus cuadras empedradas jugaba al fútbol con mis amigos.



Este Mapa se puede ver en detalle en:
http://mapa.buenosaires.gov.ar/sig/index.phtml


Sus veredas son muy, pero muy angostas y a veces es necesario bajar a la calle para dar paso a quien viene en sentido contrario!


Son los barrios mas antiguos de Buenos Aires, de allí nació nuestra ciudad y hay señales muy clara de dicha antigüedad.


A una cuadra de donde vivía está la Iglesia de Santo Domingo (Belgrano y Defensa) donde reposan los restos del general Belgrano y allí están las marcas de los cañonazos producidos durante las fallidas Invasiones Inglesas de 1806, 1807!


Todas ellas provienen de la época del Virreinato y en muchos lugares hay túneles de aquella época.


A media cuadra de mi casa esta la “cortada” (una cuadra de largo) 5 de Julio y seguramente allí “me agarré a piñas” con otro chico!


A la vuelta de mi casa estaba la Iglesia de San Ignacio, allí concurría al Catecismo, que era el “salvoconducto” para ver lo que realmente nos interesaba es decir las películas de Tom Mix, Carlitos Chaplin, etc. No, no había TV en aquellos tiempos!


Sobre la calle Defensa a un par de cuadras de Plaza de Mayo concurría a la escuela primaria en la Escuela Adolfo Alsina.


Cerca estaba la Librería del Colegio, el Colegio Nacional Buenos Aires y tantas cosas tradicionales de Buenos Aires.


Ese es mi barrio, allí esta en el mismo corazón, donde se inicio de la Historia de nuestro país, y allí están esos recuerdos físicos y sentimentales que deben ser resguardados para que los puedan presenciar, nuestros hijos, los de ellos y las próximas generaciones.


"Un médico rural" - por Franz Kafka


Un médico rural

Por Franz Kafka, escritor

Estaba muy preocupado; debía emprender un viaje urgente; un enfermo de gravedad me estaba esperando en un pueblo a diez millas de distancia; una violenta tempestad de nieve azotaba el vasto espacio que nos separaba; yo tenía un coche, un cochecito ligero, de grandes ruedas, exactamente apropiado para correr por nuestros caminos; envuelto en el abrigo de pieles, con mi maletín en la mano, esperaba en el patio, listo para marchar; pero faltaba el caballo... El mío se había muerto la noche anterior, agotado por las fatigas de ese invierno helado; mientras tanto, mi criada corría por el pueblo, en busca de un caballo prestado; pero estaba condenada al fracaso, yo lo sabía, y a pesar de eso continuaba allí inútilmente, cada vez más envarado, bajo la nieve que me cubría con su pesado manto. En la puerta apareció la muchacha, sola, y agitó la lámpara; naturalmente, ¿quién habría prestado su caballo para semejante viaje? Atravesé el patio, no hallaba ninguna solución; distraído y desesperado a la vez, golpeé con el pie la ruinosa puerta de la pocilga, deshabitada desde hacía años. La puerta se abrió, y siguió oscilando sobre sus bisagras. De la pocilga salió una vaharada como de establo, un olor a caballos. Una polvorienta linterna colgaba de una cuerda.

Un individuo, acurrucado en el tabique bajo, mostró su rostro claro, de ojitos azules.

-¿Los engancho al coche? -preguntó, acercándose a cuatro patas.

No supe qué decirle, y me agaché para ver qué había dentro de la pocilga. La criada estaba a mi lado.

-Uno nunca sabe lo que puede encontrar en su propia casa -dijo ésta. Y ambos nos echamos a reír.

-¡Hola, hermano, hola, hermana! -gritó el palafrenero, y dos caballos, dos magníficas bestias de vigorosos flancos, con las piernas dobladas y apretadas contra el cuerpo, las perfectas cabezas agachadas, como las de los camellos, se abrieron paso una tras otra por el hueco de la puerta, que llenaban por completo. Pero una vez afuera se irguieron sobre sus largas patas, despidiendo un espeso vapor.

-Ayúdalo -dije a la criada, y ella, dócil, alargó los arreos al caballerizo. Pero apenas llegó a su lado, el hombre la abrazó y acercó su rostro al rostro de la joven. Esta gritó, y huyó hacia mí; sobre sus mejillas se veían, rojas, las marcas de dos hileras de dientes.

-¡Salvaje! -dije al caballerizo-. ¿Quieres que te azote?

