¡SOY BOHEMIA ! ¿Y QUÉ?

Siempre me preguntan ¿que es ser Bohemio? les respondo : El Bohemio vive por vivir , se llena de angustia sin tener por qué, pero está alegre cuando otros no están.

El Bohemio vive su vida incansable de ideas ,algunas creativas y otras filosóficas, todas para hacer de su vida un paraíso. El Bohemio no teme, solo porque él vive su vida como quiere, ahora sin causarles daños a sus semejantes. Vive la vida con principios y hasta con responsibilidad pero hace lo que quiere cuando quiere. En la música encuentra pinturas, en las poesías encuentra música, y en las pinturas encuentra versos ...es así mientras que se bebe su copa y sin faltar un café en un bar escondido adonde solo se lee por la media luz y la atmósfera del tabaco. La noche es su tarima....ahi baila, canta, bebe, conversa y admira a otros como él. Se proclama el duende de la noche. Ve el mundo con otros ojos ...él ve colores en el cielo nublado, ve la melancolía en una rosa brillante en su esplendor.

Gracias a todos que entienden estas breves letras. ¡SÍIIIIIII!!!! ¡Soy una Bohemia !!! ¿y Qué?

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POETAS DEL PASADO : "Brindis de sangre"Luis Molinari (Ensenada 1945)


BRINDIS DE SANGRE



Todos brindan a su modo
Yo a mi modo he de brindar
Un brindis particular
En el cual brindo por todos
Por todos por los que jamás
Nadie por ellos brindó
Consecuente hoy brindo yo
Por la tragedia y por el hambre
Alzo mi copa de sangre
En la cual Cristo bebió.




Brindo por los que al nacer
Y al llegar en este mundo
Lo abandona en un segundo
La fiera que le dio el ser
Hiena antes de mujer
Haber nacido debiste
Con tu acto sin alma hiciste
Que al hijo que en ti engendras
De guacho lo bautizaron
Vocablo humano, aunque triste.



Y brindo por Juan fulano
Que murió en el hospital
Sin bendición papal
Lejos de padres y hermanos
E inerte su cuerpo humano
Pues lo presta bondadoso
Que lo conviertan en trozos
Pro la ciencia y el porvenir
A los seres portentosos.



Brindo por esas mujeres
Rudas de nuestras campañas
Que no saben artimañas
Ni de ficticios placeres
Y de sus sanos quereres
Reciben con regocijo
De sus entrañas sus hijos
Bendiciendo tanta gracia,
En cambio en la aristocracia
La experiencia ya lo dijo.



Brindo por quien un mendrugo
A un potentado robó
Después que este le negó
Pan a sus hijos ¡Oh verdugo!
Ya lo dijo Víctor Hugo
En su novela genial
Que si robar es un mal
Pero mal es padecer
Quien roba para comer
Solo Dios debe juzgar.



Brindo por los enfermitos
Del Juan de Dios y el Muñiz
Que soportan el desliz
De sus males ¡pobrecitos!
Brindo y ruego al infinito
Combata el mal en acción
Brindo por la dirección
Y el personal competente
Brinden a todo paciente
Toda clase de atención.



Ya que es propicio el momento
Pues por los borrachos brindo
Y en los borrachos versos rindo
Mis borrachos pensamientos
Tenga o no fundamento
Borracho está el mundo entero
Ya de amor, ya de dinero
De pernot de sangre ¡guerra!
Lo cierto sobre la tierra
No hay un fresco verdadero.



Brindo por el condenado
Que luchó por un ideal
Y desde el mismo penal
Lucha y sufre resignado
La sociedad lo ha encerrado
Por su ideal superior,
Más abrevia su dolor
Al perdonar tantos yerros
Y piensa que en el destierro
Murió el gran Libertador.



Y ahora brindo por ellas
Las rameras, las livianas
Viciosas, para temprana
Fruta picada aunque bella
¡Oh qué destino, qué estrella,
Te arrojó en el lodo inmundo!
Mas nadie ignora en el mundo
Que si Dios bajase un día,
Sus males bendeciría,
Y en tal precepto me fundo.

10º

Brindo por el jugador
Que si el caso lo convida
Sabe jugarse la vida
En el naipe del honor,
O en los dados el amor
En la cancha en que se cuadre
O en un duelo entre compadres
Por defender un derecho
Y se hace ojalar el pecho
Por su patria y por su madre.

(Y ya al ocaso y en vísperas de mi funeral,
Brinden también por mí.
Solo les pido a los míos (a mis preciados)
Que no olviden de los que vendrán,
Amen a sus hijos como los amo yo.
No se olviden de la luz ni de soñar.
Seremos olvido con el tiempo
Pero algo siempre quedará)


Luis Molinari (1898 – 1957).
Ensenada, 1945

¡Gracias Gerardo !
(del M d B.)

