Dicen algunos que subrayar los libros es profanarlos, acaso enturbiar su transparencia arrojando una piedra en su arroyo. Son los nostágicos de la sacralidad del libro. Sus guardianes y rehenes tímidos y solemnes. Los mercachifes aseguran que un libro subrayado pierde valor, como si de una doncella pretendídamente siempre virgen se tratara al que otro amante rechazara al comprobar la presencia de otras manos amatorias, -unas mas hoscas que otras-. Quizá el tipo ideal de lector sea ese que lo compra, lo lee, lo deja intacto y no se contamina tampoco, pero es capaz de recitarlo o sencillamente exponerlo grosso modo. Porque a la larga un libro es un templo y una mercancía y a la vez, un incomparable placer mental pero un simple objeto erótico. Lo importante es leer, así sea para olvidar, en esta época donde el palimsesto ya no está en la escritura sino en la lectura y donde mas no es mejor. Para mi un libro es un viaje. Uno que solo yo puedo hacer a mi ritmo, con mis estaciones, con mis hallazgos, mis perpeljidades y mis fascinaciones. El libro como fetiche corre paralelo al individuo como aspiración en la modernidad.
Quizá yo proceda como un lector culpable desde el comienzo, como un irredento vicioso que siempre quiere tocar, como un desastroso turista que no solo toma fotos donde le da la gana -eso de subrayar- sino que no sigue el itinerario. Algún dia alguien indagará ¿donde has estado?. Y esas líneas delatarán mi trazado. Hay quienes creen que subrayar un libro es grosero. O que se pierde tiempo. O dinero. O que es incómodo y fetichista hasta la enfermedad. Los académicos y los fundamentalistas citan con exactitud, para fines distintos pero con idéntico esmero. Para mi subrayar es como dejar un álbum de fotos de mi recorrido y es un gozo, una posibilidad de saborear y revertir el texto. Unas huellas y una pista para otros. Una marca indeleble. Admiro la memoria, pero la mía es precaria. Necesito la prueba física de mis estremecimientos, así con el paso de los años me pregunte si realmente lo fueron. Si, en ese lugar y momento. Por eso un libro sin subrayar, sería para mi como un amor platónico del que retuviera su imágen en mi memoria, pero jamás hubiera tenido su cuerpo. Un acto privado.Y para la prostitución puritana quedan las bibliotecas públicas. O internet.
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