¡SOY BOHEMIA ! ¿Y QUÉ?

Siempre me preguntan ¿que es ser Bohemio? les respondo : El Bohemio vive por vivir , se llena de angustia sin tener por qué, pero está alegre cuando otros no están.

El Bohemio vive su vida incansable de ideas ,algunas creativas y otras filosóficas, todas para hacer de su vida un paraíso. El Bohemio no teme, solo porque él vive su vida como quiere, ahora sin causarles daños a sus semejantes. Vive la vida con principios y hasta con responsibilidad pero hace lo que quiere cuando quiere. En la música encuentra pinturas, en las poesías encuentra música, y en las pinturas encuentra versos ...es así mientras que se bebe su copa y sin faltar un café en un bar escondido adonde solo se lee por la media luz y la atmósfera del tabaco. La noche es su tarima....ahi baila, canta, bebe, conversa y admira a otros como él. Se proclama el duende de la noche. Ve el mundo con otros ojos ...él ve colores en el cielo nublado, ve la melancolía en una rosa brillante en su esplendor.

Gracias a todos que entienden estas breves letras. ¡SÍIIIIIII!!!! ¡Soy una Bohemia !!! ¿y Qué?

Utiliza este servicio

Seguidores

Rivadavia y Fontana. La casa antigua con el carro, el caballo, la princesa y la canción.

Ante todo, gracias. Nuevos amigos se suman con la publicación de cada apunte y esos amigos, como vos, han comenzado a intercambiar valiosas ideas y experiencias que nos enriquecen a todos. Y eso, diría mi padre, "es impagable".

Como lo anticipé en algún comentario anterior, un hecho de los que "viví" por esos días de sueño profundo inducido por la morfina me resultó realmente impactante.

En uno de los pocos paseos que realizamos Olga y yo cuando ella me pasaba a buscar por la clínica al caer el sol, seguimos transitando la Avenida Fontana hasta llegar a la esquina de Rivadavia. Estábamos a pocos metros de la casa en una de cuyas habitaciones habíamos vivido unos días antes de mi percance, pero solamente vimos la esquina que muestro en la fotografía (donde había antes un kiosco con "cyber" y ahora hay la carnicería que se ve).

Pero en nuestro paseo "virtual", y transitando por la vereda en la que se encuentran los negocios de nuestros queridos amigos Alicia (Girasol Patagonia) y Luis (Lucho Manucho) aunque no aparecían en el "sueño", vimos de pronto la citada esquina a unos 40 ó 50 metros de distancia.

En la penumbra del atardecer se delineaba un caserón muy antiguo, como de tiempos de la fundación de la ciudad cien años antes, de una sola planta muy alta, ventanales despintados y cerrados que daban a Rivadavia con una puerta en medio que igualmente rondaba los 4 metros, despintada también pero entreabierta, y que dejaba ver el comienzo de un pasillo hacia el interior de la vivienda.

Esta construcción no concidía en estilo con las que la rodeaban, mucho más modernas. Era como una fotografía de los abuelos pegada en el álbum de los nietos. Tanto así que todo lo que veíamos en esa realidad aparecía "en blanco y negro", y eso hacía más extraño el espectáculo.

Sobre la calle, estacionado frente a la casa, un largo carro de madera de más de 10 metros de largo estaba como a la espera de una pronta partida. Orientado con su "proa" hacia la Avenida Fontana, un caballo grande y en apariencia algo viejo estaba uncido al vehículo. Y en el lugar que debería ocupar en cualquier momento el conductor, se podía ver una joven vestida como reina o princesa, casi refulgente y seguramente hermosa, que contrastaba con su blancos y prolijos ropajes con los variados grises descascarados de vivienda, carro y animal.

Olga se mostraba sorprendida por no comprender qué era eso que veíamos. Yo también estaba algo confundido pero le comenté que seguramente habría en Esquel un desfile de carrozas por el aniversario de algo, y ese que teníamos frente a nosotros participaría con su "reina". Y que ese antiguo lugar sería una institución, algo así como un club, aunque no se apreciaba ningún cartel a la entrada.