¡Brindo por tí POETA!

¡GRACIAS POR  LA LUZ DE TU SABIDURÍA !  (L)

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Rubia Moreno, pulpera gaucha, de falda roja, vincha y puñal...

Así comienza una de las más bellas zambas de nuestro folkllore. Hablando de una mujer, de extraña belleza, creciendo en el campo y envuelta por los acontecimientos que envolvieron al Santiago del Estero de aquellos dias.

Su nombre era Santos Moreno y había nacido hacia 1840 y, criada por su padre al morir su madre, tiempo después se pone al frente de la pulpería que su familia poseía en la bajada del antíguo camino del El Polear.

Colaboradora de la causa del caudillo Taboada, convence a su marido y a parte de la familia para enlistarse en las fuerzas locales y donó parte de su patrimonio a la causa. Tuvo activa participación en una decisiva y sangrienta batalla: la de Pozo de Vargas, el 10 de abril de 1867, donde se enfrentaron por espacio de tres horas las fuerzas de Antonino Taboada y Felipe Varela. La Rubia Moreno pierde a su padre al atardecer de ese día, y con el tiempo, y el devenir de los tiempos políticos, pierde también sus posesiones, muriendo en la más triste pobreza. Sus restos descansan hoy en el cementerio de La Misericordia.

De ella nos ha llegado su nombre y su valor, su determinación por una causa. Pero también su ejemplo y su costado solidario: cada chico que entraba a su pulpería se transformaba en su ahijado, ella los cobijaba y los llevaba a la iglesia para bautizarlos y nombrarlos. Lo mismo acontecía con mas de un paisano que precisaba una palabra de aliento o apoyo.

Como santiagueños, demostramos nuestro orgullo de compartir esa sangre llamando a nuestro lugar “La Rubia Moreno”. Y brindar desde él, no sólo la buena comida y el mejor vino, sino difundiendo la música y la poesía de nuestros pagos, junto con los valores de amistad y afecto que caracterizaron desde siempre a esa noble tierra.
 
Fuentes:

- Rubia Moreno http://www.larubiamoreno.com.ar/
- La Gazeta Federal http://www.lagazeta.com.ar/

FRANCISCO ÁLVAREZ VELASCO - Toda la poesía de España


Se llama Francisco Álvarez Velasco. Es el webmaster del Portal de Poesía, un coloso de Internet donde está, si no toda, mucha de la poesía de España y otros países. El sitio recibe miles de visitas diarias.


Aparte de reunir en su portal las obras de grandes poetas, Francisco Álvarez Velasco es un conocido vate comprometido con la poesía de verdad, la que hacen pocas personas, y la que a él le sale con fluidez y sonoridad y belleza. Las ganas de mostrar los rasgos de su personalidad son el motivo de esta entrevista.

-¿Cuándo empezó a germinar en ti la poesía?

-Empezó posiblemente en mi niñez, cuando me sentía embelesado oyendo los romances a los últimos juglares que por los años cuarenta, en la posguerra española, iban por los pueblos; también los que recitaba mi madre y otras vecinas en las veladas de invierno. Recuerdo que, muy de niño, me sabía de memoria poemas del romancero viejo como “Conde Olinos, Conde Olinos” —una variante de “Conde Niño, Conde Niño”—o el “Romance de la loba parda”. En definitiva, me sedujo la poesía a través de piezas de tradición oral y mis primeros tanteos como aprendiz de poeta —creo que a los diez u once años— fueron la composición de algún que otro romance.
Más tarde, en plena adolescencia, el conocimiento de la buena poesía me llegó a través de antologías que en Bachillerato acompañaban a la Historia de la Literatura. Estas lecturas fueron sin duda el germen de mi pasión por la poesía.

-¿Cómo encuentras tu poesía? ¿Te gusta? ¿Qué te recriminas?

-Me gusta lo que escribo cuando lo doy por terminado. Luego vienen las dudas y la insatisfacción; con frecuencia el poema que en un primer momento pudo parecerme maravilloso termina en la papelera o en una rescritura. La satisfacción solo me llega cuando algún lector me lee con ganas o, mejor, me relee.
Para mí escribir poesía no es un oficio. Por lo tanto es imposible la disciplina. A veces pasan semanas o meses sin un solo verso. Escribo poesía y no sé bien por qué o para qué. Solo sé que la escribo por necesidad cuando me siento inexplicablemente impelido a ello. El primer impulso suele venir dado por un sentimiento de pérdida —«Se canta lo que se pierde», decía Machado: especialmente por la conciencia dolorosa del fluir temporal y la necesidad de mantener vivos ciertos retazos de la propia existencia; en menos ocasiones, mi poesía es un acto de celebración de la belleza del mundo.
En cuanto a la recriminación personal, haber dado a la imprenta algún poema que necesitaba la rescritura o la destrucción.

