El amor entre hermanos, en el mundo de hoy, es improbable que sobreviva a las disputas por herencias, a las dificultades de comunicación en una sociedad que no las favorece, a las comparaciones competitivas que otros promueven. No fue el caso de Cástor y Pólux.
Leda fue la madre de ambos, pero el padre de Cástor era Tíndaro, rey de Esparta, y el de Pólux era Zeus, rey de los dioses, así que la vida de Cástor era limitada como la de todo humano mientras que Pólux era inmortal.
Cuenta la leyenda que los hermanos nunca se separaban, tanto amor fraternal se profesaban, y compartieron muchas aventuras. Navegaron con Jasón y los Argonautas en busca del Vellocino de Oro, y rescataron a su hermana Helena cuando fue secuestrada por Teseo, la misma bella Helena cuyo rostro luego haría “zarpar mil naves” y provocaría la guerra de Troya. También participaron en la famosa cacería de Caledonia, donde muchos valientes héroes griegos se reunieron para liberar la comarca de un monstruoso jabalí.
El poeta griego Píndaro nos cuenta que Cástor fue herido en batalla. Pólux se abalanzó a ayudarle pero descubrió que su hermano ya agonizaba con suspiros jadeantes.
-Oh padre Zeus –exclamó Pólux-, toma mi vida en vez de la de mi hermano. De lo contrario déjame morir también. Sin él, no conoceré nada sino la pesadumbre por el resto de mis días.
Zeus le respondió:
-Tú eres mi hijo, Pólux, y por tanto gozas de vida eterna. Tu hermano nació de simiente mortal y como todos los humanos está destinado a saborear la muerte. Pero te daré una opción. Puedes venir al Olimpo, como es tu derecho, y morar con Atenea y Ares y los demás dioses. O, si deseas compartir tu inmortalidad con tu hermano, debes pasar la mitad del tiempo abajo en la tierra, y la otra mitad en la áurea morada del cielo.
Pólux no vaciló un instante y renunció a su vida en el Olimpo, y optó por compartir eternamente la luz y la oscuridad con su hermano. Así Zeus abrió los ojos de Cástor y le devolvió el hálito.
Y aún ahora los vemos en Géminis, la constelación de los gemelos. Pasan la mitad del tiempo en el cielo refulgente de estrellas, y la otra mitad hundidos bajo el horizonte.
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