Cuento de Juana C. Cascardo
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El cadencioso ir, chocar y volver de las aguas lo sumía en un sopor al que estaba acostumbrado.
Hacía demasiado tiempo que asistía al mismo, monótono vaivén de las aguas.
De vez en cuando lo distraía alguna hojita de diferente tonalidad o algún papelito que se distinguía del resto o un trozo de hojalata que brillaba con los incipientes rayos del Sol que osaban filtrarse tras las sombras de los edificios altos.
Movía sus músculos ya entrenados al compás del rítmico movimiento de las aguas que iban, chocaban contra las que aún permanecían quietas y regresaban en busca de un golpe más firme que las obligara a introducirse en la aparente transparencia del reposo.
Y así hora tras hora, día tras día, transcurría su vida... De tanto en tanto, al levantar su vista, tomaba conciencia de hallarse entre seres humanos que, como él y como las aguas, iban, chocaban, volvían sumergidos en sus propios mundos próximos y alejados entre sí como los objetos arrastrados por la corriente.
A veces, se sentía una basura más que la humanidad arrojaba. Un desperdicio tal como los que estaba cansado de observar, nadie se dignaba a levantar.
El, aunque más no fuera, se tomaba el trabajo de mirarlos esperando quizá algún gesto solidario que lo ayudara a transformarse en alguno de aquellos que escuchaba o veía pasar en veloces automóviles.
¿Cómo serían esos mundos a los cuales nunca había tenido acceso? ¿En qué pensarían, con quienes soñarían, qué sentirían al desplazarse a esas velocidades?
Había permanecido más de la mitad de su vida viendo el fluir de las aguas turbias.
Quiso salirse por unos instantes de su entorno e imaginar la casa, la ropa, las oficinas, los paseos, las mujeres de cada uno de esos hombres.
Entrecerró sus ojos y sólo logró ver un overol anaranjado demasiado grande para su talle, con una enorme inscripción a su espalda: "Servicios de Limpieza Siglo XXI" encerrada en un espeso círculo negro, unas incómodas botas de goma amarillas y azules que le permitían desplazarse en las aguas turbias sin mojarse los pies y allá en la villa miseria, un cuartucho de lata vieja y oxidada que había construido para albergar a una mujer corpulenta, desaliñada, que siempre lo recibía de mal humor y alcoholizada.
La autora está radicada en La Plata. Argentina.
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