-¿Cuáles son los grandes poetas que admiras?

-César Vallejo, por su compromiso humano, ternura para el puro miserable y esa búsqueda suya por encontrar la palabra, el ritmo y el verso que lo expresen. Antonio Machado, especialmente el de Soledades, galerías y otros poemas, porque sabe trascender y olvidar la anécdota para cantar y contar como nadie la pena. San Juan de la Cruz, por ese no sé qué de la mejor poesía. Quevedo (en unos cuantos sonetos), porque dejó trazada para siempre toda la teoría poética de la fugacidad temporal. Baudelaire, porque ayuda a recorrer y contemplar el templo de la Naturaleza.

-¿Cómo encuentras la poesía española de estos tiempos?

-Solo podrá juzgarse cuando lleguen otros tiempos. Quiero decir con ello que hace falta distancia histórica. Con la facilidad de Internet, se publica hoy más poesía que nunca. Al porvenir le toca separar la paja del grano. Me interesa la poesía que hacen algunos poetas jóvenes, me refiero a los que buscan una voz personal desde la humildad y con la verdad poética por delante para expresar un mundo que no es el de mi generación, pero que en ellos se expresa con los mismos universales del sentimiento. Opino que sobra mucha poesía servida en forma de versos sin sentido ninguno del ritmo y demás recursos. Tal vez esto sea debido a una cierta “globalización poética”, si vale la expresión, a la que tanto contribuye Internet con la circulación de traducciones que nada dicen de la “verdad” poética del texto original y que en la lengua de destino nada tienen de poesía.

-¿Te animarías a dar uno o dos consejos para los jóvenes que se inician en la poesía?

-El primer consejo: Leer y releer. Y que en tales lecturas nunca falten los clásicos. Ellos ofrecerán los modelos del rigor en el aprendizaje del oficio, en la “arquitectura” del discurso poético.
Hace veinte años escribí una poética, que hoy sigo suscribiendo y tal vez les sirva como consejo a los jóvenes: «Es imprescindible buscar por el corazón o por el cerebro un bosque poblado de soledad sonora y adentrarse en sus espesuras. Sólo entonces puedes empezar a escribir, a escribir, a escribir. A continuación hay que dudar mucho, y empezar a romper, a romper, a romper. Si sobre algo no dudas, déjalo estar para otros tiempos de dudas. Si algo queda al final, puedes llamarlo poesía. Si, por el contrario, nada queda, puedes llamarlo silencio o soledad “a secas”, a lo cual podrás llamar también poesía. Finalmente, procura serenarte y ponte a contemplar el mundo. Intentar, por medio de la poesía, asumir lo que nos destruye o nos vence y ponerlo en su sitio con su contexto de soledad o tristeza. Así podrá aplacarse a la muerte, y tendremos tiempo suficiente para mirar con ternura a los otros y ayudarlos un poco contra los miedos que les acechen. Después que hagan con los versos lo que quieran; por ejemplo: aprovechar el blanco de las páginas para anotar una cita, un teléfono o la hora del dentista, vender el libro como papel al peso, encender una hoguera.
Que quien lea estos versos enmiende lo que quiera y me ayude a explicarme mejor.»

POEMA

Desmoronadas yacen las palabras comunes
por una blanca página ofrecida al silencio.
Cuando el día se borra, vuelve atrás
la memoria vacía
y camina en renglones ya sin signos.

Bajémonos del monte, que arriba está la bruma,
está la piedra dura, está la hierba amarga,
está la costra vieja de la tierra.

Arriba está la orilla de la nada.
Y salpican los densos goterones del olvido.
Es amarga la cumbre y es estéril.

Sólo para la brisa o algún caballo antiguo
o para la lengua áspera
(esa lengua no humana de la vaca
que va lamiendo el mundo por las cumbres)
se alza el pubis azul de aquellos cardos.

Hermosas amanitas de la muerte brotarán por el bosque.
Estarán marcando ahora
el corro sigiloso de los sábados,
ofreciendo su aliento seminal
y nívea carne virgen
para una última cena que nos abra las puertas.

Sólo quedan los bosques. No queda otro refugio.
Que golpee las puertas su latido terreno
y nos las abra.

Y unidos descendamos la ladera brumosa,
de espaldas a los dioses de la cumbre:
en lo hondo del valle está la luz y la común hoguera
que nos congregue en círculo.

Sobre el oscuro arroyo de la noche
ven a tender tu cuerpo,
un puente que me lleve a la otra orilla.