Pero luego pensé que se trataba de un desconocido, que yo ignoraba de dónde venía y que me ofrecía ayuda cuando todos me habían fallado. Como si hubiera adivinado mis pensamientos, no se mostró ofendido por mi amenaza y, siempre atareado con los caballos, sólo se volvió una vez hacia mí.

-Suba -me dijo, y, en efecto, todo estaba preparado.

Advierto entonces que nunca viajé con tan hermoso tronco de caballos, y subo alegremente.

-Yo conduciré, pues tú no conoces el camino -dije.

-Naturalmente -replica-, yo no voy con usted: me quedo con Rosa.

-¡No! -grita Rosa, y huye hacia la casa, presintiendo su inevitable destino; aún oigo el ruido de la cadena de la puerta al correr en el cerrojo; oigo girar la llave en la cerradura; veo además que Rosa apaga todas las luces del vestíbulo y, siempre huyendo, las de las habitaciones restantes, para que no puedan encontrarla.

-Tú vendrás conmigo -digo al mozo-; si no es así, desisto del viaje, por urgente que sea. No tengo intención de dejarte a la muchacha como pago del viaje.

-¡Arre! -grita él, y da una palmada; el coche parte, arrastrado como un leño en el torrente; oigo crujir la puerta de mi casa, que cae hecha pedazos bajo los golpes del mozo; luego mis ojos y mis oídos se hunden en el remolino de la tormenta que confunde todos mis sentidos. Pero esto dura sólo un instante; se diría que frente a mi puerta se encontraba la puerta de la casa de mi paciente; ya estoy allí; los caballos se detienen; la nieve ha dejado de caer; claro de luna en torno; los padres de mi paciente salen ansiosos de la casa, seguidos de la hermana; casi me arrancan del coche; no entiendo nada de su confuso parloteo; en el cuarto del enfermo el aire es casi irrespirable, la estufa humea, abandonada; quiero abrir la ventana, pero antes voy a ver al enfermo. Delgado, sin fiebre, ni caliente ni frío, con ojos inexpresivos, sin camisa, el joven se yergue bajo el edredón de plumas, se abraza a mi cuello y me susurra al oído:

-Doctor, déjeme morir.

Miro en torno; nadie lo ha oído; los padres callan, inclinados hacia adelante, esperando mi sentencia; la hermana me ha acercado una silla para que coloque mi maletín de mano. Lo abro, y busco entre mis instrumentos; el joven sigue alargándome las manos, para recordarme su súplica; tomo un par de pinzas, las examino a la luz de la bujía y las deposito nuevamente.

-Sí -pienso indignado-; en estos casos los dioses nos ayudan, nos mandan el caballo que necesitamos y, dada nuestra prisa, nos agregan otro. Además, nos envían un caballerizo...

En aquel preciso instante me acuerdo de Rosa. ¿Qué hacer? ¿Cómo salvarla? ¿Cómo rescatar su cuerpo del peso de aquel hombre, a diez millas de distancia, con un par de caballos imposibles de manejar? Esos caballos que no sé cómo se han desatado de las riendas, que se abren paso ignoro cómo; que asoman la cabeza por la ventana y contemplan al enfermo, sin dejarse impresionar por las voces de la familia.

