¡SOY BOHEMIA ! ¿Y QUÉ?

Siempre me preguntan ¿que es ser Bohemio? les respondo : El Bohemio vive por vivir , se llena de angustia sin tener por qué, pero está alegre cuando otros no están.

El Bohemio vive su vida incansable de ideas ,algunas creativas y otras filosóficas, todas para hacer de su vida un paraíso. El Bohemio no teme, solo porque él vive su vida como quiere, ahora sin causarles daños a sus semejantes. Vive la vida con principios y hasta con responsibilidad pero hace lo que quiere cuando quiere. En la música encuentra pinturas, en las poesías encuentra música, y en las pinturas encuentra versos ...es así mientras que se bebe su copa y sin faltar un café en un bar escondido adonde solo se lee por la media luz y la atmósfera del tabaco. La noche es su tarima....ahi baila, canta, bebe, conversa y admira a otros como él. Se proclama el duende de la noche. Ve el mundo con otros ojos ...él ve colores en el cielo nublado, ve la melancolía en una rosa brillante en su esplendor.

Gracias a todos que entienden estas breves letras. ¡SÍIIIIIII!!!! ¡Soy una Bohemia !!! ¿y Qué?

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Los escritos de Olga Isabel Román: DESTELLOS : Te amo.

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Humildemente.... Guerrera de la luz


Dicen los que saben que soy escritora y yo... "humildemente" respondo que sólo me gusta escribir y lo hago con Amor.Es la primera vez que comencé a pensar en mí y dije: ¿y si es cierto? por algo siguen tanto mis escritos y se venden los DVD de mis DESTELLOS de Amor. Siempre regalé y otras me contrataron para hacer BLOG PERSONALES a poetas amigos, escritores de varios temas distintos, blog comerciales... Pero, nunca me "dediqué" un tiempo para mí. Así que Amigos que sea lo que Dios quiera y les presento mi blog personal. Falta mucho pero ya pueden entrar... Porfí entren descalzos y sin hacer ruido porque allí habita EL AMOR y LOS SUEÑOS.
LOS ESPERO COMO SEGUIDORES!!!
Suban el audio.Muchos besos y toda la luz para este.. TU HOY.
¿ Y Bohemia? sí, Bohemia sigue con todo lo que nos gusta compartir.
http://losescritosdeguerreradelaluz.blogspot.com.ar

El túnel era un tubo como éste, de unos 50 cm de lado y curvado


¿Continúo mi relato? Ahora viene lo que quizá tiene más aún de metafísico, por lo que deberemos dar un "salto cuántico" - como suelen decir por estos días quienes en realidad no suelen saber mucho acerca de lo que mencionan.

Pero para hacer pie en el fondo antes de comenzar a elevarnos, les sugiero volver unos minutos a la realidad de lo que estaba ocurriendo alrededor de mi cuerpo yacente en una cama de terapia intensiva.


Porque mi lazo con el mundo exterior fue, durante todos estos días de inconsciencia (o de otra forma de consciencia), mi amada y dolorida Olga que veía cómo me iba yendo y cómo la dejaba sola en este mundo.

Ella lo relató más que bien en su escrito "El día que él murió y yo lo vi" (una historia verídica): (http://losescritosdeguerreradelaluz.blogspot.com.ar/2012/05/el-dia-que-el-murio-y-yo-lo-vi-una.html)

y si no lo han hecho antes, en algún momento deberán leerla pues contiene la otra mitad de la historia.

Retornando a mis recuerdos de aquellos días o noches es tiempo, como dije, de bucear en una experiencia metafísica que ya alguna vez publiqué en forma deshilvanada y más que incompleta.

Luego de que la anestesista me sumiera en el largo sueño que me esperaba, sobre una camilla y vestido solamente con la bata que seguramente han visto y/o utilizado alguna vez, creo que lo primero que aparece en mis imágenes mentales es una luz brillante a mi izquierda, una luz que no tendría menos de dos metros de altura y quizá llegaba desde el piso hasta el techo de una especie de habitación contigua al lugar en el que estaba.