Francisco Álvarez Velasco,
En el nombre del árbol

BREVE RESEÑA BIOGRÁFICA

Francisco Álvarez Velasco (Cimanes del Tejar —León—, 1940) ha sido profesor de Literatura en varios institutos de España. Terminó su carrera docente como catedrático en el Real Instituto “Jovellanos”de Gijón (Asturias), ciudad donde reside. Ha creado y mantiene la página http://www.portaldepoesia.com/ .

El autor agradece cualquier comentario:
almar@telecable.es


Un envío de Delfina Acosta
desde ABC Color
Asunción del Paraguay
23 de Enero de 2011
 
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EL FORASTERO - Un cuento de Delfina Acosta

En el pueblo no ocurría nada.

Gertrudis, que vendía flores de origami frente al cementerio cada domingo, y Andrés, que solía traer alguna que otra presencia dominical suya hasta el portón de hierro para que se viera la calidad de la gabardina de sus pantalones, hablaban, y hablando tosían niebla. A veces les pasaba por los ojos el recuerdo del día en que vieron abandonar al cura párroco el pueblo.

Nadie iba a misa y a él le quedaban muy grandes esos apóstoles de caliza de su iglesia, uno debajo de cada tragaluz hexagonal, y sobre todo el crucificado, que con la cabeza gacha y ladeada sobre su hombro derecho, parecía contagiarle la muerte, haciendo aún más penosa y desventurada su situación de religioso sin fieles.

Si existiera una murmuración de aquellas generaciones indiferentes a Dios que inventara una sospechosa relación entre su persona y el ama de llaves de la casa parroquial, aquella habladuría, aquel comadreo le parecerían solamente un pecado que debía perdonar, pero nadie murmuraba nada.

Ni una irrelevancia: “Ah... he visto al cura párroco buscando a su perro, pero él no me vio, aunque Benito sí”.

Ninguna gravedad: “Y después de media damajuana de vino, se le da por otra media damajuana más, y al llegar a una damajuana, tú le llamas don Tomás, o don Jaime, o don José María, y te cree, y se te acerca”.

A veces caía alguna que otra gente en el pueblo, pero luego desaparecía.

Las casas, con el musgo y las hiedras trepando por las paredes, y las palomas quedándose a vivir en los aleros, esa agua desabrida del aljibe que subía cayéndose a veces de sí misma, aquellas luces callejeras que venían a morir puntualmente a las seis del crepúsculo, espantaban a las personas que no entendían cómo era posible una existencia sin autos levantando polvareda por el camino, sin calles con nombres difíciles de leer en el primer intento, sin un parque con glorietas a donde ir a buscar un trébol de cuatro hojas y arrancar la nostalgia, la melancolía del sitio.

Somos gente sola - dijo Gertrudis.

La señora Florencia no cuenta, jamás sale de su casa, salvo que venga a llevarla a pasear alguna amiga que jamás la visitó - mencionó Andrés.

Fue en un día de mucha humedad, pero de leves y de breves apariciones del viento sur que traía un poco de alivio a la gente asmática del sitio, cuando llegó un hombre de sombrero panameño y larga barba pelirroja en un auto modelo 60. Algunos curiosos se sintieron a salvo de aquel pueblo tan chico y desolado y aburrido.

En una ciudad uno despierta y ya está mirando más de dos veces el reloj de pared para asegurarse de que la hora no le está engañando; al oír la bocina de los taxis, uno salta, como alertado por una sirena, y va a recoger el diario del pasto que se afana en mantener su frescura, y luego corre a hacer la primera llamada telefónica del día.

Ah..., en una ciudad uno despierta, y ya está abriéndose paso entre el intento de amabilidad de los demás, con un nervioso “Permiso, permiso”.

Villeta... En el pueblo todo es tan distinto, empezando por la levedad del aire que se abandona al vuelo delicado de las más coloridas mariposas.

Sale doña Mariana a buscar a su gato como a las diez y cuarto, cuando el Sol aún no pica en la piel, y la resolana se mantiene en la vereda de enfrente, y cualquiera del pueblo, pues todos conocen a su rufián de pelaje blanco y un ojo nublado, le cuenta que vio su sombra dando vueltas por allí.

Es el viento tan liviano en ese sitio de casas viejas.

Aún los pasos de la gente reflejan esas casas, la gente que va sin apuro alguno, a encontrarse con alguien, o a desencontrarse, para marcharse después en dirección a un camino tardío, hecho a la forma de la sombra de los largos árboles de eucaliptos.

- Sirviéndose el mate, entre los amagos del atardecer, los hombres charlaban en la cantina, que era un sitio como cualquier otro, en el que muchos cabían, aunque dos o tres personas se quedaban a veces atrás, escuchando, y los demás intentaban hacerse escuchar.

