Antonio Tabucci se reía de la revolución feminista. Es la primera en que el amo se rebela contra el esclavo, decía. Sabía por que lo decía, pero ignoraba las vejaciones, el maltrato, la indiferencia, el ostracismo a que las había sometido el dispositivo cultural de sociedades en los que los roles y el libreto en general estaban dispuestos desde el color del primer traje, los juguetes, los modales. La transgresión significaba apartarse. Y se pagaba caro. Los hombres tambien fueron victimas del montaje: confundían la fuerza con la violencia, excluían la ternura de su virilidad, odiaban ansiando a las mujeres y se buscaban la mas parecida a su mamá para reproducir la especie, el jabón de loza les irritaba las manos, el trabajo les parecía su único lugar y para ellas el hogar, como si de posturas inamovibles en la cama se tratara. Nadie negaría que luego de los sesenta todo cambió. El aparato económico arrastró a las mujeres occidentales a las universidades y las fábricas. No fué liberación. Para muchas la carga se duplicó, pero por momentos el kamasutra era otro: los hombres aprendieron a barrer, a cambiar pañales, a cocinar y llevar los niños al colegio. Nació un nuevo género en la tragicomedia humana. El cine lo explotó. Las sociedades se habían trasvestido. Con los años se volvió usual que algunos hombres aprendieran artes marciales para poder regresar y entrar a casa. La guerra de los sexos es eterna, hasta en el llamado tercer sexo, hoy por hoy empeñado en adoptar niños, casarsen, reproducir el modelo. La idea de hombres de azul y mujeres de rosado ha sido emplazada en el individualismo postmoderno por un multicultural arco iris, para inventar nuevas formas de ser, estar, convivir y amar, y en eso tuvieron un papel protagónico las mujeres.
Goethe habló del eterno femenino sin dar muchas pistas. La única esencia es el cuerpo dijo Nietzsche. Ni las mujeres son el sexo débil ni los hombres unos guerreros. Los unos no son por oposición a los otros ni se completan per se. Del patriarcado va quedando apenas la caricatura. Todo sistema de dominación simbólica o real se acaba. La singularidad de las mujeres estriba en que sin ellas le faltaría algo al mundo porque todos los debemos demasiado. La vida para empezar, nuestro primer hogar y despues unas cuantas lecciones sobre la sutileza y la verdadera fortaleza, que no es otra que el compromiso con la integridad del planeta, la sacralidad de la vida, las licencias de la sensualidad y el cuidado de los otros. Al menos esa es mi deuda, y este texto mi pequeña gratitud mujeres. Espero que siempre caminen orgullosas de si. No de lo que son, sino de lo que pueden. No de cumplir las espectativas, sino de lo que quieren. Y sepan por encima de todo, que ya es bastante lo que el mundo les debe. Felicidades en su dia, realización en su vida. Se les quiere.
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