Les conté que para llegar al centro de cómputos instalado en el hotel había que recorrer un pasillo y luego doblar a la izquierda caminando unos pocos metros. En ese ángulo de la construcción donde se giraba podía yo ver un "office" con una puerta de entrada sobre el pasillo y un ventanal con cortinas americanas (blinds) en la pared lateral junto a la que debía pasar para llegar al lugar de la PC y el auditorio.
En una de las varias oportunidades que transitaba por allí escuché que dentro de ese "office" dos mujeres conversaban animadamente sonbre un tema que les causaba mucha gracia, lo que aprecié por algunas fuertes risas con las que interrumpían su diálogo.
La curiosidad me hizo detener unos segundos y así pude verificar que la causa de sus poco contenidas carcajadas era que una de esas mujeres, vestida como la otra con la bata de médica de terapia (en estos recuerdos, de color amarillo limón muy claro), comentaba a la otra que una paciente le había dicho que cuando alguien moría en la clínica su espíritu quedaba por un tiempo bajo el estacionamiento de las ambulancias. Es decir, que ese lugar era una especie de "limbo" o estación intermedia.
Relacionando eso con lo que me había sucedido la vez que pasé por el tubo de chapa hacia lo que me pareció una carpintería - algo que relaté en un apunte anterior - llegué a la conclusión de que la paciente había confiado a la doctora alguna experiencia personal allí, y que esa carpintería estaba junto al estacionamiento.
Por eso las risas de esas mujeres me hicieron sentir mal y las tomé como una expresión de ignorancia de ellas sumadas al nerviosismo que suele producir el hablar de cosas vinculadas con la muerte. Siempre pensé que ése era el motivo por el que suelen narrar chistes en los velorios: no es una falta de respeto por el fallecido y sus familiares sino una forma de catarsis de algunos asistentes al estar ante una situación que les provoca un estado mental de angustia.
La siguiente vez que pasé junto a esa ventana no había nadie en el "office" y aproveché para meter entre las hojas vidriadas corredizas un papelito en el que había escrito algo así como: "No se rían. Eso de que cuando alguien muere aquí va a un lugar debajo del estacionamiento es verdad."
Satisfecho por lo realizado, continué rumbo al centro de cómputos donde estaba realizando ya tareas que en otro apunte relataré.
Pero esto no termina aquí. Tiempo depués de regresar a mi casa continué dando mis clases de apoyo a antiguos y nuevos alumnos. Entre estos últimos se encontraba alguien que trabajaba en el hospital, creo que como enfermera, a quien le comentamos algunas de mis experiencias. Cuando mencionamos el episodio de mi paso por el tubo de chapa se quedó pensando y llegó a la conclusión de que el lugar al que debí haber llegado coincidía, según sus deducciones, con la morgue. Y no me pareció tan imposible que así fuera. Lo que me sorprendió fue que ella vinculara la que para mí era una carpintería ordenada pero sin operarios con un lugar como la morgue de un hospital, siendo que yo tenía por experiencia real la que conocí en el Horacio Cestino de Ensenada en el breve lapso en que fui administrador.
Así que, a falta de algo mejor, acepté que ése era el Ayacucho en el que había estado pero en el que no me quedé, evidentemente.
Un saludo afectuoso como siempre y gracias por su perseverancia al leer estos apuntes, paciencia que usaré y de la que abusaré pues todavía queda mucho por narrar de estas andanzas extracorpóreas.
Daniel Aníbal Galatro
No hay comentarios:
Publicar un comentario