De pronto comenzó a sonar una música que reconocí al instante. Era una vieja canción marinera que Robert Louis Stevenson había plasmado en un lugar de su "Isla del Tesoro" y que hablaba de "quince hombres van en el cofre del muerto, ay, ay, ay, la botella de ron". Era de esas tonadas que cantan en las películas los marineros gordos y de barbas hirsutas, hamacándose enlazados por sus brazos y sosteniendo jarras de porcelana llenas de cerveza. Pero aquí la canción era solamente un fondo musical para la imagen estática del caballo, el carro, y la muchacha parada en su parte delantera.

Y me quedó la duda acerca de si había alguna carga en la parte trasera del transporte porque se me ocurrió en ese momento que debía haber un cofre o arcón grande como los que acompañaban a los piratas, pero no logré ver nada.

La imagen de me borró de pronto, como si el efecto de la morfina se esfumara y la realidad u otro capítulo de mi experiencia reemplazaran a ése tan particular.

El recuerdo de esas imágenes fue tan impactante que me quedó muy grabado, a pesar de que ahora que escarbo en él noto que no mostraba muchos detalles visuales, como si la canción del cofre del muerte hubiese pasado a primer plano y el resto fuera solamente su escenografía.

Les dejo la imagen "actual" del lugar, aunque con el sentido inglés de la palabra ("verdadera"). Y voy reorganizando mis imágenes de la esquina de Fontana y Ameghino, que realmente tenía poco o nada que ver con la que conocemos. Por allí pasaba, por ejemplo, el arroyo Esquel, con un puente de madera que permitía cruzarlo. Pero no era lo único que interesará para esta historia de mi muerte supuesta o real.

Hasta el próximo apunte. Y otra vez gracias por sus comentarios.

Daniel



La esquina del "templo": Fontana y 9 de Julio.

Una nueva "puntatta", diría un periodista italiano. El tema de mi experiencia de Enero del 2009 va tomando forma a través de estos apuntes. Y van surgiendo otras historias paralelas narradas por mis buenos amigos que confirman que "estas cosas pasan" y quizá no sean infrecuentes.

De vez en cuando alguien de esta realidad tiene la oportunidad de asomarse a algún otro lado y regresa con elementos que permiten suponer o confirmar lo que de eso se habla desde los primeros tiempos de la humanidad, es decir, desde la aparición de los seres autoproclamados "racionales" que exhibimos con orgullo nuestro lóbulo prefrontal. Y quizá, como lo propuse en una novela de hace siete años, éso sea realmente lo que la Biblia dice que constituye nuestra "imagen y semejanza de Dios".

Olguita me dice que en estos primeros apuntes estoy demasiado "geográfico", es decir, describo lugares que la mayoría de los lectores amigos no conocen y, por tanto, que no les significan demasiado. No así a quienes tienen experiencia esquelense y entonces pueden dimensionar mejor la importancia o no que esos lugares pueden tener. Y me pregunta por qué no les cuento lo realmente conmovedor de la historia: mi paso por el túnel hacia "el otro lado", que pudo coincidir según alguna mucama o enfermera del hospital con el espacio en el que se encuentra la morgue. O por qué no les digo del mensaje que encontré allí y que tenía relación con la misión por la que estaba en este tiempo en este mundo. O por qué...

Seguramente Olguita tiene razón (siempre la tiene), pero mis recuerdos están acumulados en mi corteza cerebral en forma relativamente desordenada y en cada apunte meto una imaginaria mano y saco lo que saco. O me guío por estas fotografías que anduve registrando en los últimos días. Ya habrá tiempo luego para armar un relato más coherente pero, recuerdo a Olguita y a los demás amigos, éstos son "apuntes" volcados algo al azar. Y hasta aquí "me da el cuero" en los primeros intentos de organización de la memoria.

Por eso en este cuarto apunte les contaré sobre la esquina que se ve en la fotografía: Av. Fontana y 9 de Julio, hacia el oeste. Frente a La Anónima II, en el lugar donde suelen colocarse automóviles en venta, creo, y en el que puede verse un paredón decorado con pinturas. ¿Qué había allí cuando salíamos a caminar por las noches en esos paseos que nunca se dieron en la cruda realidad que me tenía postrado en una camilla y conectado a tubos diversos, con solamente mi subconsciente o lo que fuera andando por allí?

