Afuera sopla el viento leve. Un aire cálido llena la estancia. Las pocas luces encendidas que vislumbro desde el balcón insinúan conversaciones prolongadas, lectores impenitentes, sueños distraídos o amores iluminados. ¿Hay acaso alguno que no lo sea, aun los mas oscuros?. La ciudad se extiende en el reposo. El mar ruge y en su vaivén le da a cada tanto un beso furtivo a la playa tranquila. En sus incontables arenas no hay nadie. La noche es atravesada por un espectro solitario. A lo lejos, el tono del agua va oscureciendo y el azul claro del dia que torna verde el horizonte hacia la tarde, y deriva en gris con el ocaso, espesa lentamente hasta el negro. La inmensidad a esta hora es una ley inapelable y la sustancia que forja mi mirada. Y pienso. Hay personas que van entrando en nuestros dias sin que nos demos cuenta. Primero es un rostro bello, la calidez de una palabra, esa extraña confianza que nos sorprende. Empiezan por robarnos la atención, el tiempo, una sonrisa. Se nos aparece en ellas un enigma propio o un secreto revelado un anhelo pendiente o la inocencia perpetua. ¡Como si fuera posible! Dios lo sabe, pasan por nuestras vidas como un sol resplandeciente o el olor de las flores. Se esconden en la música que nos llega o refulgen en la luna llena, y acaban por devolvernos las ilusiones, el misterio y el sueño. El amor es un ladrón pródigo, y un hombre enamorado es como aquel cazador que en medio de la noche se descubre prisionero de su propio ardid en un bosque de magia y de trueno, de encantamiento y de miedo. No huye. No quiere. No puede. Adquiere conciencia de su destino y está dispuesto a cumplirlo.
Duermes. Tu respiración es profunda, agitada, oceánica. Miro al suelo: el cenicero colmado, la botella de vino vacia, la ropa en desorden, la vela extinta. Alguien podría pensar que hubo una guerra, porque ignora el ritual. Minutos antes que ahora son eternidad, su pábilo fué la medida del tiempo y su luz testigo de las fuerzas telúricas que desatan las caricias de los dioses creadores en el cuerpo ajeno. Y cada mano conoció el vértigo, y cada beso inauguró el mundo, y cada abrazo cercó el vacio, y cada sonido rasgó el velo. Cada minuto se llenó de si en la plenitud del momento bajo el auspicio del silencio. La poesía se quedó afuera porque nos fué dado el lenguaje de los animales. Y ahora duermes. Y tu sueño es el mio porque estamos juntos, porque la distancia fue abolida y se cumplió el plazo, porque mis manos te esperaron con paciente sabiduría, porque mis besos aprendieron para ti en otros labios sin siquiera sospecharlo, porque tu voz me alentó desde lejos y me diste una pista cada dia para llegar hasta ti. Ahora se que tu naciste primero, que mi deber es remontar el rio hasta tu ensenada de furia y de juego, de selva densa y virgen ocultando la edad de todos los tiempos. Porque tu eres el fuego y yo el agua, levanto la mirada al cielo, cierro la ventana, dejo la pluma, y como quien tiende una elipsis sobre la felicidad de la piel de su propio destino, te cubro con la sábana para dormir a tu diestra sagrada.
1 comentario:
"La inmensidad a esta hora es una ley inapelable y la sustancia que forja mi mirada."
Uuuuffff, Alex, maravillosas palabras enlazadas, me ha encantado
Ya echaba de menos pasarme por tu casa corazón
Besos literarios
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