- ¿Para qué habrá venido? - dijo entre la tos del tabaco Tobías.

- Tiene la mirada de quien sabe que todos estaremos en su contra, pues la cara de forastero no se la saca ni con piedra - opinó Andrés, y lo imaginó de pronto prendiendo las lámparas de techo de la casa de don Viriato, quien hacía tiempo envejecía y sufría el suplicio de la gota en la capital.

Por dar batalla a los murciélagos y a las malezas, mantener - moderadamente - limpios el baño, la cocina y el altillo, cambiar las tejas rotas, y pagar unos pesos, los que sean, don Viriato le prestaba las llaves de su caserón a cualquiera que, además de aceptar sus condiciones, le cayera bien.

Tobías pensó en el forastero como le enseñó su abuela que debía pensar. La recordaba vaciando su tos seca en un pañuelo de seda y contando entre tos y tos cómo los forasteros se llevaban en una bolsa de arpillera a los niños que se portaban mal.

Entonces toda la mierda caía de él, como de un cielo poblado por negros, y aquella col que le costaba digestión y media junto con la paleta de chivo, salía convertida en una prolongación miserable de su cuerpo enfermo.

Pero al ver a aquel hombre emerger de entre el humo de su cigarrillo, (no lo había visto sino de espaldas, dirigiéndose hacia una calle delgada y musgosa que llevaba al río) sintió un susto todavía mayor que los sustos que lo dejaban empapado de sudor y de orín en su niñez, allá en el tiempo, junto a su abuela.

- Vaya uno a saber... Ah..., miren que he vivido mucho. Quizás este señor, de tan mal aspecto... - murmuró Tobías clavando los ojos.

- Sí, compadre, y fíjese que con mandarlo del pueblo estaría resuelto el problema - comentó Andrés y por eso de hacer causa común clavó también los ojos.

- La señora Clara me ha comentado que está haciendo un pozo en el jardín trasero de la casa - intervino Joaquín, el hijastro de don Germán, mientras pasaba un trapo húmedo por el mostrador de la cantina.

- ¿Y después? ¿Tú qué dices? - habló de nuevo Tobías.

- Mi madre decía que cuando un hombre llega a un pueblo las mujeres se alegran pues encuentran el anillo perdido, la posibilidad de poner fin a su soltería.

Cayó la noche.

Y cada cual, con el pensamiento o el disgusto que le venía al caso a esa hora, se fue caminando para su casa.

Había un eco de viento.

Y al eco se le sumaba un suspiro como de dolor nocturno que busca la llave de la puerta para salir a la calle y caminar en busca de una distracción.

Por el camino de los perros, Tobías se dirigió fumando hacia su hogar, y encontró que tenían muy buen olor, especialmente esa noche, aquellos jazmines que colgaban en gajos de una casona pintada con color blanco.

Pero después decidió dar unas vueltas por el pueblo, y sin querer, eso es, sin querer, fue a parar hasta el sitio donde se encontraba el extranjero.

Y vio, desde la ventana abierta por donde se colgaba la luz de la Luna, la sombra de una persona en la pared. Al principio era una sola sombra larga; luego varias, flotantes, etéreas casi, se sumaban a ella. Dibujaban un baile al compás del vals “El Danubio Azul”.

Que el ruidoso pregonar de los grillos intentara distraer su atención, fue la incomodidad con la que tuvo que luchar durante un buen rato para no perder el movimiento de las sombras danzarinas y ese delgado hilo musical que estremecía su corazón.

La noche estaba estrellada y un lucero parpadeaba.

Se preguntaba qué extraña locura era aquella, la de bailar. Y pegaba su oído a la casa, y escuchaba risas, y algunos aplausos tímidos al inicio, aplausos delicados, que se perdían después de las manos para formar ya un llamado rápido, enérgico y precipitado; un llamado furioso, inapelable, a una pronta ejecución.

Sintiendo que el sudor le poblaba la frente, el cuerpo, y que la vejiga se le volvería en contra suyo en cualquier momento, vio con los ojos bien abiertos cómo arrastraban a la sombra recién ejecutada, convertida en profusa mancha de sangre, hasta la puerta principal.

Huyó.

Tomó de nuevo el camino de los perros para dirigirse a su casa y dormir, pero esa noche no pudo conciliar el sueño.

Y a la mañana, sin importarle que aún fuera muy temprano, tan temprano, y que el cielo tenía más de oscurecido que de clareado, fue a golpear las puertas de las casas del pueblo. La poca gente lo escuchó contar, con un por supuesto, Dios nos libre, y claro que sí, lo del asesinato en la casa de don Viriato. Finalmente el pueblo, en remolino de polvo, se dirigió hacia lo de Viriato.