Era un templo enorme, parecido a la Catedral de Buenos Aires, con unas columnas de un metro de diámetro y diez metros de altura. Le atribuí la propiedad de ser la iglesia mayor de Esquel, aunque en realidad no recuerdo que tuviera ningún símbolo identificatorio tal como una cruz. Entonces, podría haberse tratado de un edificio destinado a otra cosa, lo que no pude verificar pues nunca cruzamos la Fontana para verlo de cerca.

Pero uno de los atardeceres en que nos detuvimos en la esquina opuesta (la de la frutería y verdulería que encontrarán allí), vimos detenido sobre la vereda un joven sentado sobre una pequeña motocicleta antigua y sosteniendo en su mano un megáfono a través del cual lanzaba su mensaje.

Alguien nos dijo que era uno de los entrenadores de esquí del cerro La Hoya, que muchas veces usaba su tiempo libre, generalmente al anochecer, para decirle a los transeúntes locales y a los turistas que pasaban por donde él estuviese que había llegado el tiempo, que los seres de otras galaxias estaban acercándose y que comenzaríamos a relacionarnos con ellos. Que no había que tener miedo pues venían en misión de buena voluntad, y que todo iba a estar bien.

Como Olga y yo coincidíamos con sus ideas, se lo demostramos desde lejos saludándolo con las manos y luego mostrándoselas con los pulgares levantados. Y él nos respondió bajando el megáfono para sonreírnos abiertamente.

Fue la única vez que lo vimos y creo que la única vez que prestamos atención a ese edificio.

Según me cuenta Olgui, en uno de mis "regresos" le dije que los seres extraterrestres eran en realidad los ángeles de Dios y que estaban para cumplir sus indicaciones. Y que estábamos en esa clínica - no sólo yo sino también ella - para ser "limpiados", es decir, puestos en las mejores condiciones para poder seguir cumpliendo nuestra misión terrenal.

Quizá haya sido luego de mi experiencia extracorpórea en la que nos encontramos con el joven del megáfono. No lo sé, pues no logro secuenciar las cosas que me pasaron. Las recuerdo todas como "postales", es decir, como hechos aislados.

Vuelvo a agradecerles todo el apoyo que me están dando al comentar estos apuntes. Y a quienes han tenido experiencias metafísicas o algo así que seguramente serán del interés de muchos amigos los invito a contarlas para que aprendamos sobre ese tema. Algunos como Tere o Raquel han comenzado a hacerlo y realmente son apasionantes.

Les dejo, como expresé, la fotografía del lugar donde se hallaba el enorme edificio de las columnas.
Y voy planificando un poco lo que será el próximo apunte.

Un saludo afectuoso para todos.

Daniel


9 de Julio entre Sarmiento y Av. Fontana. La cuadra de los edificios altos

¿Un toque más a los recuerdos de lo que quizá nunca me ocurrió realmente?

"Realmente". Un término que pretende separar la realidad de la ficción, la vigilia de los sueños, lo obtenido de lo deseado. Pero, ¿dónde está el límite que separa esos universos? El maestro Borges jugó con ese límite y creó un mundo gris en el que la intensidad de la luz se fundía en la intensidad de la oscuridad para crear una penumbra maravillosa.

En fin. Carguémonos la liviana mochila al hombro y sigamos andando por estos caminos que bucean en lo que alguien seguramente considerará una introspección, una insight o algo así.

Comenzamos ubicándonos en el cruce de Sarmiento y 9 de Julio, en una ciudad de Esquel que tenía un cierto parecido con la que consideramos "real", un parecido suficiente como para reconocerla pese a los múltiples cambios que iré detallando poco a poco. El primer apunte enfocó la esquina oeste, el segundo la esquina norte y hoy contaré algo sobre cómo era la esquina este, la de la ferretería que se ve en la fotografía adjunta.