-Regresaré en seguida -me digo como si los caballos me invitaran al viaje. Sin embargo, permito que la hermana, que me cree aturdido por el calor, me quite el abrigo de pieles. Me sirven una copa de ron; el anciano me palmea amistosamente el hombro, porque el ofrecimiento de su tesoro justifica ya esta familiaridad. Meneo la cabeza; estallaré dentro del estrecho círculo de mis pensamientos; por eso me niego a beber. La madre permanece junto al lecho y me invita a acercarme; la obedezco, y mientras un caballo relincha estridentemente hacia el techo, apoyo la cabeza sobre el pecho del joven, que se estremece bajo mi barba mojada. Se confirma lo que ya sabía: el joven está sano, quizá un poco anémico, quizá saturado de café, que su solícita madre le sirve, pero está sano; lo mejor sería sacarlo de un tirón de la cama. No soy ningún reformador del mundo, y lo dejo donde está. Soy un vulgar médico del distrito que cumple con su deber hasta donde puede, hasta un punto que ya es una exageración. Mal pagado, soy, sin embargo, generoso con los pobres. Es necesario que me ocupe de Rosa; al fin y al cabo es posible que el joven tenga razón, y yo también pido que me dejen morir. ¿Qué hago aquí, en este interminable invierno? Mi caballo se ha muerto y no hay nadie en el pueblo que me preste el suyo. Me veré obligado a arrojar mi carruaje en la pocilga; si por casualidad no hubiese encontrado esos caballos, habría tenido que recurrir a los cerdos. Esta es mi situación. Saludo a la familia con un movimiento de cabeza. Ellos no saben nada de todo esto, y si lo supieran, no lo creerían. Es fácil escribir recetas, pero en cambio, es un trabajo difícil entenderse con la gente. Ahora bien, acudí junto al enfermo; una vez más me han molestado inútilmente; estoy acostumbrado a ello; con esa campanilla nocturna todo el distrito me molesta, pero que además tenga que sacrificar a Rosa, esa hermosa muchacha que durante años vivió en mi casa sin que yo me diera cuenta cabal de su presencia... Este sacrificio es excesivo, y tengo que encontrarle alguna solución, cualquier cosa, para no dejarme arrastrar por esta familia que, a pesar de su buena voluntad, no podrían devolverme a Rosa. Pero he aquí que mientras cierro el maletín de mano y hago una señal para que me traigan mi abrigo, la familia se agrupa, el padre olfatea la copa de ron que tiene en la mano, la madre, evidentemente decepcionada conmigo -¿qué espera, pues, la gente?- se muerde, llorosa, los labios, y la hermana agita un pañuelo lleno de sangre; me siento dispuesto a creer, bajo ciertas condiciones, que el joven quizá está enfermo. Me acerco a él, que me sonríe como si le trajera un cordial... ¡Ah! Ahora los dos caballos relinchan a la vez; ese estrépito ha sido seguramente dispuesto para facilitar mi auscultación; y esta vez descubro que el joven está enfermo. El costado derecho, cerca de la cadera, tiene una herida grande como un platillo, rosada, con muchos matices, oscura en el fondo, más clara en los bordes, suave al tacto, con coágulos irregulares de sangre, abierta como una mina al aire libre. Así es como se ve a cierta distancia. De cerca, aparece peor. ¿Quién puede contemplar una cosa así sin que se le escape un silbido? Los gusanos, largos y gordos como mi dedo meñique, rosados y manchados de sangre, se mueven en el fondo de la herida, la puntean con su cabecitas blancas y sus numerosas patitas. Pobre muchacho, nada se puede hacer por ti. He descubierto tu gran herida; esa flor abierta en tu costado te mata. La familia está contenta, me ve trabajar; la hermana se lo dice a la madre, ésta al padre, el padre a algunas visitas que entran por la puerta abierta, de puntillas, a través del claro de luna.

-¿Me salvarás? -murmura entre sollozos el joven, deslumbrado por la vista de su herida.

Así es la gente de mi comarca. Siempre esperan que el médico haga lo imposible. Han perdido la antigua fe; el cura se queda en su casa y desgarra sus ornamentos sacerdotales uno tras otro; en cambio, el médico tiene que hacerlo todo, suponen ellos, con sus pobres dedos de cirujano. ¡Como quieran! Yo no les pedí que me llamaran; si pretenden servirse de mí para un designio sagrado, no me negaré a ello. ¿Qué cosa mejor puedo pedir yo, un pobre médico rural, despojado de su criada?

Y he aquí que empiezan a llegar los parientes y todos los ancianos del pueblo, y me desvisten; un coro de escolares, con el maestro a la cabeza canta junto a la casa una tonada infantil con estas palabras:

"Desvístanlo, para que cure,

y si no cura, mátenlo.

Sólo es un médico, sólo es un médico..."

Mírenme: ya estoy desvestido, y, mesándome la barba y cabizbajo, miro al pueblo tranquilamente. Tengo un gran dominio sobre mí mismo; me siento superior a todos y aguanto, aunque no me sirve de nada, porque ahora me toman por la cabeza y los pies y me llevan a la cama del enfermo. Me colocan junto a la pared, al lado de la herida. Luego salen todos del aposento; cierran la puerta, el canto cesa; las nubes cubren la luna; las mantas me calientan, las sombras de las cabezas de los caballos oscilan en el vano de las ventanas.

-¿Sabes -me dice una voz al oído- que no tengo mucha confianza en ti? No importa cómo hayas llegado hasta aquí; no te han llevado tus pies. En vez de ayudarme, me escatimas mi lecho de muerte. No sabes cómo me gustaría arrancarte los ojos.

-En verdad -dije yo-, es una vergüenza. Pero soy médico. ¿Qué quieres que haga? Te aseguro que mi papel nada tiene de fácil.

