La vida de Pablo Picasso (25 de octubre de 1881 – 8 de abril de 1973) dio inicio con un estornudo. La partera anunció triste que el bebé estaba muerto, dejó el cuerpo sobre la mesa y se retiró de la habitación. Su madre no tenía consuelo. Su tío Salvador quiso hacer un último chequeo, y sin quitarse el cigarro de la boca llevó el bebé hacia la ventana. El humo ingresó en su pequeña naricita y generó el estornudo milagroso que le salvó la vida.
Hay miles de anécdotas alrededor del célebre pintor, fundador del arte moderno. Por ejemplo, cuando cumplió 20 años, su gran amigo Casagemas se había enamorado perdidamente de la modelo francesa Germaine Gargallo. No funcionó, ella hizo público su rechazó esgrimiendo excusas personales. Casagemas entró en un cuadro depresivo muy profundo que lo empujó a la bebida.
Picasso, viendo el estado anímico de su amigo, lo invitó a pasar las fiestas a España; Casagemas aceptó, pero no estuvo ni dos días, ni bien pasó el primer tren volvió a París en busca de su amada. Fue una gran equivocación: la encontró con otro hombre, feliz y bien acurrucada. No pudo soportarlo, desagarrado por los celos se suicidó en en la terraza del café L’Hippodrome del Boulevard Cliché, frente a sus amigos Pallarés, Manolo Hugué y su amada Germaine, a quien había querido asesinar con un arma de fuego.
Picasso, cuando se enteró, entristeció a tal punto que cambió el rumbo de su pintura, inauguró su época azul donde le dedicó obras impresionantes a su amigo, como El entierro de Casagemas, Arlequín y su compañera y La bebedora de ajenjo. Pero la tristeza le duró poco, a los pocos meses Picasso inició un acalorado noviazgo con Germaine. Nadie podía creerlo, sus amigos lo regañaron, pero él no atendió críticas, solía desenvolverse de ese modo. De todos modos, la aventura con la modelo fue bastante fugaz.
Tiempo después llegaría uno de sus amores más serios, Dora Maar -apócope de su verdadero nombre, Henriette Teodora Markovitch-, la más retratada en su obra. Ellos vivieron una relación complicada: él le era constantemente infiel y ella perdió los estribos de su cordura, al punto que tuvo que ser internada en el hospital de Sainte-Anne, donde la trataron con electroshock. Fue tan violento el tratamiento que Paul Éluard, el mejor amigo de Dora, fue a hablar personalmente con Picasso para que la saque de ahí. El artista accedió, y al día siguiente la abandonó para siempre. Dicen que las últimas palabras de Dora antes de morir fueron: “Después de Picasso, sólo dios”.****
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