Al promediar la tarde de aquel día
cuando iba mi habitual adiós a darte
fue una vaga congoja de dejarte
la que me hizo saber que te quería.
Tu alma, sin comprenderlo, ya sabía,
con tu rubor me iluminó al hablarte
y al separarnos te pusiste aparte
del grupo, amedrentada todavía.
Fue silencio y temblor nuestra sorpresa
mas ya la plenitud de la promesa
nos infundía un júbilo tan blando
que vuestros labios suspiraron quedos
y tu alma estremecíase en tus dedos
como si se estuviera deshojando.
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