Mientras en estos momentos precisos, las doce y cuarto de la mañana londinense del 29 de abril de 2011, acaba de partir el carruaje que conduce a los ya esposos y duques de Cambridge, todos los que hemos sido espectadores a distancia del evento social de la monarquía del Reino Unido de la Gran Bretaña sentimos que quizá haya sido éste el último suceso de estas características que se realizará en el mundo.
O quizá no, puesto que en este planeta nuestro conviven varios "mundos" en los que conviven incluso los extremos más opuestos de paz y guerra, felicidad y angustia, amor y odio, riqueza y pobreza. ¿Es injusto que así sea? Tal vez no lo sea. Porque el ser humano aplica sus conceptos de justicia según su leal saber y entender, aquel a veces no es tan leal.
Y nos conformamos ante la vista de tanto boato en acontecimientos como esta boda diciéndonos que no es sencillo ser Alteza Real como los recientes esposados, porque tienen obligaciones rigurosas que los someten a protocolos estrictos coartadores de su libertad individual, etc.
Pero en el fondo sentimos que todo está muy lindo "como se ve en la televisión" esta mañana primaveral de Londres, pero que un niño hambriento de cualquier rincón del planeta puede estar de pie ante la vidriera de algun comercio de electrodomésticos, tratando inútilmente de comprender qué relación tiene eso que observa con la realidad cotidiana que él debe sufrir.
Y tiene una relación que usted y yo conocemos pero que nos cuesta demasiado comprender y solucionar, por lo que mucho menos podríamos explicarla a ese niño.
Catherine y William ya son mujer y marido, y después de eso, cuando los sonidos de campanas, himnos y fanfarrias se vayan apagando, nosotros debemos seguir sobreviviendo como todos los días.
Daniel Aníbal Galatro
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