Joaquín, por orden de don Germán, fue corriendo hasta la polvareda y la polvareda entendió las razones a los gritos que les daba el mozo: Había que deliberar sobre el crimen en la cantina. La gente se sintió suelta y compuesta pues a cada uno le tocaría su turno de hablar.

- Nada más verlo, yo supe que ese hombre mataría a cualquiera de nosotros, pues se le veía la intención en la ceja - dijo doña Ángela, y empapó el sudor temprano de la frente con un pañuelo que siempre tenía guardado en el bolsillo del delantal para circunstancias como ésas.

- A mí, el muy cabrón se me quiso echar con el auto encima, pero yo me tiré del lado del pasto, y caí sobre las boñigas; me levanté y durante un largo trecho corrí tras él. Pero ya ven. Los asesinos siempre escapan - suspiró Teodoro, el pastor de ovejas.

A esa altura de la conversación, la gente estaba más que animada. Y el licor corría de boca en boca como una mosca. Y uno decía que había que colgarlo de un árbol, y otro no paraba de reír pues el efecto del alcohol en el estómago vacío funcionaba como una cuerda.

Hablaron de su abuelo José, los mellizos Gastón y Abel, y se ofrecieron, en nombre de él, que había sido asesinado por un forastero, ir a traer al asesino.

A esa altura del mareo, de las burbujas de cerveza que formaban bigotes en los rostros de algunos hombres y mujeres, de las carcajadas que hacían imposible casi el turno de la conversación, de los hipos que se celebraban como si fueran explosiones de fuegos artificiales, lo del ajusticiamiento pasó a ser un asunto de segunda necesidad, de modo que los mellizos, que estaban sobrios y furiosos, fueron por el extranjero, y llevándolo al cementerio, lo colgaron de un árbol de ceibo.

En el domingo siguiente se vio mucha gente en el camposanto.

Las mujeres colocaban unas violetas sublimes y unos crisantemos piadosos bajo la cruz sin nombre debajo de la cual tiritaba todavía, si los muertos tiritan, el individuo colgado del ceibo.

Y había otras cruces sin nombres. Y otras. Y otras. La gente compraba flores de origami de Gertrudis, apostada frente al portón de hierro. Rosas, santarritas, gardenias, jazmines, adelfas y claveles de papel para los forasteros ajusticiados por los mellizos del pueblo.


Delfina Acosta
Asunción del Paraguay

Alas de Libertad. De: Guerrera de La Luz


Estaba comparando el contenido de mis recuerdos del ayer y los de mi hoy.El hábito me lleva a miralos con melancolía como buscando respuesta en ese pedacito de esperanza que siempre llevamos arraigados en algún rincón oculto de ese cofre que llamamos corazón.Pero al momento tomo conciencia y me repito en voz alta "ya no puedo creer en muchas cosas que me enseñaron a creer" pero quiero seguir creyendo en otras tantas...

La madurez nos viene golpeando con tal fuerza, que arrasa de a poco nuestros ideales. Seguimos a un político... hasta que nos defrauda, defendemos nuestra ideología religiosa hasta que nos dan la espalda, idealizamos el amor, hasta que decubrimos que todo es verso .Construímos un castillo de posibilidades que nos permiten crecer dentro de la sociedad y te lo derrumban "la ironía y el egoísmo" de los que quieren ser "Unicamente ellos" .
Si bien las condiciones las imponen los titireteros que manejan los hilos de la marioneta, lo que jamás podrán manejar son mis alas de libertad.

Podrán robarme la ilusión,pero jamás la esperanza, podrán robarme un regalo, pero jamás los deseos de tenerlo.podrán robarme un sueño, pero jamás los deseos de seguir soñando. (porque son míos) .
Podrán manejar mi vida distintas situaciones que impone la sociedad, el destino, o como quieras llamarles pero lo que nunca podrán manejar son mis alas de libertad, mis ganas de crecer y de luchar para un futuro sin condicionamientos, para una identidad propia , por una vida vivida con dignidad. Voy a pelear mientras dure mi existencia,para que no me roben "jamás" mis fuerzas de volver a empezar. Jamás "mis alas de libertad"

Nadie puede prever cuanto tu puedes volar, ni tu mismo..... hasta que no abras tus alas y vueles....
(GL)

LEYENDA: La rosa de pasión


Esta hermosa y triste leyenda está inspirada en una de las más bellas narraciones de Bécquer y relata los amores de una judía, Sara, y de un caballero cristiano, que tuvieron un final trágico. La historia transcurre, también, en Toledo, ciudad que durante muchos siglos tuvo una abundante población judía.