Tal vez fue un poco antes o un poco después de mi conversación con quien quizá era Dios, y lo que recuerdo era que yo pedía a Olga que me dejara ir hacia ella. Seguramente fue en ese momento que, estando en el primer postoperatorio, me arranqué todo lo que me sujetaba a la cama y por eso debieron volver a intervenirme para resolver la destrucción que esos movimientos de alienado produjeron en mi delicado interior corporal. Y en ese momento mi situación tomó estado público pues Olga debió salir a pedir por todos los medios diez dadores de sangre para compensar la que se había derramado en mi vientre.

Esa luz que me atraía poderosamente encandilaba mis ojos. Y sé que me levanté en la realidad o como parte de mi coma profundo. Sentía que estaba todo bien pero que debía ir hacia ese resplandor porque allí todo estaría aún mejor. Mientras clamaba a Olga que me dejara ir y sentía que algo me retenía en esa cama que no veía, de pronto todo desapareció y me encontré en un lugar inesperado.

Algo así como un pasillo en semipenumbra, en el que yo estaba de pie mirando una de sus paredes, creo que junto a una mesa de madera a mi derecha y sintiendo que a mi izquierda me hablaba alguien con voz calma. El tema, del que no recuerdo los detalles, era mi misión en la Tierra.

Estoy seguro de que yo no estaba tan tranquilo como quien me hablaba. Sentía que las cosas no se estaban dando como yo quería porque iba a morir en ese momento sin haber cumplido la labor que creía me había encomentado mi interlocutor.

Quizá en toda la experiencia fue uno de los momentos menos gratos que transité. Estaba enojado o, al menos, dolido. Y tal vez fue en ese preciso instante en que alzaba imprudentemente mi voz de reclamo a quien no dudaba era el mismo Dios cuando Él me hizo notar que en la parte baja de la pared, un poquito a mi izquierda, un caño cuadrado de unos 50 centímetros de lado atravesaba el muro comunicando el pasillo con algo del otro lado.

Era de chapa, pintado de negro por fuera y por dentro, curvado de modo de comenzar cerca mío con su boca de ingreso a 45° y terminar como a un metro más allá del muro pero perfectamente vertical.

Miré en su interior y vi, allí al final, una cortina que lo cerraba. Estaba hecha de una tela antigua, dividida al medio en dos paños no plegados. El material con el que estaba hecha me recordó a esos tapices pesados con los que a veces hacíamos con mi amigo y compañero de escuela Tito Fosatti (¿o Fossati?) los telones para nuestro teatro de títeres. Yo llamaría "brocato" esa tela, pero seguramente tiene otro nombre.

La cortina estaba como no muy limpia y algo gastada en los bordes, algo deshilachada, pero no demasiado.

Tampoco el caño metálico estaba en óptimas condiciones. La pintura negra que lo recubría se había ido perdiendo en algunos puntos, y quizá presentaba pequeñas abolladuras, aunque no presté atención a eso.

Antes de que preguntara nada a mi acompañante y guía, sentí que me introducía en el túnel y me deslizaba hacia la cortina. La abrí seguramente con la cabeza y recién me detuve cuando no menos de la mitad de mi cuerpo había aparecido del otro lado.

Era un galpón enorme de no menos de quince metros de alto. En su parte superior se podían ver unos tragaluces como en algunas canchas de básquet que conocí. A través de ellos penetraba un suave resplandor que iluminaba todo el lugar permitiendo apreciar qué había allí.

Era una carpintería muy grande, digamos de unos veinte metros por quince metros. Frente a mí divisaba un portón cerrado que debía ser la salida.

El piso estaba prolijamente cubierto de un aserrín claro, finamente cortado y prolijamente distribuido, dando una imagen de total limpieza. Y dos o tres máquinas también muy limpias confirmaban que sí, que era una carpintería.

Ninguna persona podía verse allí. El silencio era perfecto. Me gustó ese lugar que recorrí con la vista quizá unos treinta segundos.