Nada de lo que hoy podés encontrar en esa cuadra aparecía en la visión que se me brindaba desde la antigua ventana de la clínica. Ni siquiera tenía otra visión cuando crucé la Sarmiento e ingresé al majestuoso hotel propiedad del doctor Richardson. Era una sucesión de edificios que tenían varios pisos, algunos dos o tres pero quizá otros llegaban a cuatro o cinco. Modernos, importantes, me hacían recordar a la sucesión de construcciones que vi muchas veces en Mar del Plata sobre la calle Alberti, por ejemplo, a la altura de Alsina, cerca de la antigua terminal de ómnibus.

Uno de ellos era el hotel del gallego, personaje muy interesante que conocí mientras él conversaba en el lobby del edificio de las columnas con su dueño. Daba la impresión de que no eran competidores en el tema del turismo sino amigos que se dedicaban a lo mismo o casi.

El gallego tenía un marcado acento como suelen mantener durante toda su vida aunque haga décadas que llegaron a nuestro país. Así siempre dan la impresión de que recién desembarcaron y mantienen un lazo indisoluble con la tierra que los vio nacer.

Como siempre, yo intentaba la posibilidad de un contacto para ofrecerle publicitar en nuestra revista virtual. Pero los dos hombres estaban en el centro del sector izquierdo del hall, algo hacia el fondo del lugar, y no me atreví a acercarme.

En cambio, me senté en uno de los cómodos sillones de tres cuerpos que se hallaban más próximos a la entrada y me puse a canturrear una canción aprendida de mis abuelos maternos.

"Ondiñas veñen, ondiñas veñen, ondiñas veñen y van..." comencé a murmurar siguiendo la famosa música, levantando poco a poco el volumen para que el gallego se percatara de mi presencia y se acercara para hablarme.

Luego de unos cinco minutos de afrentar la hermosa lengua de Rosalía de Castro y cuando ya otras personas me miraban algo molestas, el hombre se despidió del médico y caminó hacia mí. Mientras pasaba a mi lado me sonrió amablemente, me tocó la cabeza, expresó algo como "Sigue así." y continuó caminando hacia la puerta, seguramente rumbo a su hotel.

Ésa fue la única vez que lo vi y así perdí la oportunidad de alegrar esa noche a Olga contándole que había conseguido otra muy necesitada publicidad para nuestro "Mundo" en internet. Esa noche porque, en mi sueño, ella venía todas las noches a verme a la clínica y salíamos a "dar una vuelta" por Esquel. Algo imposible porque mi cuerpo estaba en Terapia Intensiva, coma inducido y todo eso, muy lejos de poder suponerlo andando por Alvear, por Fontana o por cualquier otra arteria de la bella ciudad.

Gracias por tus comentarios a los apuntes anteriores. Espero que te animes y me sigas acompañando en este ¿"racconto"? o como quieras llamarlo.

Hasta el próximo.

9 de Julio entre Sarmiento y Av. Fontana. La cuadra de los edificios altos.
La esquina norte en la que se hallaba el gran Hotel.
¡Hola!

Hoy, 24 de Abril de 2012, me dispongo a desgranar algún recuerdo más de esa experiencia que me tocó vivir (o morir, si preferís). Y junto a vos que me alentaste al leer el primer apunte con afecto e interés o que recién te sumás a estas notas.

Te conté que estaba - supuestamente - internado en la antigua por fuera pero de alto nivel tecnológico en su interior y que se encontraba ubicada en una céntrica esquina esquelense situada en la intersección de Sarmiento y 9 de Julio. La orientada hacia el oeste, para ser más exactos. Ya volveré a hablar sobre ella seguramente en muchas oportunidades. Pero ahora te invito a cruzar la Sarmiento para referirme a la esquina norte de ese cruce.

En "la realidad" vemos allí un hermoso comercio que plasmé en la fotografía que acompaña este apunte. Pero en mi "sueño" había colocado un enorme hotel realmente hermoso en medio de un parque muy cuidado. Tengo en mi recuerdo acumulados muchos detalles sobre ese lugar pues era tan importante para mi historia como la propia clínica. Y quizá no por casualidad era propiedad del mismo dueño de ésta, un médico llamado Richardson.

Entrando por calle 9 de Julio, unos tres o cuatro escalones permitían acceder a un espacio cuyo techo estaba soportado por varias enormes columnas de más de 50 cm de diámetro, mostrando un frontispicio triangular que algún arquitecto quizá me ayude a dibujar y a denominar más adecuadamente.