En una de las muchas callejas de la ciudad imperial vivía, míseramente, Daniel Leví. Aunque se decía que poseía una inmensa fortuna, su casa era paupérrima y, el día entero, lo pasaba trabajando en el portal de su casa arreglando objetos de metal, guarniciones, cinturones rotos, cadenillas...

Siempre estaba sonriendo y su trato con los demás era de servil y humilde, descubriéndose cuando, cerca de él, pasaba algún caballero importante o algún clérigo de la cercana catedral. La gente desconfiaba de su eterna sonrisa, y los muchachos del barrio le hacían burla e incluso le tiraban piedras, sin que jamás Daniel se defendiese. Trabajaba y trabajaba sobre su pequeño yunque, con esa sonrisa enigmática que ya formaba parte de su rostro, más como una mueca, que como un gesto de simpatía.

Sobre la puerta de la casa en la que trabajaba el judío, se abría un ajimez árabe en cuyo interior se veían azulejos de colores y, alrededor de las caladas franjas del ajimez, se enredaba una planta trepadora, llena de fuerza y una de las pocas muestras de vida que tenía aquel lugar. Allí se encontraban las habitaciones de Sara, la hija predilecta de Daniel. Era una jovencita de unos dieciséis años, hermosa como pocas, y algunos que la habían visto a través de las celosías del ajimez, se preguntaban cómo de un hombre tan feo y ruin como Daniel, había podido nacer una mujer con tales perfecciones. No salía nunca la muchacha y su rostro se velaba, a menudo, por la tristeza... un rostro de blancura sin igual, en el que sobresalían unos ojos negros fascinantes y unos labios rojos que parecían dibujados por los pinceles de un maestro.

Los judíos más ricos y poderosos de Toledo, la habían solicitado en matrimonio, pero Sara se mostraba insensible a los halagos y regalos de sus pretendientes. Su padre le aconsejaba que tomase marido antes de que él falleciera, pues no es bueno que una mujer se quede sola en el mundo y más cuando se es tan bonita, pero la hebrea no respondía y se encerraba en un mutismo total, lo que Daniel interpretaba como un fuerte deseo, por parte de la muchacha, de ser libre, de no atarse, todavía, al yugo del matrimonio. Pero un día, otro muchacho judío, cansado de los desplantes de Sara, se dirigió a Daniel para hablarle de los rumores y comentarios que se hacían en la comunidad sobre su hija.

Al parecer se decía que estaba enamorada de un caballero cristiano y él mismo les había sorprendido hablándose cuando Daniel, asistía, de forma clandestina, a las reuniones del sanedrín. Esta revelación no pareció afectar el ánimo de Daniel, que sin dejar de sonreír, le dijo al acusador que sabía bastante más que él. Sara, su hija adorada, la hermosa Sara, su honra y su gloria, el orgullo de su raza y de su tribu, no caería nunca en manos de un perro cristiano. Nadie se reiría de su condición de judío y de padre, y despidió a su interlocutor pidiéndole que reuniese a sus hermanos, cuanto antes, esa misma noche, que él acudiría a su lugar secreto de encuentro, dentro de un par de horas.

Daniel cerró la puerta de su casa y su negocio, pasando varios cerrojos y aldabas, lo que le impido oír cómo las celosías de la ventana caían de golpe. Sin duda, Sara había estado escuchando y su corazón de llenó de negros temores.

Era la noche de Viernes Santo, y los toledanos, después de asistir al Oficio de Tinieblas, se habían retirado a sus hogares. Algunos dormían ya, y otros, al lado de las chimeneas, contaban viejas historias sobre la ciudad o vidas ejemplares de santos. Toledo estaba sumida en el silencio, sólo, de vez en cuando, interrumpido por el ladrido de algún perro y las voces de los turnos de guardia del lejano alcázar. En una de las orillas del Tajo, se encontraba un barquero que parecía estar esperando a alguien. Una sombra bajaba, trabajosamente, hasta el río... parecía tener prisa y también cierto temor.

Cuando el barquero la vio, se dio cuenta de que era la persona que esperaba.

Andaba rumiando el barquero que aquella noche era extraña. Había pasado a muchos judíos de un lado a otro del río, y se preguntaba a qué podía venir todo aquel trasiego. Creía que iban a reunirse en alguna parte, lo que a juicio de este hombre, no auguraba nada bueno. Pero, bien le pagaban y eso, a fin de cuentas, era lo que a él le interesaba. Subió la sombra a la barca, que soltó amarras, y una voz femenina le preguntó a cuántos judíos había pasado y si sabía qué tramaban. No, el barquero no sabía nada ni había oído ningún comentario que pudiera darle alguna pista, aunque, eran tantos los hebreos que usaron su barca, que no los había podido contar.