-¿He de darme por satisfecho con esa excusa? Supongo que sí. Siempre debo conformarme. Vine al mundo con una hermosa herida. Es lo único que poseo.

-Joven amigo -digo-, tu error estriba en tu falta de empuje. Yo, que conozco todos los cuartos de los enfermos del distrito, te aseguro: tu herida no es muy terrible. Fue hecha con dos golpes de hacha, en ángulo agudo. Son muchos los que ofrecen sus flancos, y ni siquiera oyen el ruido del hacha en el bosque. Pero menos aún sienten que el hacha se les acerca.

-¿Es de veras así, o te aprovechas de mi fiebre para engañarme?

-Es cierto, palabra de honor de un médico juramentado. Puedes llevártela al otro mundo.

Aceptó mi palabra, y guardó silencio. Pero ya era hora de pensar en mi libertad. Los caballos seguían en el mismo lugar. Recogí rápidamente mis vestidos, mi abrigo de pieles y mi maletín; no podía perder el tiempo en vestirme; si los caballos corrían tanto como en el viaje de ida, saltaría de esta cama a la mía. Dócilmente, uno de los caballos se apartó de la ventana; arrojé el lío en el coche; el abrigo cayó fuera, y sólo quedó retenido por una manga en un gancho. Ya era bastante. Monté de un salto a un caballo; las riendas iban sueltas, las bestias, casi desuncidas, el coche corría al azar y mi abrigo de pieles se arrastraba por la nieve.

-¡De prisa! -grité-. Pero íbamos despacio, como viajeros, por aquel desierto de nieve, y mientras tanto, el nuevo el canto de los escolares, el canto de los muchachos que se mofaban de mí, se dejó oír durante un buen rato detrás de nosotros:

"Alégrense, enfermos,

tienen al médico en su propia cama."

A ese paso nunca llegaría a mi casa; mi clientela está perdida; un sucesor ocupará mi cargo, pero sin provecho, porque no puede reemplazarme; en mi casa cunde el repugnante furor del caballerizo; Rosa es su víctima; no quiero pensar en ello. Desnudo, medio muerto de frío y a mi edad, con un coche terrenal y dos caballos sobrenaturales, voy rodando por los caminos. Mi abrigo cuelga detrás del coche, pero no puedo alcanzarlo, y ninguno de esos enfermos sinvergüenzas levantará un dedo para ayudarme. ¡Se han burlado de mí! Basta acudir una vez a un falso llamado de la campanilla nocturna para que lo irreparable se produzca.


Certamen literario SALAC - Córdoba - Argentina

Certamen Literario SALAC
15 de octubre del 2008

Informes:
TELEFONO 0351-4220829.
HUMBERTO PRIMO 150-
LOCALES 21, 23 Y 25 DEL
PASEO DE LA CULTURA ARTURO ROMANZINI
C.P.5000.
CORDOBA

salac_central@hotmail.com

Información enviada por Horacio Urbañski

Certamen literario Alberto Magno




La Facultad de Ciencia y Tecnología de Euskadi (ZTF-FCT) convoca la XX edición del certamen literario ALBERTO MAGNO de Ciencia Ficción, el concurso más antiguo de Ciencia Ficción y Fantasía del Estado, en el que se premian relatos originales encuadrables dentro de este género. El plazo para la presentación de los relatos, en euskera o castellano, se prolongará hasta el 11 de octubre de 2008.



El plazo de admisión de los originales, a partir de la presente convocatoria, comprende hasta el día 11 de Octubre de 2008, y podrán ser entregados en mano o remitidos por correo ordinario a:

Facultad de Ciencia y Tecnología,
Decanato.
Apdo. 644,
48080 BILBAO,

haciendo constar en el sobre “Para el XX Certamen Literario Alberto Magno de Ciencia Ficción”.

Los autores que envíen sus relatos desde fuera de la Península Ibérica podrán hacerlo por correo electrónico a la dirección:


Revista Literaria "Mapuche"

http://revistaliterariamapuche.blogspot.com

Un nuevo número ya está a tu disposición, con excelente material.
Echale un vistazo para confirmar nuestra opinión.

Tupá y los huracanes. Un mito guaraní. ¿Mito?