De allí se podía ingresar al hall del hotel atravesando unas puertas vidriadas que no coincidían en estilo pero que tampoco desentonaban. Parecía que Richardson había construido allí una especie de palacio para mostrar su poderío económico surgido de su actividad profesional en la medicina de alto nivel.

Alguien me dijo que ese hotel tuvo inicialmente la finalidad de albergar a los familiares de los internados en la clínica que provenían de lugares apartados - Gualjaina, Corcovado o quizá más lejanos, pero que luego fue elegido por muchos turistas nacionales y extranjeros por ser el único que podía rozar las "ciinco estrellas".

Antes de ingresar al hotel veamos un poco lo que lo rodeaba. Sobre unos 30 ó 40 metros de la vereda sobre calle Sarmiento, cerrando luego la esquina y llegando hasta donde terminaba el frente del edificio sobre calle 9 de Julio, una verja formada por un par de troncos horizontales soportados por similares verticales marcaban los límites externos de la propiedad. No era muy alta. Cuando tuve ocasión de estar junto a ella vi que me llegaba a la altura de la cadera, por lo que pude sentarme con cierta comodidad sobre ella para observar el "medical show", algo que de lo que contaré más adelante.

Uno de los muchos detalles: sobre calle Sarmiento y adosado a la verja se podía ver un cartel también en madera con la publicidad del Canal 4, muy similar al que se encuentra a la entrada de los estudios de esta televisora y pintado con los mismos colores. Esto me hizo sospechar que Richardson debía ser accionista también de esa empresa, lo que no pude ni me interesó verificar.

Otro detalle para que puedan imaginar el hotel es que la planta baja - y por tanto las columnas exteriores - debían tener una altura de unos 4 metros, por lo que el edificio destacaba notablemente en esa esquina. Pero no tanto como lo haría en la realidad, ya que en la vereda de enfrente sobre 9 de Julio - donde están en verdad la ferretería y el vivero, por ejemplo, había construcciones en altura, modernas, de tres o cuatro pisos. Una de ellas era también destinada a hotel, con un cartel vertical al nivel del primer piso que indicaba su nombre: "Hotel Esquel", y cuyo propietario era un gallego con quien tuve un encuentro que, si me lo hacen recordar más adelante, valdrá la pena contar.

Dentro del hotel, subiendo "a mano derecha" unos 7 u 8 escalones de mármol, se llegaba a un pasillo que continuaba hacia el fondo y que, lateralmente, tenía un largo mostrador que cumplía funciones de administración y atención al público, con computadoras y demás. Pero eso vendrá luego.

Por ahora, pego la foto de lo que encontrarán hoy - en la vida real - en esa esquina y cierro este segundo apunte. Les aseguro que recordar cada detalle de lo que va surgiendo al recorrer imaginariamente los lugares me hace sentir más convencido de que no pudo ser fruto de mi imaginación. Demasiados elementos ajenos a mi experiencia previa, innecesarias precisiones que no suelen acompañar los sueños, no sé. Ustedes dirán.

Hasta el próximo. Y gracias otra vez.

Daniel




Creo que ya, luego de más de tres años de acontecido el suceso - por llamarlo de alguna manera - es tiempo de que cumpla con mis promesas a amigos y conocidos. En realidad se trata de una única promesa con múltiples formas de cumplimiento, de las cuales la aquí elegida es una posible.

Me dice Olga que ponga en antecedentes a los nuevos amigos pues desconocen que a principios de Enero del 2009 me aconteció un hecho que puso un toque más de interés a la para mí muy interesante vida mía. Durante horas o días estuve oscilando entre la vida y la muerte, cruzando lo que me pareció un borde suave y placentero entre esos dos estados, tan agradable que no me producía más que placer transitar sus idas y sus vueltas. Fuera de mi cuerpo, en el entorno que suelen llamar "real", todo era un verdadero drama que la misma Olga se ocupó de relatar ("El día que él murió y yo lo vi" - tituló la descripción de su terrible y dolorosa experiencia). Pero desde el momento en el que la anestesista cumplió con su labor (por primera vez, porque me cuentan que hubo una segunda y les creo) y me sumí en un suave sopor, hasta que desperté a la conciencia más o menos plena en la sala de internación postquirúrgica del Hospital de Esquel, no puedo hoy asociar ninguna experiencia con algo triste o doloroso sino todo lo contrario.