Calló Sara, pues no era otra aquella mujer, que arrostrando cualquier peligro quería conocer qué se urdía. Ya no le cupo duda de que todo aquellos se debía a una venganza preparada por su padre. Sentía una gran angustia, con la mente extraviada en pensamientos dolorosos... un sudor frío la invadió cuando llegaron a la otra orilla.

El barquero le indicó que el camino que seguían venía a converger en la Cabeza del Moro para desaparecer detrás de aquel picacho. Hacia allí se dirigió Sara, decidida pero temblando, en la oscuridad de la noche, con la sola fuerza que le daba su amor y el miedo de que la venganza se cebase en él.

Donde hoy se encuentra la ermita de la Virgen de Valle, y muy cerca de la Cabeza del Moro, existían las ruinas de una iglesia bizantina. Apenas quedaban algunos muros exteriores y restos de algunos arcos. La maleza y la hiedra se enredaban entre ellos.

Sara avanzó hasta emboscarse entre la vegetación que rodeaba el lugar y vio, con espanto, que sus peores temores se confirmaban. Allí donde antaño había existido el atrio de la derruida la iglesia, se encontraban muchos de sus hermanos de religión bajo las órdenes de su padre. La sempiterna sonrisa de Daniel se había borrado y, ahora, convertido en un hombre enérgico, cuyos ojos brillaban con una luz maléfica, dirigía la operación de levantar una enorme cruz. La luz de una fogata iluminaba la terrible escena y la herniosa hebrea supo, al instante, de lo que se trataba. Se iba a realizar una crucifixión y la víctima sería su amante.

No pudo contenerse, y se presentó en medio de aquella asamblea de verdugos, ante la sorpresa de todos ellos. Llena de dolor e indignación, les dijo que no esperasen al cristiano que aguardaban. Ella le había prevenido. Se sentía avergonzada por su sed de sangre y ya no sentía judía ni se consideraba hija de aquel monstruo.

Daniel no podía creer lo que oía. ¡Su propia hija le había traicionado! Ciego de ira, la arrastró por los cabellos hasta los pies de la cruz, mientras se la entregaba al resto de la asamblea para que hiciesen con ella lo que quisieran. Esta infame había deshonrado a su religión y a sus hermanos.

Al día siguiente, mientras las campanas de todas las iglesias tocaban a gloria, Daniel abrió, como siempre, la puerta de casa y sentó a trabajar en su yunque, sonriendo y saludando a los que pasaban. Nada parecía haber cambiado, pero las celosías del ajimez no volvieron abrirse. La hermosa Sara no apareció ya más recostada en aquella ventana.

Pasó el tiempo y unos años después, un pastor le llevó al arzobispo una flor desconocida hasta entonces, que parecía reproducir los atributos de la pasión de Cristo. La había encontrado mientras apacentaba a su rebaño entre los restos de la derruida iglesia, enredada entre los muros decrépitos.

Tratando de descubrir aquel misterio, se trasladaron al lugar y cavaron para encontrar el origen de la extraña planta. Y lo que apareció fue el cadáver de una mujer y junto a él, los elementos que mostraba la flor y que correspondían a la agonía del Crucificado. Nunca se supo a quién correspondía aquel cuerpo, pero, durante muchos años, reposó y se le veneró en la ermita de San Pedro el Verde. A la flor, que ahora es bastante común, se la llamó, y aún se la llama, Rosa de Pasión



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Te han sitiado corazón .GRACIAS A JORGE MOYA.


Te han sitiado corazón y esperan tu renuncia,
los únicos vencidos corazón, son los que no luchan.

.No te entregues corazón libre, no te entregues.
No los dejes corazón que maten la alegría,
remienda con un sueño corazón, tus alas malheridas.

Te han sitiado corazón y esperan tu renuncia,
los únicos vencidos corazón, son los que no luchan.
No los dejes corazón que maten la alegría,
remienda con un sueño corazón, tus alas malheridas.

...No te entregues corazón libre, no te entregues.
Y recuerda corazón, la infancia sin fronteras,
el tacto de la vida corazón, carne de primaveras.

Se equivocan corazón, con frágiles cadenas,
más viento que raíces corazón, destrózalas y vuela.

No te entregues corazón libre...No te entregues

No los oigas corazón, que sus voces no te aturdan,
serás cómplice y esclavo corazón, si es que los escuchas.

No te entregues corazón libre...No te entregues
Adelante corazón, sin miedo a la derrota,
durar, no es estar vivo corazón, vivir es otra cosa.


No te entregues corazón libre...No te entregues
No te entregues corazón libre...No te entregues


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