TUPÁ y LOS HURACANES

"Rara vez pienso sólo con palabras".
Albert Einstein

Los mitos y leyendas originarios nos hablan con mucha mayor claridad que la razón de los hombres.
Saga es la Diosa de la Historia y también es una senda. Si avanzamos en el camino hacia el pasado, encontramos que el de Tupá es la saga mitológica guaraní más interesante del continente, porque acertó en predecir el desastre ecológico incubado en el mundo actual.
Tupá, también conocido por Oreyerá o Ñamandurueté, es hacedor del bien, siendo el espíritu supremo del trueno, porque éste es Arasunú, en el cual Ara es el cielo, el alto firmamento por excelencia, y Sunú la onomatopeya del terrible retumbo del trueno. Osunú es el trueno bueno, pero la sabiduría guaraní entendía que todo ente tiene su contrario-asociado. Las dos mitades "necesarias". ¡Que extrañamente zen y dialéctico! El concepto de nuestros primeros dioses apoyaban su pluma en una realidad divergente y, a la vez, concordante; en donde se necesitaban de las dos fuerzas para acrecentar la propia identidad: lo malo y lo bueno.
Entonces, de modo análogo y por oposición, existía Añá el dios del mal --asociado al mismo diablo-- que se dedicaba a confrontar con su enemigo Tupá y a hacerle la vida imposible, queriendo imponer las calamidades. Por eso el bueno de Tupá, apoyado en las fuerzas naturales, salía a pelear contra la lógica de la linealidad y la villanía de Mandinga.
Entre los primitivos tupíes y los botocudos, el relámpago Ara-Berá o Tupá Berá, era el Dios Tupí que se confundía con el cielo infinito y, usando el lenguaje de su brillo eléctrico, enseñaba a los humanos que debían cuidar la tierra como a sus propias vidas y les recomendaba no alterar la armonía vegetal, animal y mineral que los dioses habían otorgado en préstamo a los habitantes. El equilibrio natural era la mayor herencia a respetar y la depredación era sancionada con la respuesta de las fuerzas naturales. Además, debían de hacer oídos sordos a los ofrecimientos desleales de Añá, la deidad que sólo les ofrecería ignominia y "macanas".
De todos los dioses americanos Tupá fue el que reinó sobre los territorios más vastos. Su imperio se extendía desde lo que hoy es la península de Florida, abarcando todo el litoral del Atlántico hasta el Río de la Plata. Su influencia era tan preponderante que los pueblos querandíes, caribes, tupíes, guaraníes y charrúas eran adoradores fervorosos del Tupá. Ellos sabían que veneraban a un dios que, morando en las alturas montañosas, les había dado sobradas muestras de su altruismo y que (¡atención!), no sólo producía rayos, lluvias y vendavales, sino que en su furia ante las transgresiones de los hombres al medio ambiente, podía generar también terremotos.
Ninguna divinidad europea ni asiática ejerció un poderío más extenso que Tupá, pero los viejos sabios de las tribus habían escrito para las futuras generaciones que cuando llegara el santo sacerdote blanco desde muy lejos –y que haría alianza con Añá- comenzaría el crepúsculo del afable dios guaraní.
Y la profecía se cumplió: de más allá del océano vinieron los nuevos ocupantes y el dios del trueno fue vencido en muchas batallas por el soberbio Añangá Memby, la nueva personificación del desastre.
Curiosamente, los primeros jesuitas, que intentaron dirigir el culto a Tupá (porque significaba el Principio del Bien), se encontraron a lo largo de sus catequesis, que no sólo significaba una superstición literaria del mito de Jaraparí, sino que el poder de las fuerzas naturales del bien estaba convocado, en cada cita, por singulares ritos y danzas que los originarios pobladores ejercían en los momentos de crisis.
Los evangelizadores ya en Europa tampoco habían dado crédito a la existencia de Júpiter Tonante, el arremolinador de nubes de la Grecia de Zeus.
¡Qué error!
Hoy, siglo XXI, la más avanzada ciencia ha descubierto el papel fundamental que cumplen los relámpagos en el medio ambiente planetario. A su parecer, los huracanes son impulsados por la tala de bosques y actúan normando el eco sistema. Mientras que los rayos trabajan en forma directa sobre la ionización del magma, creando de esa manera nueva vida –llamada plasmacélulas- en su titánica y eterna lucha contra la devastación perseguida por el diabólico Añá.
Ese malmandado de Añá, que a veces gana batallas y a veces las pierde.


Juan Disante
(Argentina)

http://blogs.clarin.com/letra-y-matecocido

Un cuento de Marco Tulio Aguilera Garramuño

Lecturas (Cuento):
Fábula del mar en los ojos,
de Marco Tulio Aguilera Garramuño.

http://letranias.blogspot.com/2008/09/marco-tulio-aguilera-garramuo.html