Por supuesto, los comentarios de estas notas estarán abiertas para cualquier consulta u opinión. No he olvidado mucho de lo sucedido, ya que de vez en cuando registré en notas escritas en un cuaderno las imágenes y detalles que podían escapárseme de la memoria por el paso del tiempo. Y el intercambio con ustedes me ayudará a reflotar algunos recuerdos que el fluido de los meses pudo haber arrastrado o, al menos, aflojado.

En mis vivencias (¿o "muriencias"?) de esos días en que la morfina y los algo más que me inyectaron mientras mi cuerpo reposaba en la Unidad de Terapia Intensiva conectado al mundo por variados cañitos que llevaban o traían flúidos variados, el Esquel que me rodeaba era en mucho parecido al Esquel real, aunque con ciertos cambios que comenzaré a relatar.Ayer, 21 de Abril de 2012 y a eso de las 15 hs., llené el espacio de espera de la marcha por el joven Julián Amado recorriendo algunos lugares en los que ocurrieron los hechos relacionados con eso que he dado en llamar "mi muerte" aunque, seguramente, no fue tanto pues si no no estaría aquí hoy escribiendo esto. Y tomando fotografías de esos puntos críticos por los que transitaba en mi "otra vida".

Agradeceré, repito, toda precisión que me pidan porque me ayudará a rescatar los detalles. Y de aquí saldrá una novela - real o de ficción, ustedes dirán - que les debo y me debo.

¿Dónde suponía que estaba? Sin casi dudarlo puedo afirmar que la clínica en la que estaba internado se localizaba en la esquina oeste de la intersección de 9 de Julio y Sarmiento (donde en la "realidad" se alza el hotel que muestro en la fotografía que acompaño. De vez en cuando en mi "delirio" miraba por una ventana, y más tarde, cuando anochecía, salía a "dar una vuelta" con Olga que me venía a buscar.

Así que voy a cerrar este primer apunte con la fotografía de la esquina citada. Era un edificio antiguo con ventanales muy altos, cada uno con persianas típicas plegables, amplios vidrios y cortinas que también reflejaban muchos años de servicio. La habitación - que luego resultó tener un parecido con la sala de internación de cirugía - tendría unos 8 metros por 4, más o menos, y recuerdo 2 ó 3 ventanas que daban hacia la esquina norte de la intersección (de la que tengo mucho para contar), es decir, cruzando la calle Sarmiento, y 1 ventana más que daba hacia la esquina sur.

Sobre la calle 9 de Julio estaban las también antiguas puertas por las que se ingresaba a la clínica, situadas a continuación de esta sala, y pasaban por esa vía numerosos automóviles, varios omnibuses urbanos y también había una parada de taxis que no eran blancos como los reales en Esquel sino amarillos al estilo neoyorkino.

Aquí coloco un punto y aparte que me permita separar este apunte del que le seguirá, si Dios quiere. Pego la fotografía anunciada y quedo a la espera de la continuación del relato, pues seré como de costumbre no solamente quien lo escriba sino también el primero en leerlo (y seguramente en sorprenderse con él).


"La esquina de la clínica" Sarmiento y 9 de Julio - esquina oeste


TAXONOMÍA.



Hay ojos de ojos
ojos que se miran
ojos que se acechan
ojos que se iluminan.

Hay ojos claros y acuosos
ojos donde gime el mar
ojos donde brilla el cielo
ojos donde copulan ambos.

Hay ojos secos y duros
ojos áridos y desérticos
allí han bebido los nómadas
abandonando a sus dueños.

Hay ojos oscuros y negros
como un pozo o un muro
insondables y profundos
como debe ser el infinito.

