Era una lluvia fina y persistente. Tan fina que parecían necesarias miles de esas gotas para formar una sola lágrima. Tan persistente que daba la impresión de que siempre hubiese estado cayendo y de que seguiría cayendo por siempre.
La miraba a través de los cristales, húmedos por fuera y por dentro. Por fuera, bañados por la lluvia fina y persistente. Por dentro, empañándose poco a poco con el vapor de la habitación tibia y con el vapor de mi aliento.
Tenía que salir, a pesar de la lluvia. Quería salir. La habitación tibia me iba pareciendo hora tras hora más pequeña. Sus paredes, cuya mala pintura era apenas un casi totalmente descascarado mal recuerdo, se empecinaban en deslizarse lentamente cada una hacia la opuesta, y yo, en medio de ellas, más oprimido, más atrapado. Si me quedaba allí, moriría aplastado entre esas cuatro odiadas paredes descascaradas.
Del viejo perchero tan estropeado como la habitación colgaba mi gabán gris junto a una bufanda que alguna vez me tejieran intentando que me cuidara del frío. cosa que nunca hice. La bufanda me vio partir sin que supiéramos, ni ella ni yo, que jamás volveríamos a encontrarnos.
(continuará)
Daniel Aníbal Galatro
dgalatrog@hotmail.com
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Viajando por Nuestro Mundo
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