Chico-ana, donde no hay lugar en la mente de su gente para platillos voladores de ciencia ficción, sólo hay lugar en el corazón para la danza y la tradición.
Chico-ana, tierra gaucha, arraigada a la Madre tierra, al arado y a Dios.
Pero un día, un día de octubre, cuando la lluvia aún no llegaba, llegó desde muy lejos, de lo alto del cielo y en una visita relámpago, dejando en los campos trigales su huella de símbolos de amistad y misterio.
Nos trajo su danza,un espectáculo sorprendente de luces y colores. Las luces de colores eran burbujas de cristal, esferas transparentes que danzando destellan su magia, coloreando nuestra mente de imaginacíón y admiración, donde el arco iris sin color por un minuto quedó.
De la nave visitante en el aire estacionada, se desprendieron grupos de danzarines, burbujas de colores que en la oscuridad de la noche silenciosa, su magia en el pueblo sellada dejó. Y al amanecer, Chico-ana, pedacito de cielo escondido, descubierto al mundo entero quedó....
Julio Espinoza
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