Y hay ojos de fuego y cal
Los más escasos y caros
Los que calcinan y arden
Y se extinguen a si mismos

Alexander Jesus Rozo

****
No dejes de visitar nuestro blog índice: "El Mundo de Olga y Daniel" http://olgaydaniel.blogspot.com

El retrato mal hecho.De : Silvina Ocampo




A los chicos les debía de gustar sentarse sobre las amplias faldas de Eponina porque tenía vestidos como sillones de brazos redondos. Pero Eponina, encerrada en las aguas negras de su vestido de moiré, era lejana y misteriosa; una mitad del rostro se le había borrado pero conservaba movimientos sobrios de estatua en miniatura. Raras veces los chicos se le habían sentado sobre las faldas, por culpa de la desaparición de las rodillas y de los brazos que con frecuencia involuntaria dejaba caer.

Detestaba los chicos, había detestado a sus hijos uno por uno a medida que iban naciendo, como ladrones de su adolescencia que nadie lleva presos, a no ser los brazos que los hacen dormir. Los brazos de Ana, la sirvienta, eran como cunas para sus hijos traviesos.

La vida era un larguísimo cansancio de descansar demasiado; la vida era muchas señoras que conversan sin oírse en las salas de las casas donde de tarde en tarde se espera una fiesta como un alivio. Y así, a fuerza de vivir en postura de retrato mal hecho, la impaciencia de Eponina se volvió paciente y comprimida, e idéntica a las rosas de papel que crecen debajo de los fanales.

La mucama la distraía con sus cantos por la mañana, cuando arreglaba los dormitorios. Ana tenía los ojos estirados y dormidos sobre un cuerpo muy despierto, y mantenía una inmovilidad extática de rueditas dentro de su actividad. Era incansablemente la primera que se levantaba y la última que se acostaba. Era ella quien repartía por toda la casa los desayunos y la ropa limpia, la que distribuía las compotas, la que hacía y deshacía las camas, la que servía la mesa.

Fue el 5 de abril de 1890, a la hora del almuerzo; los chicos jugaban en el fondo del jardín; Eponina leía en La Moda Elegante: "Se borda esta tira sobre pana de color bronce obscuro" o bien: "Traje de visita para señora joven, vestido verde mirto", o bien: "punto de cadeneta, punto de espiga, punto anudado, punto lanzado y pasado". Los chicos gritaban en el fondo del jardín. Eponina seguía leyendo: "Las hojas se hacen con seda color de aceituna" o bien: "los enrejados son de color de rosa y azules", o bien: "la flor grande es de color encarnado", o bien: "las venas y los tallos color albaricoque".

Ana no llegaba para servir la mesa; toda la familia, compuesta de tías, maridos, primas en abundancia, la buscaba por todos los rincones de la casa. No quedaba más que el altillo por explorar. Eponina dejó el periódico sobre la mesa, no sabía lo que quería decir albaricoque: "Las venas y los tallos color albaricoque". Subió al altillo y empujó la puerta hasta que cayó el mueble que la atrancaba. Un vuelo de murciélagos ciegos envolvía el techo roto. Entre un amontonamiento de sillas desvencijadas y palanganas viejas, Ana estaba con la cintura suelta de náufraga, sentada sobre el baúl; su delantal, siempre limpio, ahora estaba manchado de sangre. Eponina le tomó la mano, la levantó. Ana, indicando el baúl, contestó al silencio: "Lo he matado".

Eponina abrió el baúl y vio a su hijo muerto, al que más había ambicionado subir sobre sus faldas: ahora estaba dormido sobre el pecho de uno de sus vestidos más viejos, en busca de su corazón.

La familia enmudecida de horror en el umbral de la puerta, se desgarraba con gritos intermitentes clamando por la policía. Habían oído todo, habían visto todo; los que no se desmayaban, estaban arrebatados de odio y de horror.

Eponina se abrazó largamente a Ana con un gesto inusitado de ternura. Los labios de Eponina se movían en una lenta ebullición: "Niño de cuatro años vestido de raso de algodón color encarnado. Esclavina cubierta de un plegado que figura como olas ribeteadas con un encaje blanco. Las venas y los tallos son de color marrón dorados, verde mirto o carmín".

****

No dejes de visitar nuestro blog índice: "El Mundo de Olga y Daniel" http://olgaydaniel.blogspot.com