Cuando finalmente miré hacia adelante puede distinguir claramente, a unos dos o tres metros de distancia, un pizarrón montado sobre un trípode. Era de esos "modelo Barbie", de unos cincuenta por sesenta centrímetros, con una plancha interior gris oscura atravesada por tres líneas horizontales pintadas de un color también gris pero algo más claro.

Estaba remarcado por una especie de crotchet o algo así, de color rosa y quizá con unas flores o dibujos pintados en otros tonos de rojo. No le presté demasiada atención al conjunto porque casi inmediatamente vi que había algo escrito en él.

Con una letra prolija como la de mi primer maestro, el Hermano Benigno, y caracteres en cursiva de unos cinco centímetros de alto, estaba como dibujado con sumo cuidado el apellido de soltera de la madre de Olga. Por algún motivo que todavía desconozco, ese "Luise" era el mensaje que quien me llevó hasta allí pretendía que leyera.

Dos o tres segundos después, cuando ya había visto lo que debía ver, sentí que una mano me tomaba suavemente de los cabellos y me impulsaba hacia atrás para que recorriera el tubo de chapa retrocediendo hasta volver a salir por donde había entrado.

En algún momento previo o posterior a mi paso "al otro lado" recuerdo haber pedido a quien no dudo era Dios que hiciera lo que le pareciera conmigo, que si debía morir estaba bien, pero que cuidara a Joel porque era joven y debía seguir viviendo.

¿Quién era Joel? En ese momento no lo sabía pero, como alguna vez comenté no sé si justamente en estos apuntes o en otros escritos, luego me enteré de que ése era el nombre del muchacho que estaba en una cama vecina en terapia intensiva, y que recién conocí cuando desperté en la sala de internación de cirugía.

Debe haber sido la vez que más cerca estuve de la muerte, del cielo, del infierno y de todos esos otros planos que muchas veces me describieran Hermanos Maristas y sacerdotes católicos pero también pastores evangélicos.

Cuando nuestra amiga Fernanda me encontró en un pasillo del hospital del día en que ya me iba de alta, se mostró muy interesada por saber qué había visto en ese momento. Se mostraba especialmente preocupada por el tema del infierno y quería saber si había estado cerca de algún lugar en el que pudieran verse tormentos, o en el que pudieran escucharse gritos y quejidos de dolor. Pero quizá la desilusioné cuando le relaté mi experiencia en la que todo era hermoso, todo estaba bien, la paz inundaba el alma con la voz de mi divino acompañante. Y que yo no quería regresar a este mundo pues me sentía muy bien donde estaba.

Luego vinieron, como ya apuntaré en estas páginas, muchas otras experiencias interesantes, menos vinculadas quizá con lo metafísico. Pero lo que "viví" poco antes, durante y poco después de mi visita a la "carpintería" creo que será un recuerdo que me acompañará el resto de mis días.

Nos reencontraremos en el próximo, si les parece. Les dejo mi saludo más afectuoso.

Daniel Anibal Galatro (escritor): Recuerdos de mi muerte . Apunte 1

Daniel Anibal Galatro (escritor): Recuerdos de mi muerte . Apunte 1

****No dejes de visitar nuestro blog índice:"El Mundo de Olga y Daniel"http://olgaydaniel.blogspot.com

El actual Casino de Esquel, realmente magnificente pero seguramente odiado por el Dr. Richardson (si éste existiera)

El de la imagen es el actual casino de Esquel. Para el tiempo de mi experiencia todavía, creo, funcionaba en el local de Ameghino casi 25 de Mayo. De todos modos, en la llamada "realidad", había en la ciudad solamente un casino. No así en mi "sueño". En esa circunstancias, los casinos eran tres.

El Dr. Richardson, dueño de la clínica y del gran hotel, como les conté, odiaba los casinos porque los consideraba, y no estaba equivocado, caldo de cultivo de ese germen conocido como"ludopatía", capaz de arruinar vidas y haciendas no solamente de los poderosos sino de la gente humilde que creía que con los juegos de azar podría "salir de pobre".

Ese médico así lo expresaba alguna vez que yo circulaba cerca de él, y se lo repetía a todo el mundo.

En mi historia, Richardson había creado una forma de satisfacer con un placebo esa desesperación por el juego que muchos esquelenses manifestaban. Había creado una especie de bingo o lotería que se vendía a las personas en por lo menos tres lugares que recuerdo. Uno de ellos estaba en el hall del hotel, a la derecha de la puerta principal. Los otros dos eran hermosos locales vidriados situados sobre la Av. Alvear.

Allí se veían los billetes en venta, junto a otros elementos que los acompañaban tales como teléfonos celulares y cámaras digitales. Eran hermosos locales que atraían la atención de los transeúntes y varias veces vi en ellos unas cuantas personas esperando turno para adquirir su numerito.

Pero no eran lo que aparentaban. Porque si bien los billetes se vendían como en cualquier lotería que conocemos, todos los números tenían premio. Saliera el que saliera en el sorteo, el titular de uno de esos cartones ganaba exactamente lo mismo que había gastado al comprarlo. No había premios mayores ni menores preestablecidos. Cada uno recibía exactamente lo mismo que había pagado. Y así, sin perjuicio económico, participaba del juego y tranquilizaba su espíritu ludópata.

Por supuesto, había una publicación de los números favorecidos en el sorteo para que el jugador viera si había acertado, aproximado o fallado en su pálpito.

El médico filántropo se hacía cargo de todos los gastos: alquiler de los dos locales ajenos, pago a las empleadas que vendían los billetes, impresión de los mismos, etc.

Pregunté qué le parecía eso a los esquelenses y me respondieron que lo disfrutaban como si realmente se tratara de algo que podría darles ganancia. Había una especie de complot entre los vecinos y el doctor Richardson, y eso permitía que menos gente concurriera a los otros casinos en los que sabían que podían ganar unas pocas veces y perder las más de ellas.

Me hubiese gustado jugar un billetito y así se lo comenté a Olga, pero por esos días tampoco en mi delirio tenía un peso de más para invertir porque estábamos viviendo "al día" y no podíamos esperar a recuperar el dinero invertido aunque lo recibiésemos 24 ó 48 horas después.

Quizá mi amigo Luis, el psicólogo, podría explicar por qué puede una mente generar una situación así. Lo que me hace creer que no se trató de una imaginación alterada por la morfina es que mi creativa imaginación no da para tanto. Yo mismo me sorprendía de lo que me parecía ver y que me resultaba totalmente ilógico. Pero todavía tengo en algún rincón de mi cerebro las escenas que espiaba desde la vereda o en el hall del hotel, en las que simpáticas señoritas atendían con una sonrisa a lo compradores de billetes, como si de verdaderas casas de loterías se trataran esos lugares.

Y recuerdo que, extrañados, Olga y yo nos decíamos cuánto de rara tenía esa situación, concluyendo que eso solamente podía pasar en Esquel.

Creo que esto lo "viví" en no menos de tres o cuatro "salidas" de paseo por los alrededores de la Clínica. Pero no fue, de todos modos, lo más sorprendente que me ocurrió. Y por eso vendrán más apuntes para compartir.

Gracias por sus comentarios permanentes. Ya que me animé a escribir estos recuerdos, y como decía un célebre periodista, "no me dejen solo".


Estábamos en la zona de Avenida Fontana y Avenida Ameghino, justamente de donde partía la diagonal hacia el norte, una diagonal que seguramente nunca podrás encontrar allí porque nunca la hubo.

Retrocedamos menos de trescientos metros por Fontana hasta casi su esquina con 9 de Julio. Exactamente. Cerca de donde estuvimos un par de apuntes antes mirando, ya que ustedes no viendo, el templo de las columnas o lo que fuera, con el joven del megáfono y demás. Sobre la vereda de los números pares, cerca de la mitad de cuadra. Allí también llegamos con Olga, cerrada la noche, en una de las caminatas.

¿Qué pudimos encontrar allí de particular? Un templo islámico, pero sin prácticamente nada que lo identificara. Un paredón y una puerta metálica marcaban su nada llamativo frente.

En la entrada ya abierta, un par de señores serios nos estaban esperando. Y en ese momento, luego de los saludos, les dijimos sin muchos detalles cuál era nuestra misión: reunir a todos los creyentes de Esquel en base a lo que diferentes credos particulares tuvieran en común. Que nos parecía poco sabio estar enfrentados por las pequeñas cosas en las que no coincidíamos y que era tiempo de hacer un gran acto en la plaza de Esquel para manifestarnos juntos y mostrar que éramos muchos más que los que siquiera nosotros creíamos ser. Cristianos evangélicos y católicos, mormones, testigos de Jehová, islámicos, etc. etc.

Quizá como no esperábamos, estos hombres manifestaron estar totalmente de acuerdo con la idea que les aclaramos no era nuestra sino que creíamos realmente era la misión que Dios o Alá nos había conferido.

Luego de un par de minutos de conversación nos invitaron a conocer el interior del templo, que me pareció muy alto y muy oscuro. Y no nos pidieron que nos quitáramos el calzado para entrar, quizá porque solamente llegamos un par de metros en su interior.

Salimos de allí acompañados por ellos, prometiendo regresar, cosa que no sucedió.

No puedo ordenar estos recuerdos cronológicamente, por lo que sería incapaz de unir un suceso con otro anterior y otro posterior. Y como no puedo reconstruir los hechos, seguiré enlazándolos como si tomara al azar fotografías de una caja y cada uno fuera un ente casi sin pasado ni futuro. Sin embargo, sé que cuando estén todos los recuerdos (las fotografías) esparcidos sobre esta mesa virtual, algo más de coherencia podrán recuperar, de esa coherencia que inicialmente no tenían en absoluto.

Y ya no volveremos a transitar la Avenida Fontana pues, como se ve en el mapita que hice oportunamente, el templo que era posiblemente católico, el templo que era confirmadamente islámico, la casona muy antigua con el carro en su puerta y el chalet de los telescopios han sido debidamente reflejados en estos apuntes y no recuerdo que por allí hubiese nada más que destacar ya que nada más hubo.

Habrá una visita hasta las cercanías de otro templo, esta vez evangélico, situado sobre Avenida Alvear entre Fontana y Pellegrini. Nos habían invitado a concurrir para hablar sobre nuestra misión, pero solamente llegamos cerca de la puerta de acceso que estaba a mitad de cuadra, sobre la vereda donde en la realidad se pueden encontrar los taxis pero que en mis paseos extracorpóreos no estaba allí, como tampoco recuerdo haber visto el centro cultural de los cuatro vientos, esto es, el Melipal.

ERRATA: La casa antigua que en el mapa dibujé como estando en Fontana y San Martín, se encontraba en realidad, como lo relaté, en Fontana y Rivadavia (donde está realmente la carnicería). No tengo imagen almacenada de mi experiencia que me muestra nada en Fontana y San Martín, donde sí hay una especie de casona en la que hasta hace unos días funcionaba el Registro Civil.

Tampoco estoy seguro de si el templo islámico estaba entre San Martín y Rivadavia, como lo dibujé, o entre Rivadavia y 9 de Julio. Como quizá lo tenía más presente en el momento de dibujarlo tres años atrás, es posible que se encontrara donde aparece en el pequeño plano.

Como no tomé fotografías sobre ninguna de esas veredas (aunque sí varias de la gomería de la familia de mi amigo Fernando, que está relativamente cerca de todo esto), ilustro esta nota con una imagen ampliada del esquema que involucra los lugares mencionados en estos apuntes.

Gracias por su atención y hasta el próximo.


Vista de la esquina de Fontana y Ameghino donde estaba el chalet y nacía la diagonal hacia el norte

Una reducida zona de la ciudad de Esquel, que iba desde Av. Fontana y Av. Ameghino hasta la que debía ser la esquina de esta avenida con Pellegrini, se transformó en un sector en el que me ocurrieron muchas cosas, quizá llegando al final de la historia.

El arroyo Esquel fluía en ese sector de la Ameghino bajo un puente de maderas duras y anchas, abulonadas entre sí. Luego la Avenida seguía rumbo al noroeste, como lo hace realmente, pero era totalmente de ripio y con muy pocas construcciones a sus lados, y esas pocas sobre la mano derecha, según se las veía cuando se la recorría alejándose de su intersección con Fontana.

No había ningún monumento visible desde esa esquina, ni siquiera la rotonda que allí está hoy. Tampoco ninguna de las avenidas tenía una "rambla" divisoria del sentido de tránsito como en realidad tiene, ni siquiera árboles que delinearan el mismo. No había estación de servicio allí y no recuerdo haber visto movimiento de automóviles en la zona. Era como si solamente nosotros dos - Olga y yo - estuviésemos recorriendo el lugar.

Ya mostraré esos detalles pero les pido que imaginen que una diagonal unía la esquina de Fontana y Ameghino con la de Pellegrini y Ameghino. Caminando de la primera hacia la segunda, solamente había construcciones a mano izquierda, ya que el triángulo remanente era un bosquecillo que luego vi que en parte se usaba como estacionamiento.

La diagonal terminaba en una amplia playa que bordeaba el lado oeste del arroyo, con variados árboles decorándola, entre los que se destacaban pocas pero elegantes palmeras.

Desde el puente hacia el origen de las aguas el arroyo se iba ensanchando rápidamente y a por su intersección con 9 de Julio ya no era fácil ver la orilla opuesta. Era un lugar realmente hermoso pero yo sentía que no era verano o al menos que el clima no era agradable y en ningún momento de interesó quedarme allí con Olga ni tan siquiera a compartir unos mates. No caminamos nunca sobre la playa. Nuestro recorrido terminaba en la última construcción sobre la diagonal citada ya que allí estaba la sala "externa" en la que pasé los últimos días de cama.

En la esquina de Fontana y Ameghino, un terreno triangular forzado a serlo por la diagonal que de allí partía, había un hermoso y muy cuidado chalet con tejas coloniales, un pequeño jardincito con bellas flores y, apoyados en la pared baja que lo separaba de la vereda, dos telescopios: uno con trípode y otro de mano, éste último colocado sobre el pasto.

Luego me enteré de que el propio Dr. Richardson, quien seguramente era propietario de esa vivienda, los dejaba allí para que los transeúntes los utilizaran y pudieran observan claramente la luna que desde allí se veía muy bien, especialmente en plenilunio y cuando atardecía temprano. Como nosotros la primera vez que pasamos por allí y muchos otros seguramente en esa misma o en otras noches claras, los telescopios eran aprovechados y luego dejados en el lugar para los próximos que gustaran usarlos.

En un terreno lindante con el del chalet de la esquina y con la sala "externa", una construcción algo escondida entre las largas ramas de los árboles del bosquecillo de la inexistente vereda opuesta que cruzaban la angosta calle en diagonal, y algo retirada de la línea municipal lucía un cartel casi invisible de día. Pero de noche, y tras una graciosa anécdota protagonizada por Olga en una de las visitas que me hizo, nos enteramos de que se trataba de un Night Club ya que se encendían unas luces que permitían ver algo mejor el citado cartel.

Tarea nada fácil la de hoy, ¿verdad? Un esfuerzo de la imaginación que compensaré adjuntando dos imágenes en vez de la única acostumbrada (si es que alguien llega a acostumbrarse a algo con solamente cinco dosis (en este caso, cinco apuntes).

Cualquier consulta, quedo a sus órdenes. Ya saben, amigos, que sus comentarios son el rastrillo que escarba y reacomoda recuerdos de una vivencia que tal vez nunca ocurrió, y permite que asomen terrones que ya se habían sumergido en profundidades complejas de mi corteza cerebral.

Aquí cierro, entonces, con la fotografía de lo que cualquiera que pase por allí encontrará en la esquina citada. Pero también va un esquema hecho por alguien que quizá volvió de la muerte y que, además, nunca pasó por una escuela de dibujo. Excusas para disimular defectos, pues para eso son las excusas, dicen.

Un saludo y hasta el próximo.

Daniel

 

Un esquema general que quizá ayude a visualizar algunos lugares relacionados con esta historia.